La oscuridad comenzaba a caer sobre el bosque, y el cielo se teñía de un profundo azul mientras la noche se acercaba. Dentro de la casa, la tensión en el aire era palpable. Lucy estaba sentada en una silla junto a la chimenea, abrazándose a sí misma, mientras Daniel la observaba desde el otro lado de la sala. Habían pasado el día juntos, entrenando y tratando de calmar la tormenta que se agitaba dentro de ella, pero ahora, con la llegada de la noche, Daniel sabía que debía convencerla de algo mucho más importante.
—Lucy, tienes que venir conmigo a la cabaña, ya oíste a Elena —dijo finalmente, rompiendo el silencio con una voz suave pero firme—. Es lo mejor para ti, especialmente ahora.
Lucy levantó la mirada, sus ojos reflejaban un cansancio que iba más allá de lo físico. Sabía que Daniel solo intentaba protegerla, pero la idea de estar rodeada por la manada en su estado actual la aterrorizaba.
—No puedo —respondió, su voz apenas era un susurro—. No quiero estar con ellos esta noche, Daniel. Necesito pensar, estar sola un momento.
Daniel suspiró, comprendiendo su miedo, pero también sintiendo la responsabilidad de mantenerla a salvo. Se acercó un poco más, intentando encontrar las palabras adecuadas.
—Lo entiendo, de verdad —dijo, arrodillándose frente a ella para mirarla a los ojos—. Pero estar sola no es una buena idea. Has pasado por mucho hoy, y necesitas estar con personas que puedan ayudarte si lo necesitas.
Lucy negó con la cabeza, su resolución era firme a pesar de todo lo que sentía.
—No esta noche, Daniel. Solo... quiero estar sola, aunque sea por una vez. Necesito espacio para entender todo lo que está pasando.
Daniel la observó en silencio por unos instantes, leyendo la determinación en su expresión. Sabía que no podría forzarla a hacer algo que no quería, pero tampoco podía dejarla sola con sus pensamientos y miedos.
—Está bien, Lucy —cedió finalmente, levantándose—. No te obligaré a venir. Pero tampoco te dejaré sola. Me quedaré aquí, en el salón. No te molestaré, lo prometo. Solo quiero estar cerca por si necesitas algo.
Lucy sintió una mezcla de gratitud y frustración, pero no podía discutir con él. Al menos sabía que Daniel no la presionaría más esa noche.
—Gracias —murmuró, sin poder mirarlo directamente.
Daniel asintió y se acomodó en el sofá, dispuesto a quedarse allí toda la noche si era necesario. Lucy, por su parte, se dirigió a su dormitorio. El cuarto estaba tal y como lo recordaba, con las mismas paredes adornadas con recuerdos de su infancia, los mismos peluches que había dejado atrás cuando se marchó por primera vez.
Cerró la puerta tras de sí y se quedó de pie en medio del cuarto, mirando los juguetes que alguna vez habían sido sus compañeros de juego. Todo había cambiado tanto desde entonces. Su vida, sus sueños, incluso su propia naturaleza. La enormidad de todo lo que había sucedido la abrumaba, y antes de que pudiera evitarlo, sintió las lágrimas comenzar a rodar por sus mejillas.
Se tumbó en la cama, aferrándose a uno de los viejos peluches, un oso con el que había dormido durante años, buscando un consuelo que ahora parecía tan lejano. Todo lo que quería era un respiro, una tregua en medio de la batalla interna que libraba a diario. El peso de sus pensamientos, sus miedos, y la incertidumbre de lo que vendría después la oprimían. Las lágrimas se intensificaron, ahogándola en un mar de emociones que había contenido durante demasiado tiempo.
De repente, unos golpes suaves pero insistentes en la ventana la hicieron sobresaltar. Se incorporó rápidamente, limpiándose las lágrimas con la manga de su camiseta. Con el corazón aún acelerado, se acercó a la ventana y corrió las cortinas con cautela. Al otro lado del cristal, iluminado solo por la luz de la luna, estaba Noah.
Lucy abrió la ventana de inmediato, y Noah entró con agilidad, su expresión era de preocupación.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja, observándola con intensidad.
Lucy, aún sorprendida por su llegada, asintió débilmente. Pero sus ojos, enrojecidos por las lágrimas, le decían a Noah que las cosas no estaban bien.
—Noah... —murmuró, su voz quebrándose mientras intentaba mantener la compostura—. No sabía que vendrías.
—No podía dejarte sola —respondió él, con una voz firme pero llena de cariño—. Sentí que algo no estaba bien. Lo he sentido todo el día. ¿Qué está pasando, Lucy?
Lucy bajó la mirada, tratando de contener de nuevo las lágrimas que amenazaban con volver. Sentía que todo estaba fuera de su control, y el simple hecho de que Noah hubiera venido, que se preocupara tanto por ella, rompía las barreras que había intentado mantener.
—Todo es tan difícil —admitió finalmente, su voz temblorosa—. No sé cómo manejarlo, Noah. No sé cómo ser quien debo ser.
Noah dio un paso adelante y la abrazó, un gesto que ella no supo cuánto necesitaba hasta que sucedió.
—No tienes que serlo todo ahora mismo —le susurró al oído—. No estás sola en esto, Lucy. Estoy aquí, y no voy a dejar que enfrentes esto sola. Nunca.
Lucy se aferró a él, dejando que las lágrimas fluyeran libremente ahora, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que no tenía que cargar con todo el peso ella sola. Noah estaba allí, y por esa noche, eso era todo lo que necesitaba.