Reservado

Capítulo 25

Una habitación rodeada de absoluto silencio acompañada de tan solo dos respiraciones. Son dos respiraciones alteradas cuyos dueños se miran con el dolor de todo lo que no pueden parar de sentir.

Las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas mientras sus ojos empiezan a llenarse de lágrimas que no deja escapar. Puede que todo parezca desmesurado, pero la sensación de ser a la que cambiaría en cualquier momento, la que no le importa en lo más absoluto o la que le amarga los días no para de dar vueltas por mi cabeza. Es solo falta de información, pero a las personas como yo puede hacer que se convierta en absoluto veneno.

No saber lo que siente, piensa o vive todos los días hace que mi imaginación tenga la necesidad de sustituirlo, provoca la ansiedad de crear todas las distintas posibilidades. Pero como siempre, mi propia cabeza me hace más daño de lo que la realidad tiene preparado para mí.

Ver esos ojos azules conteniendo las lágrimas solo me hace sentirme más culpable. Todo esto es culpa mía, soy yo la que lo ha creado. Quizás tendría que haberme callado.

Los segundos parecen horas donde Henry solo lucha contra sí mismo sin despegar su mirada de la mía.

  • ¿Crees que no me conoces? – pregunta con la voz entrecortada como en un suspiro.
  • Henry yo…
  • Solo soy un fracaso más – musita bajando la mirada a mis pies y dejando que las lágrimas ahora sí fluyan por sus mejillas.
  • ¿Qué? – pregunto con confusión limpiando las lágrimas que siguen cayendo.
  • Eso es lo que soy, un fracaso – repite dejando caer los brazos casi inertes a los lados de su cuerpo y la cabeza totalmente agachada.
  • ¿Qué dices? Tú no eres un fracaso – exclamo tratando de acercarme con cautela. Henry no parece oponer ningún tipo de resistencia y, por eso, continúo avanzando hasta coger una de sus manos. Ese simple contacto parece mover algo en él y, agachándome un poco, trato de buscar su mirada perdida –. ¿Por qué dices eso?
  • Es lo que todos piensan.
  • Yo no pienso eso para nada.
  • Me estás diciendo que me crees capaz de hacerte todas esas cosas, que esa es la imagen que tienes de mí – afirma quitándose con furia las lágrimas con la mano que le queda libre y soltando la mía –. Soy el que nadie quiere, aquí está la prueba. Solo soy el fracaso, la decepción de todos, el que siempre consigue defraudar – su respiración está completamente agitada, su pecho sube y baja a gran velocidad y no para de llorar. Sus brazos se mueven gesticulando sin parar y sus ojos viajan por todos los lados de la habitación, pero nunca recaen en mí.
  • Henry eso no es verdad – afirmo cortando su retahíla de autodestrucción.
  • Claro que es verdad. Acabas de decir que solo te quiero para pasar el rato, que te dejaría por cualquiera. Algo he vuelto a hacer para que pienses eso de mí.
  • Yo no quería decir eso – admito negando rápidamente.
  • Pero lo has dicho – sentencia mirándome de vuelta.
  • Yo solo quiero que te des cuenta de que no puedo estar todo el tiempo sin saber nada de ti.
  • Yo no soy así, yo no comparto mis cosas porque defraudo a la gente – admite volviendo a liberar más lágrimas, lo que consigue que su pecho suba y baje con fuerza.

No sabéis lo tremendamente chocante que está siendo ver a alguien que suele tener una fachada de tío bueno, amable y alegre, romperse de esta manera. Tan solo verlo llorando consigue que me duela mucho más porque sé que hay algo que le hace daño y que probablemente nadie conozca.

  • No me vas a defraudar Henry, creo que tendrías que currártelo para conseguirlo. Bueno eso o ponerme los cuernos – ambos soltamos una leve carcajada mirándonos a los ojos –. Sabes toda mi mierda de relación con mi padre, mis extrañas manías y gustos o mis dificultades con prácticamente todo. Igual que todavía no te he espantado, tú tampoco lo conseguirías.
  • Eres consciente de que te estás contradiciendo con todo lo que has dicho antes, ¿no? – pregunta con un poco de sorna.
  • Sabes lo insegura que soy Henry. Que me ocultes tu vida me da miedo porque me echo la culpa de todo – admito bajando la mirada. Él tira de mi mano hasta que ambos quedamos sentados frente al otro en la cama sin separar nuestras manos.
  • Tú no tienes la culpa de nada Kara – dice dando suaves caricias sobre mi mano.
  • ¿Y por qué huyes entonces? – pregunto con cierta desesperación.
  • Porque es más fácil hacerte pensar que no tengo problemas a que los descubras – admite evitando mirarme a la cara.
  • Nadie es perfecto, todos tenemos problemas – aclaro utilizando mi mano sobre su mejilla para que vuelva a mirarme –. ¿De verdad piensas que yo creo que eres perfecto?
  • Supongo que es más fácil intentarlo – admite con media sonrisa y encogiéndose de hombros.

