SIETE AÑOS DESPUÉS
—Ya llegué, Jan —avisé una vez que atravesé la puerta de entrada. Me sentía algo cansado y solo quería acostarme un rato, pero sabía que ese día sería imposible tomar una siesta.
Empecé a aflojarme el nudo de la corbata y entonces la dejé junto con el saco en el respaldo del sillón.
—Aquí en la cocina —gritó ella de regreso.
Me encaminé a la cocina al escucharla y la vi de espaldas mientras sacaba una torta del horno con mucho esfuerzo. El aroma en la cocina era delicioso y no pude resistir el impulso de pellizcar uno de los pasteles sobre la mesa. Apenas había estirado el brazo para hacerlo cuando un manotazo me alejó del lugar.
—Hey.
—No lo hagas —pidió Jan tajante. Giré para verla de pie con el ceño fruncido y las manos sobre las caderas. Al parecer me encontraba en problemas—. No sabes cuánto batallé para que este pastel saliera perfecto, por lo tanto, no vas a pellizcarlo. Vas a esperar como todos los demás. —Se acercó y rodeó mi torso con sus brazos un poco más regordetes que antes—. Ahora lo que vas a hacer, será ir arriba, cambiarte y entonces saldrás al balcón junto con todos los demás y esperarás. Dean llegará en cualquier momento.
Hice una mueca y asentí a regañadientes porque no había nada más que pudiera hacer o decir cuando mi mujer se ponía en ese plan.
—Sí, señora. —Ella rio y sus ojos se iluminaron.
—Anda, ve. Antes de que cambie de opinión y te obligue a ayudarme con la comida —dijo despidiéndome con un gesto de la mano. Me fui, no sin antes besarla como era debido.
Después de ocho horas trabajando lo menos que merecía era un beso de bienvenida, ¿no?
Cuando subí al balcón ahí estaba toda la gente cercana a mí. Mis padres, Marcus, Lora y unos cuantos amigos de la universidad con quienes no perdí contacto. Claro, también estaban amigos de Jan y de Dean, era su cumpleaños después de todo. De Dean, quiero decir.
Había llegado a los diecisiete como todo un chico demasiado sabio para su edad.
Vi cómo Jan entraba haciendo malabares con las bandejas y me apresuré a ayudarla. No queríamos que nada le sucediera a la comida.
Ni a Jan, claro.
—Aquí —dije tomando la bandeja más grande y pesada—. Lo tengo.
—Gracias, cielo. —Se giró un poco para verme y me dio un casto beso—. Dean ya llegó, ayúdame a colocar los pasteles.
Hice lo que me pidió y, sin que nadie se diera cuenta, quité un poco de betún. Coloqué los dos pasteles —que por cierto uno estaba muy bueno— en el centro de la mesa y luego esperamos a que Dean subiera. Él era consciente de que le íbamos a preparar algo, pero no sabía que habíamos invitado a más gente, así que cuando entró y nos vio a todos, rio sorprendido.
—¡Feliz cumpleaños!
—¡Sorpresa!
—¡Felicidades! —gritamos todos al mismo tiempo.
Creo que nos hizo falta un poco de coordinación, pero al fin y al cabo la intención era la que contaba, ¿no?
Me acerqué a Dean y le di ese abrazo-palmada típico de nosotros.
—Felicidades, amigo —musité.
—Gracias, Derek.
Le guiñé, palmeé su hombro por última vez y me alejé mientras todos se arremolinaban a su alrededor para felicitarlo. Parecía que no podían esperar a que me retirara antes de abrumarlo con sus saludos y buenos deseos.
Entre codazos y empujones, salí de la pequeña multitud y fui a recargarme en una pared con los brazos cruzados, mientras esperaba que alguien me abordara o que todos se distrajeran para tomar un bocado de pastel. Estaba famélico y las tortas olían delicioso.
Jan fue la segunda en felicitarlo, y una vez que terminó de abrazarlo y besar sus mejillas hasta el cansancio, se acercó a mí secándose las lágrimas.
—¿Qué tienes, preciosa? —pregunté preocupado como siempre. Ella sonrió y negó.
—Nada, solo... Ya sabes. Ando hormonal. Ha crecido tanto y estoy muy feliz y... —Empezó a parpadear y supe que iba a llorar otra vez, por lo que la rodeé con mis brazos y la atraje a mi pecho.
—Shhh. No llores, cariño. Es un día para estar feliz, ¿no es así? —Ella asintió contra mí y yo besé su cabello—. Entonces hay que disfrutarlo, sin lágrimas —sugerí. Por un momento no dijo nada más y yo me dediqué a mirar alrededor.
La gente estaba conversando alegremente y Dean reía con sus amigos. Lora y Marcus estaban más estables ahora que se habían comprometido y yo estaba más enamorado que nunca de mi mujer. De mi fuerte, valiente, hermosa, paciente y cariñosa esposa.
—Ahora a partir el pastel que muero de hambre —dijo Dean sacándome de mis reflexiones. Sonreí cuando mi estómago gruñó en acuerdo.
—Los pasteles —corrigió Jan. Se separó de mi cuerpo y la seguí hasta la mesa en donde se encontraba la comida—. Este pastel... —dijo señalando el de chocolate—, es porque Dean cumple diecisiete años de vida. Y este otro —Señaló el que estaba decorado con fresas—, es porque hoy cumples siete años que venciste al cáncer.