Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 05. Evelyn

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 05.
Evelyn

A pesar de lo apretada de su agenda, Matilda aceptó la invitación de Cody para comer, pues de todas formas tendría que hacerlo, y el camino hasta la Isla Moesko aún era largo. Fueron a una pequeña fonda de comida casera cerca de la escuela, que Cody le recomendó ampliamente. Siguieron hablando un poco más del tema en cuestión, pero en su mayoría aprovecharon el tiempo para ponerse al corriente, platicar sobre lo que habían hecho todo ese tiempo, y actualizar sus números de teléfono y correos electrónicos para ponerse de acuerdo sobre cuándo Cody podría ir a Eola y conocer a Samara; quedaron de pactar un día de la semana siguiente, dependiendo de cómo la niña respondiera durante esos días.

Matilda sólo se tomó una hora exacta para comer, y luego se despidió y retiró, aún con algo de comida en su plato. Debía tomar de nuevo la I—5 hacia el sur, llegar a Tacoma, y luego volver a subir hacia el norte, formando una "U" en el mapa de su GPS, misma que le tomaría de dos a dos horas y media, hasta llegar a Port Townsend.

Para esos momentos ya se encontraba algo agotada. Estaba despierta desde muy temprano, y casi todo ese tiempo lo había pasado conduciendo por carretera. Se sentía tentada a quedarse a dormir en Port Townsend o en Olympia una vez terminada su cita, ya que la sola idea de tener que conducir de regreso hasta Salem le provocaba bastante pereza. Sin embargo, en la mañana tenía que ver a Samara temprano, pues así lo había programado el Dr. Scott; una parte muy grande de ella estaba convencida de que lo había hecho apropósito, sabiendo de antemano que tendría que hacer todo ese viaje. Pero fuera como fuera, dormir lejos de Eola esa noche no era una opción.

Llegó a Port Townsend un poco antes de las tres y media, pero tuvo que esperar el ferry hasta las cuatro. Durante el tiempo de espera, y durante el transcurso del mismo viaje, aprovechó para estirar las piernas, mandar algunos correos, y reposar un poco en el asiento de su auto. También intentó ensayar en su cabeza lo que diría y haría una vez que llegara al Rancho de Caballos Morgan, y se reuniera con el padre de Samara.

La intención original era revisar la opinión de la psiquiatra tras esos días de haber hablado con su hija, así como informarle de cuál sería el plan de seguir de ahí en adelante. Sin embargo, luego de leer la información que Eleven le había hecho llegar, lamentablemente la conversación de seguro tendría que desviarse a ese tema.

Igual tenía que ver con él la idea de que Cody pudiera platicar con Samara algún día cercano. Claro, lo nombraría como un colega de la Fundación, lo cual no era una mentira. Pero no le diría con exactitud porqué pensaba que le podría ser útil. Tampoco tenía pensado comentarle lo que había hablado con Cody esa mañana y su teoría sobre la verdadera naturaleza del Resplandor de Samara; era en efecto sólo una teoría hasta ahora, después de todo. Lo que menos deseaba era que comenzara a hacerse ideas en su cabeza que no eran, sobre todo con respecto a los efectos que podría haber tenido en la mente de su esposa.

El ferry la dejó en la Isla alrededor de las cuatro cuarenta. Desde que se estaban acercando, a Matilda le llamó la atención el emblemático faro que se alzaba a lo lejos, aparentemente no en funcionamiento para esos momentos. El cielo se había puesto totalmente gris, y se escucharon relámpagos a la lejanía. Aún no caía ni una gota de agua, pero estaba segura de que no tardaría mucho en empezar. El lugar era relativamente pequeño, y no tardó mucho en dar con el Rancho de los Morgan; parecía ser de alguna forma el sitio más conocido de la Isla.

El lugar se veía algo concurrido, a pesar de la hora. Trabajadores iban y venían, acarreando a los caballos, dándoles de comer, reparando algunas cercas... No sabía mucho de caballos, pero los que alcanzó a ver, le parecieron realmente hermosos, desde su forma, hasta su trote. ¿Habrán sido esos los únicos que sobrevivieron al incidente?

Condujo el auto hasta la casa principal, y lo estacionó justo enfrente de ella. Richard Morgan, un hombre alto y robusto, de cabellos negros, adornados con unas cuantas canas, salió a su encuentro desde la puerta, aún antes de que ella saliera del vehículo. Lo reconoció de inmediato, pues había buscado con anterioridad fotos suyas en internet. En cuanto la vio, una amplia sonrisa de alegría se dibujó en los labios de aquel hombre.

—Dra. Honey, si no me equivoco —expresó con entusiasmo, mientras bajaba los escalones del pórtico—. Es un placer al fin tenerla delante de mí.

—El placer es mío, señor Morgan.




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