Es curioso porque, a pesar de que el tono de la conversación ha cambiado por completo, ninguno de los dos ha parado de llorar en ningún momento. Supongo que abrirse por primera vez cambia mucho las cosas.

  • Es mi familia – admite dejándome descolocada –. Son ellos los que me hacen ser así. Hace tiempo que averigüé por qué.
  • Y entonces ¿qué es lo que ocurre? – pregunto deseosa de saber lo que sucede.
  • Desde que nací mis padres han tenido unas expectativas conmigo. Primero tenía que ser el inteligente y más guapo de la clase, el niño perfecto del que presumir con sus amigos. Cuando vieron que no era así, que tenía muy buenas notas, pero estaba gordo, llegó la primera decepción, el primer fracaso. Cada partido perdido en el instituto era una deshonra, cada notable en el instituto era un fracaso y así con todo.
  • Pero bueno, ¿qué barbaridad es esa? – pregunto con indignación –. ¿Por eso te pones tanta autoexigencia en los partidos?
  • Supongo que eso es algo que se te queda después de haber estado tantos años así – admite encogiéndose de hombros –. Lo único que no quiero es que te compadezcas de mí o me mires con pena, eso no puedo soportarlo.
  • Sabes que no soy así. Yo soy la viva imagen de que no hay que tenerle pena a la gente que por causas de la vida sufre.
  • La última ha sido más reciente.
  • ¿Cuál? – pregunto con curiosidad.
  • El año pasado entré en derecho. Ellos querían tener a sus dos hijos abogados en un gran bufete y ganando mucho dinero. Pensé hacer lo que ellos querían, igual que al entrar en el equipo de fútbol.
  • Pero ahora estudias Literatura ¿no? – pregunto con confusión.
  • Les planté cara y me cambié. Eso me ha traído muchas broncas y por eso juego en el equipo, porque si no no me pagarían la carrera.
  • ¿Es en serio?
  • Me encantaría decirte que exagero, pero no. Todo tiene que ser a su manera.
  • ¿Cómo fue eso de plantarle cara?
  • Pues… ¿recuerdas la noche de Halloween en la fiesta? – pregunta con una mueca en su cara.
  • Como para olvidarla.
  • Pues la llamada era de mi padre para darme otro palo – admite con vergüenza.
  • No puedo creerlo – niego con la cabeza viendo como ahora encajan todas las piezas del puzzle –. ¿No era más fácil contarme esto que gritarme? ¿O decirme que había líos de familia al menos?
  • Si hiciese eso no sería el fracaso que soy.
  • Henry no digas eso nunca más – le recrimino apretando su mano y subiendo la otra a su mejilla –. Ni has sido, ni eres, ni serás un fracaso. Eres Henry con sus más y sus menos, pero siendo maravilloso como es. ¿Tienes que mejorar en algunos aspectos? Pues sí, pero eso es así con todos los humanos.
  • Eso no es verdad… – musita en voz baja.
  • ¿Sabes que ser humano te hace aún más atractivo? – pregunto sacando media sonrisa de lado.
  • Venga ya, exagerada – dice soltando una leve sonrisa mientras limpia las lágrimas que resbalan por su cara.
  • No exagero. Me gusta ver tus puntos débiles también – aclaro imitando su gesto de limpiar mi cara –. Ahora yo no soy la loca rarita con problemas, estamos juntos en esto.
  • Suena un poco triste eh, no es por nada.
  • Pues no, es bonito.
  • Si tú lo dices…
  • Ven – tirando de su mano, me tumbo en la cama boca arriba y le invito a que se apoye encima de mí. Henry coloca su cabeza en mi pecho rodeándome con sus brazos y yo hago lo mismo rodeándolo a él.
  • Creo que ya no podía más – admite escondiendo su cara de mí –. Estaba llegando a mi límite.
  • ¿Sabes que llorar libera? Parece que no, pero ayuda bastante.
  • Ufff – no estoy viéndolo, pero sé de sobra que ha empezado de nuevo a llorar.
  • ¿Sabes que hay una canción que me recuerda un montón a ti? – pregunto acariciando suavemente su pelo.
  • ¿Ah sí? – en ningún momento levanta la cabeza para mirarme, pero sé que ahora está mucho más tranquilo.
  • Sí, ¿quieres que te la cante? – pregunto esperando que me devuelva la mirada, gesto que hace levantando levemente la cabeza y asintiendo con una leve sonrisa y los ojos empapados.




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