La mano de Noah ya no sangraba, sus heridas ya habían sanado por completo en unos pocos minutos.
Seguía en aquella habitación, la que ahora sería su propio despacho como alfa y seguía sintiéndose extraño, como si nada de todo eso estuviera ocurriendo realmente, pero por un segundo se tomó un tiempo para pensar en lo que había ocurrido en los últimos días.
Cerró los ojos con un pesado suspiro y sintió cómo los últimos días pesaban como un año entero. Se había comprometido con Elena, había luchado contra Lucas dos veces para convertirse al final en el alfa de la manada, había conocido a Lucy, con la que se había vinculado de una forma que nunca antes había experimentado, para después ver cómo se transformaba en lobo frente a sus ojos, sin mencionar el hecho de que había descubierto secretos horribles que escondía el señor Hall.
Demasiadas cosas en tan poco tiempo.
Se levantó de su asiento para servirse de nuevo otro vaso de coñac mientras sacaba su móvil del bolsillo.
Quería llamar a Lucy, pero no para contarle más problemas, simplemente quería oír su voz, ver de nuevo sus ojos, abrazarla.
Tras un largo suspiro se bebió el contenido del vaso de un trago y comenzó a teclear un mensaje.
«Espero que estés bien. Pronto podré verte, mientras tanto mantente a salvo, por favor…»
Enviar.
—¡Noah!—El grito de Elena alertó a Noah para salir de la habitación tan rápido como pudo.
Todos los miembros de la manada que aún estaban en la casa, salían de sus habitaciones rápidamente en dirección a la entrada.
—¿Qué ocurre?—pregunta Noah al cruzar la mirada con la de Elena desde lo alto de la escalera.
—¡Es esa chica, la que se transformó ayer! Está aquí.
Noah bajó de un salto los escalones que le quedaban hasta llegar a la planta baja con el ceño fruncido y corrió junto a Elena para salir de la mansión y observó con terror que tenía razón. Lucy estaba allí, frente a todos, en su forma lupina.
Todos observaban con atención la escena que se desarrollaba ante ellos. En el centro del jardín, una imponente loba negra se erguía, sus ojos destellando con una furia contenida que hacía palpitar el aire a su alrededor. Su mirada ardía con una mezcla de dolor y cólera y dejó escapar un gruñido profundo y resonante.
«¡Alexander Hall! ¿Dónde está?»
Lucy gritó en la mente de toda la manada con voz firme y cargada de resentimiento, un eco de desafío que reverberó en los corazones de los presentes.
«¡Él mató a mi madre! ¡Quiero verle ahora!»
De entre las sombras, Alexander Hall emergió con una expresión indescifrable bajo la tenue luz lunar. En cuanto Lucy cruzó la mirada con la de aquel hombre, gruñó con más fuerza apretando las garras contra la hierba blanda del suelo.
«¿No querías acabar conmigo por ser medio humana? Pues ahora soy yo la que quiere acabar contigo.»
Sin una palabra, los ojos de Alexander se encontraron con los de la loba, y al escucharla, la tensión alcanzó su punto máximo. Con un movimiento fluido y casi imperceptible, Alexander se transformó, su figura humana se desvaneció para dar paso a un majestuoso lobo de pelaje grisáceo.
La lucha comenzó con un estallido de fuerza y furia. Los dos lobos se abalanzaron el uno sobre el otro, un torbellino de colmillos y garras que cortaba el aire con una ferocidad ancestral. Cada movimiento era una danza de poder y precisión, cada impacto resonaba con un eco de antiguos rencores y heridas abiertas.
Noah y Elena observaban en silencio, sus corazones latiendo al unísono con la violencia del combate. La manada permanecía en guardia, sus ojos siguiendo cada giro y cada mordisco, sin ser conscientes de la importancia del duelo que se desarrollaba ante ellos.
Con el tiempo, la destreza y la experiencia de Alexander comenzaron a prevalecer. Sus ataques se volvieron más precisos, más calculados, y poco a poco, Lucy comenzó a ceder terreno. Un último embate de Alexander la arrojó al suelo con una fuerza devastadora, dejando su cuerpo inmóvil y exhausto. Con un gemido de dolor, la loba negra volvió a su forma humana, su cuerpo frágil y herido quedó descansando sobre el frío suelo del claro mientras gritaba de dolor.
—Es Lucy…—dijo Elena con un nudo en la garganta.
Alexander se erguía sobre ella, con sus ojos ahora llenos de una mezcla de ira y cansancio. La lucha había terminado, y el jardín se sumió en un silencio profundo, roto de repente por la voz del alfa.
—Daniel, Sophia. Llevadla dentro.
Ambos asintieron antes de correr junto a Lucy. Daniel la cargó en sus brazos mientras Sophia le cubría el cuerpo con su chaqueta, y sin decir una palabra se adentraron de nuevo en la mansión.
—¿Papá? ¿Es eso cierto?—dijo Elena acercándose a su padre con el ceño fruncido.
Alexander la miró con sus enormes ojos negros sin responder una sola palabra, y Elena le dió la espalda para mirar a Noah con tristeza.
—Voy a ver cómo está.
Noah se percató de que las miradas de todos los presentes pasaban de él a Alexander varias veces. Aquellos que lo seguían ciegamente durante años se debatían si continuar con su lealtad hacia él o seguir al nuevo alfa tal y como les dictaba su naturaleza, pero Noah no era quién para exigirles que eligieran un bando. Eso era lo que hacía Alexander, separar a la manada, Noah quería mantenerlos a todos unidos de nuevo, y sin decir una sola palabra, dio la espalda a todos caminando lentamente de vuelta a la mansión.