Reservado

Capítulo 2

La vida nunca es como nosotros esperamos. Hacemos planes y planes y, al final, todo se sale de nuestro control. Nada suele ocurrir como teníamos planteado. Nos pasamos la vida planeándola y olvidamos que es imposible controlar lo que ocurrirá, que perdemos el tiempo organizando tantas cosas que al final nunca ocurren como queremos. Esto no significa que tenga que ser malo, pero en este caso sé que lo será.

Avanzo por el camino al campo de fútbol con Sarah y Amy a cada lado. Me van echando miradas disimuladas y ni siquiera me hace falta que digan nada para saber lo que están pensando. Sé que piensan que tengo que perdonar, que dejar el pasado atrás. Pero ellas no estaban allí. El sufrimiento que viví lo viví sola y, por eso, jamás podrán entender que nada de esto es fácil para mí.

Llegamos al campo y a lo lejos puedo ver como Tony tiene un aspecto cabreado mirando a todos con cierto desagrado. En ese justo momento, su mirada conecta con la mía y el enfado se vuelve alegría mientras la comisura de sus labios se van elevando hacia el cielo. Justo en ese momento comienza a correr hacia nuestra dirección sin importar que el resto del equipo le grite por ello.

  • Pero bueno, ¿a qué debo esta agradable visita, amores míos? – dice Tony cuando se acerca mientras hace una reverencia.
  • Buscamos al entrenador – dice Sarah mientras se acerca para darle un abrazo.
  • Mal momento entonces porque está de un humor de perros. Todos se están peleando como siempre cuando empieza la temporada. Es como una tortura. – Tony se separa de Sarah y va acercándose lentamente hacia mí, con cierta actitud de cautela - ¿Ha pasado algo con tu padre?
  • De momento no, pero ahora lo averiguaré – dije con una sonrisa que más bien pasaba por mueca. De repente se acercó y me dio un abrazo al más puro estilo oso.

Siempre conseguía hacerme sentir mejor. Tony no era una persona de grandes palabras, nunca daba un discurso pomposo ni trataba de levantarte el ánimo diciendo cualquier tontería. Él simplemente estaba ahí y, para mí, eso era más que suficiente. A veces no queremos escuchar, a veces solo queremos sentir y eso es justo lo que él siempre daba.

Me pasó un brazo por encima de mi hombro atrayéndome hacia él. Tony es todo lo que cualquiera puede desear en un hombre. Es alto, atractivo, con ojos verdosos, pelo castaño y con un cuerpo de infarto. Además, es cariñoso, atento, amable, gracioso, un amigo inigualable. Su único problema. Muy fácil, que es gay ¿Por qué los mejores siempre son gais? Qué mundo más injusto.

  • Ven que te acompaño – señaló mientras portaba una sonrisa genuina.
  • Tony, tú sabes que te quiero mucho y tal, pero… - dije mientras alzaba la vista para mirarlo a los ojos gracias a la diferencia de altura – cuando estás tan sudado no hace falta que te pegues tanto.

Soltó una carcajada muy fuerte a la vez que me apretaba todavía más contra su pecho.

  • Tú me adoras y lo sabes. Especialmente sudado – dijo esto último guiñándome un ojo.

Solo me limité a reírme y negar con la cabeza. Hablar con Tony me daba la vida. Siempre conseguía que los males salieran por la ventana. Además, es con el único con el que me siento tan a gusto como para hacer este tipo de bromas sin que mi cara se vuelva de un color tan rojo que parezca que voy a reventar.

Seguimos avanzando hasta llegar a los vestuarios. Tony señala en esa dirección con la cabeza y ya sé que está en su despacho.

  • Bueno ahora vengo – digo mirando atrás e intentando camuflar todos los nervios que comenzaban a aflorar.
  • Tranquila que no será nada. Tú puedes con todo – dijo Amy mientras se acercaba y me daba un beso en la mejilla.
  • Te esperamos aquí – la acompaña Sarah imitando el gesto en la otra mejilla.

Asiento y me doy la vuelta dirigiéndome hacia el despacho. Cuando me acerco la puerta está entreabierta. Toco y entro cuando oigo una voz fuerte indicándome que lo haga.

  • Hola papá – digo en un tono casi inaudible y con un semblante muy serio.
  • Hola Kara

Él está sentado detrás del escritorio, vestido de chándal y con un silbato que cuelga del cuello. Cualquiera que lo viera reconocería que es mi padre, es innegable. La única verdadera diferencia entre ambos es la altura que saqué de mi madre. Los ojos, el color del pelo, la nariz, la expresión, en todo soy igualita a mi padre.

Como de costumbre, su mirada es severa, su semblante serio y su voz fuerte y cargada de autoridad. Sin embargo, cuando alza la vista para mirarme, esta se suaviza. De repente, me devuelve a esos momentos cuando era niña y me enseñaba a montar en bicicleta, cuando jugaba conmigo por las tardes en el jardín del hotel o cuando me ayudaba con los deberes. Viajo a esos días que nadábamos en la piscina por horas o me enseñaba a jugar al fútbol, aunque nunca fuese lo mío. Me transporta a esos tiempos cuando éramos una familia feliz, cuando no tenía preocupaciones, cuando la vida no me había castigado de la manera que lo hizo.  

Aclarándose la garganta me devuelve de golpe a la realidad. Vuelvo a enfocar la mirada e intento mentalmente decirme que no sea desagradable. Intento darle la oportunidad, no ser así con él, pero siempre hay algo que me recuerda todo y me frena sin dudarlo. Siempre me ha costado intentar no tratarlo mal, pero hay que intentarlo ¿no?

  • ¿Qué quieres?




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