Ángel que vives en la luz,
tú que no entiendes lo que es la oscuridad,
no te entrometas en el mundo de las sombras
del que si llegas jamás resurgirás.
Mi regalo para ti es la lejanía,
la admiración a una estrella que no toco,
y que brilla en mis sueños cada noche
cuando dormido su recuerdo invoco.
Desde lejos te amaré, sin esperanza,
con el dolor de anhelar un imposible,
mientras yo para ti debo ser sólo
la voz que te llama en lo intangible.
Si algo noble queda en mí será una ofrenda,
y que conserves de mi vida lo mejor:
este vacío que se llena con tu risa,
y que llamo inútilmente "amor".
Y vuela con tus alas… ¡vete lejos!
No te conviene acudir hasta mi vera,
que en mi jardín reinó siempre el silencio
y se extinguieron –sin llegar– las primaveras.
Te agradezco el llanto y la sonrisa,
y la luz que desprende tu existir,
pero en las sombras donde estoy eso no basta.
No soy digno de tu amor y tu sufrir.
Ángel que vives en la luz,
tú que no entiendes mi adiós, mi oscuridad;
comprende al menos que a tu bien, para los dos,
lo más sensato es vivir en soledad.