Nadie llega a comprender realmente que significa para mí los viernes por la noche. Es el único momento de la semana que verdaderamente siento que puedo respirar con tranquilidad, que nada ni nadie puede romperme mi momento, que no me importa en absoluto lo que piensen los demás o si me juzgan. Es el momento de la semana donde siento que la paz me inunda y me deja vivir.
Por eso, con toda la emoción que me invade, me bajo del coche mientras escucho como Sarah, Tony, Amy y Henry hablan animadamente, pero que no soy capaz de concentrarme en escuchar. Mi cerebro está en otro lado y, por eso, no me doy cuenta de que las chicas se van con Tony hacia el bar mientras yo me dirijo a mi habitación.
Entro en el ascensor y pulso el botón de la primera planta y justo cuando se empieza a cerrar la puerta, una mano la frena volviéndose a abrir. Henry entra y se coloca a mi izquierda en silencio, ambos mirando al frente.
Sin más, entro corriendo en mi habitación y me dirijo directamente al armario. De allí cojo los pantalones negros de tiro alto con la blusa blanca de tirantas y las botas negras de tacón. Me voy corriendo al baño mientras me voy desnudando de camino lanzando toda la ropa por el camino, verás que desastre luego para recogerlo todo.
Una vez vestida, me pongo un poco de maquillaje, una raya negra en los ojos y la máscara de pestañas. Turno de encargarse del pelo, como cada vez que trabajo de noche, me hago un moño bajo con la raya al lado y un mechón suelto que suele acabar detrás de la oreja.
Diez minutos de reloj y ya estoy saliendo de camino al bar. En la barra está mi madre con un atuendo muy parecido al mío. Hoy hay más gente de lo normal, esta es la única zona donde puede entrar cualquiera sin necesidad de ser huésped del hotel, así que suele llenarse con personas que viven cerca.
Pues hora de trabajar así que, colocándome al lado de mi madre, empiezo a atender a los clientes.
Son las once menos cinco, el momento se acerca y los nervios me asaltan, pero no esos de los que te hacen pasarlo mal, sino de los que sabes que viene algo maravilloso.
Todas las miradas se van posando en mí y todos los conocidos se van colocando con comodidad en sus asientos a la vez que las conversaciones van decayendo, produciéndose un casi silencio.
El reloj toca las once en punto y ahora sí, todos guardan silencio observando como salgo de la barra y me dirijo al otro lado de la sala, donde están orientadas todas las mesas a modo de expectación.
Todavía no había decidido que hacer hoy, pero ese camino tan corto siempre consigue iluminarme. Me siento y veo como el foco se dirige directamente hacia mí y todas las miradas lo siguen esperando con entusiasmo.
Sin más pongo las manos encima de las teclas y una cover de In your Eyes de The Weekend empieza a sonar en el piano a lo que pongo voz con el micrófono que se encuentra enfrente de mí.
Dejo que las notas fluyan por todo mi ser dejándome llevar por el ritmo que voy marcando. Las miradas de todos los que están sentados se van iluminando dejándome sentirme llena, orgullosa, aunque sea de un solo aspecto de mi vida. Le estaré eternamente agradecida a mi madre por permitirme hacer esto todos los fines de semana, por dejarme liberarme de todo lo que me hace daño desde dentro, por poder sentir un gramo de felicidad, por dejar que haga lo que le da sentido a mi vida.
Cuando estoy en el piano, suelo mirar a mi alrededor, pero nunca consigo ver nada de nada. Es como mirar a la nada y no estar viendo realmente nada. Sin embargo, hoy hay algo que capta mi absoluta atención. Ese algo es Henry apoyado en la barra mirándome fijamente, y sé por su mirada que no puede creerse lo que ve. Para ser honesta yo tampoco me creería que yo, la que siempre pasa desapercibida y que no destaca realmente en nada, que es tímida a más no poder y trata siempre de ocultarse, esté aquí cantando delante de todo un bar lleno de personas.