Replay: La Isla Misteriosa ©

Capítulo 4

1

Sus ojos volvieron a abrirse, esta vez, de manera tranquila. 

Ya no había sudor en su frente, ni tenía ese frío recorriendo su espalda como un ejército de hormigas, estaba bien, y debía agradecérselo al jarabe que su madre hizo que tomara.

Alex se recuperaba, y ahora que se encontraba completamente solo en la casa, podría bajar a averiguar qué ocultaba el Sr. Harrinton en aquellas cajas. 

Porque, aunque tuvo que esforzarse mucho para que su madre fuera aquella excursión y lo dejara solo, finalmente lo había conseguido, y la casa, junto con él, estaba sola.

Y los secretos que escondía detrás de las paredes, ya no estaban a salvo. 

Sus pies, resguardados por unas pantuflas muy cómodas, tocaron el suelo al mismo tiempo y luego, se reincorporó. Ya no había mareos que obstaculizaran su andar, ni ese terrible dolor de garganta que parecía estar arañándolo por dentro. 

Continuó por el pasillo y bajó las escaleras apresurado, pasó junto a la puerta del despacho —sintiendo un terrible escalofrío al hacerlo— y siguió derecho hasta llegar a la salida principal, iba a entrar, por supuesto que lo haría, pero no aún, antes debía ir por algo. 

Su pálido cuerpo cruzó el umbral y aquellas pantuflas color blanco hueso se posaron sobre el verde césped. 

Se detuvo por unos segundos y miró sobre su hombro, no quería que nadie, por más que la casa estuviera vacía, lo viera.

Mantuvo un paso ligero hasta llegar al muelle dónde él y Debbie encontraron el cadáver, ahora, rodeado de cinta color amarilla con las palabras "Policía" y "Precaución".

Pisó el lugar y la madera rechinó al instante, lo que lo obligó a retroceder inconscientemente, tenía miedo, claro que lo tenía, pues las imágenes de la mujer descuartizada se reproducía en su cabeza como un disco rayado y aunque intentara no pensar en ello, le era imposible.

Respiró profundo, sintiendo la cálida brisa entrar por sus fosas nasales y al siguiente segundo, la soltó de manera calmada, tragó saliva con algo de dificultad y volvió a avanzar, esta vez, más rápido y sin mirar a su alrededor.

Sus manos se apoyaron sobre uno de los cuatro Jet´s Sky atados a los postes del muelle y levantó el asiento, dejando ver el mini baúl que este poseía. Introdujo su mano derecha dentro y tomó lo que iba a buscar: El extraño artefacto que aquella mujer le había dado la noche anterior. 

Cerró el maletero del vehículo acuático y se puso de pie. Una extraña sensación lo invadió de inmediato, y sin más que hacer, empezó a correr hacia la mansión a toda velocidad.

No sabía por qué, pero sentía que alguien lo perseguía, y hasta que no estuvo dentro de la casa, no dejó de correr. La puerta se cerró detrás de él y Alex se apoyó sobre ella completamente agitado y con algo de sudor.

—Señor Alex, ¿Está bien? —Una voz, proveniente del pasillo, hizo que diera un salto.

Al parecer, la familia no estaba, pero sí el poco personal que quedaba. 

—¿Qué? Sí, claro que sí —Tartamudeó agitado colocando el artefacto detrás de su espalda.

—¿Necesita algo? —La mujer, no más grande que su madre, mostró una pequeña sonrisa.

—No, estoy bien —Respondió tranquilo.

—Muy bien —La dama de llaves asintió levemente. —Debería recostarse, su madre dijo que necesitaba descansar.

—Oh, claro, iré a la cama ahora... —Contestó asintiendo.

La mujer de cabello oscuro volvió a asentir y dio media vuelta, alejándose por el mismo pasillo por el que había aparecido.

El pelinegro se quedó en su lugar hasta que los pasos de la mujer dejaron de ser escuchados por sus oídos, luego, suspiró aliviado y emprendió camino hacia el despacho de Eduard.

Alex empujó la puerta con algo de timidez, dejando escapar lo que quedaba del putrefacto olor a quemado hacia las demás habitaciones. Encendió la luz con el interruptor pegado a un lado del marco de la puerta y entró al lugar, cerrando la puerta al instante.

  —Okey, veamos lo que hay aquí —Se dijo a si mismo haciendo un recorrido del lugar con la mirada.

2

Alex lanzó un gruñido, estaba completamente frustado, no había encontrado nada interesante durante los últimos diez minutos, solo estúpidos documentos sobre cuentas y propiedades que a simple vista, no tenía absolutamente nada de malo y mucho menos, alguna relación con la mujer fallecida.

Había buscado en todos los cajones de la habitación e incluso en la computadora que estaba sobre el escritorio, pero no había rastro de aquellas cajas marrones que Eduard tenía.

Exhausto, se sentó contra la puerta para evitar que alguien entrara y puso sus manos sobre su rostro. Lo que estaba haciendo era algo realmente estúpido, ¿Enserio pensaba que Eduard Harrinton, empresario multimillonario iba a estar involucrado en el fallecimiento —y posible asesinato— de una mujer desconocida? En verdad sonaba ridículo.

Sus manos comenzaron a sudar, quizás por el calor, quizás por la fiebre bajando, pero de cualquier forma, las alejó de su rostro, y sus ojos se dirigieron a la chimenea, llena de cenizas que varíaban de color entre el gris y el negro orcuro.  

Su ceño se frunció a los pocos segundos; algo sobresalía en las cenizas, algo de color marrón como la madera de las escaleras de la mansión. Alex se puso de pie y rapidamente se acercó a la chimenea, intrujó sus manos entre las extrañamente tibias cenizas y tomó lo que a simple vista parecía un trozo de madera medio-quemado.

Se alejó de la chimenea, dejando un rastro de cenizas por todo el suelo y colocó el objeto sobre el escritorio de Eduard, la suciedad no le permitía a Alex idenficar lo que era, por lo que lo limpió con su camiseta blanca y volvió a ponerlo en el escritorio.

Arqueó una ceja completamente confundido, al parecer, aquella madera quemada no era más que un pequeño cuaderno, forrado en cuero marrón y protegido por un pequeño candado color dorado que ahora, estaba cubierto de polvo y cenizas.



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En el texto hay: secretos, aventura, muerte y sangre

Editado: 06.10.2018

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