Arturo era el único hijo del matrimonio conformado por el señor Aarón Parra, Ingeniero Civil de profesión, y un ama de casa llamada Juana Abadón. Su padre llevaba más de un año trabajando en una minera en el norte de Chile, y los llamaba una vez al mes en las mañanas. Ese año en particular, su padre no había podido ir a visitarlos por el exceso de trabajo.
La señora Juana era una mujer delgada, rubia y con muchas pecas en su cara, que la hacían avergonzar de su aspecto físico, a pesar de que era una mujer extremadamente bella. Sufría hace años de una depresión crónica y tomaba varias pastillas que le inducían el sueño. La situación de ese año en el país, la tenía más depresiva de lo normal, ya que había pocos alimentos en las tiendas y supermercados y tenía que hacer largas filas para poder conseguir la comida de la semana. Esa incertidumbre; de no saber si vas a poder comer la próxima semana o en los próximos meses, la tenía con ataques de ansiedad.
Ese año en particular, Arturo había cumplido dieciséis años y había sido diagnosticado con esquizofrenia. Entraba y salía de la clínica psiquiátrica casi todos los meses. Entre los síntomas que tenía estaban; los pensamientos confusos, las alucinaciones visuales y auditivas. A pesar de eso, Arturo podía llevar una vida normal, gracias a la medicina que tomaba diariamente que disminuía sus pensamientos psicóticos y esquizofrénicos, pero que lo atontaba un poco. Le gustaba ver películas antiguas, escuchar música en inglés y sobre todo imitar a las personas más cercanas a él, las cuales grababa en una grabadora que le había regalado su padre, había pulido tanto su técnica que podía imitar hasta personas del sexo opuesto. Dentro de su repertorio de imitaciones, se encontraban la del rector Ulloa, la de su madre y la de su profesora Mariana.
Ese día se había levantado más temprano de lo normal, se sentía un poco ansioso porque la profesora el día anterior le había dado la oportunidad de presentarse ante su curso, y también de presentar sus imitaciones en el auditorio del colegio, para las celebraciones del día del profesor.
El teléfono sonó y escuchó que su madre rápidamente se levantaba de la cama y corría de forma desesperada para contestar. Su madre la mayoría de las veces se levantaba tarde, casi siempre cuando él regresaba del colegio a las tres de la tarde. Así que, por su actitud activa, pensó que podría ser su padre el que llamaba.
- Esta aquí, pero no te lo voy a pasar, tu sabes cómo se pone.
Arturo escuchó de lejos lo que decía su madre, no tenía mucho tiempo, así que tampoco insistió en hablar con su papá, tenía meses sin hablar con su progenitor, su relación se había deteriorado desde que Arturo comenzó con su esquizofrenia. Salió rápidamente de la casa, por la calle Príncipe de Gales donde vivía, en dirección a Av. Ossa donde quedaba su colegio. Pasar por esas calles era algo maravilloso finalizando la primavera, ya que se encontraban llenas de acacias, espinos y peumos y las hojas secas de estos, se encontraban esparcidas por la calle, parecían una gran alfombra de color ocre que tapaba el asfalto.
Arturo estudiaba en el colegio de la Salle, que quedaba solo a diez cuadras de su casa. Entró a su sala y se sentó a practicar su personaje principal, el rector Ulloa, por mientras comenzaba la primera clase. Después de unos minutos, su profesora entró al salón y le dijo:
- Parra tienes una llamada en la oficina principal, es tu papá.
Arturo, estaba sorprendido, su padre jamás lo había llamado al colegio, así que salió corriendo hacia la oficina del rector que se encontraba sola en esos momentos, tomó el teléfono que se encontraba descolgado. Sus ojos se abrieron más de lo normal, sus manos comenzaron a temblar, movió su cabeza como afirmando algo y colgó.
Luego se devolvió al salón y comenzó a llorar. La profesora al verlo en ese estado, se le acercó y le preguntó:
- ¿Qué te pasa Arturo, porque derrama esas lagrimas?
- No puedo entender lo que dice mi padre. Le contestó el joven.
- No siempre vamos a poder entender a las personas, tal vez si hablas de manera personal, puedas comprender lo que te quiere decir. Le dijo su profesora con voz consoladora.
Sus compañeros se rieron al escucharlo, Arturo parecía un niño de cinco años y ella conmovida le sonrió y le acarició la cabeza, y luego le dijo que saliera al patio a tomar aire para que se calmara.
La salida al patio solo secó las lágrimas de Arturo, porque todavía seguía nervioso por la llamada, no se explicaba porque su padre le hablaba de esa manera, porque él era el único en el mundo que no podía comprenderlo, no quería que lo internaran de nuevo en el psiquiátrico por tratar de explicar la voz de su padre, ya lo había intentado antes con el psiquiatra y este lo había internado, sabía que nadie le creería. Escuchó algo en el ambiente, eran dos aviones militares que rápidamente habían desaparecido entre las nubes, el estruendo de los aviones remeció las paredes del antiguo edificio en el cual se emplazaba la Salle y todos los que estaban adentro, salieron al patio, algunos se asomaron por las ventanas para ver qué pasaba. Nadie sabía, de dónde provenía ese ruido, la profesora Mariana le gritó desde el segundo piso.