¿Cansada sería la palabra? Puede ser, digamos que si es cansada. Llegas después de trabajar por la mañana, ir a clases y volver a trabajar al medio día. Parece que no queda tiempo libre para que descanse ni diez minutos. Y justo cuando llega la tarde, que parece que vas a poder relajarte, aunque sea un poco, aparece más trabajo de debajo de las piedras.
Pero hoy, hoy es un gran día. Después de llegar de vuelta de un viaje – dejémoslo en inquietante – con Henry y de tener que trabajar en el almuerzo, mi madre se acercó a mí con una mirada bastante serena y una sonrisa en sus labios.
Y con esa simple frase y un salto acompañado de un grito eufórico por mi parte, me lleva a estar en mi habitación planteándome tres opciones que, evidentemente, tengo expuestas en la cama para que sea más visual.
Primera opción: puedo ponerme el bañador e irme a la piscina con un buen libro. Todavía hace bastante calor y tener una piscina de ese tamaño en casa es un auténtico lujo, que por cierto pocos utilizan aquí. Además, leer es lo mejor del mundo, sería una manera perfecta de evadirse de la realidad.
Segunda opción: puedo agarrarme un buen bote de helado, encender la tele y pegarme toda la tarde enganchada a películas que son tan clichés que te suben el nivel de azúcar, pero que disfruto como una niña pequeña.
Tercera y última opción: puedo plantarme las mallas e ir a sudar un ratito que hace mucho que no lo hago. El deporte siempre consigue relajarme – si lo sé, la mayoría se cansa, pero no hablo físicamente, sino psicológicamente – y así tampoco estaría apalancada en una silla. Si me vieseis físicamente jamás afirmaríais que hago deporte. Nunca tiene grandes resultados, pero lo disfruto igual. Así que, que le den al que piense que no sirve para nada.
Después de un rato, aquí sigo delante de mis tres opciones. Contra todo pronóstico, y sin darle muchas más vueltas, me pongo las mallas, el sujetador deportivo, los botines y me hago una coleta muy alta. Como al gimnasio del hotel nunca entra nadie, me puedo permitir el lujo de ir sin camiseta que nadie se va a fijar.
Muy dispuesta, y antes de que cambie de opinión, salgo de mi habitación y bajo por las escaleras hasta llegar al gimnasio. Como de costumbre esto está más muerto que Jack en Titanic.
Sin pensarlo entro y conecto el móvil al altavoz que hace retumbar la música por toda la sala. Es fácil saber que música voy a poner. ¿Lo averiguáis? Jlo obviamente. La sala es bastante grande y espaciosa así que te permite moverte sin límites. Nada más que empieza a sonar Dance Again, voy andando como si estuviese en el escenario utilizando la botella de agua como micro y empiezo a hacer una imitación – bastante ridícula debo admitir – de mi querida ídolo.
Sigo avanzando en dirección a la bicicleta de spinning haciendo un movimiento de caderas que, si en algún caso se pareciese a la original, quedaría bastante bien, pero honestamente lo dudo. Me pega más hacer el ridículo, para que mentirnos.
Justo en ese momento escucho una voz carraspeando por detrás de mí. De un salto me doy la vuelta y puedo jurar que toda la congregación de tomates del mundo jamás llegaría a alcanzar el color de mi cara ahora mismo. Y ¿sabéis que es lo peor? Que se está riendo. SE ESTÁ RIENDO.
Ahí está Henry con una camiseta de deporte de tirantes, unos pantalones cortos, el pelo alborotado y una botella de agua en la mano.
La vergüenza se va mezclando con ira cuando veo que continúa entrando con aires de superioridad en mi dirección mientras se ríe a carcajadas. Bueno, pues acabo de llegar a una conclusión, o se ríe de fútbol o se ríe de mí, no hay más.
Sin prestarle más atención, me di la vuelta y me dirigí al que había sido mi objetivo, me subí y empecé como si nada. Pero claro, Henry no me iba a dejar en paz. Sin dudarlo, se subió en la bici que había justo al lado mía y la puso imitando la dureza de la mía.
Tras unos segundos donde solo se podía escuchar la música, decidió romper mi querido silencio.