Sentado bajo la lluvia analizo cada movimiento del viento empujando las frondosas copas de castaños alineados sobre setos recortados por manos expertas. Me quedo con la copla minuciosamente rítmica, agregando al ambiente resentidas asonancias.
Se retuercen acariciando y acariciándose entretiempo. Ecos de su reyerta llegan hasta mis pensares de inexperto cazador de conmociones.
También lucho al igual que esos gigantes levantados al paso del tiempo. Sé lo que debe saberse no por cuestión de prepotencia sino de espartano pragmatismo. Dicen que lo que sube, antes o después, baja así pues descenderé de mis postulados inamovibles para caer en sus brasas...
¡Esto si es menester! Y de serlo morderé incólume el polvo acumulado en repisas sin trofeos y senderos sin huellas. A la sazón mi sesera vuelve a martillearme con su cantinela tan ceñida como machacona:
—¡Tu cuerpo es una cáscara vacía incapaz de llenarse!
Lo niego categóricamente. Sacudo mi traje de aguas; tropiezo a cada palmo con don viento, acomodado en su función de azotar con mil látigos y una falsa promesa. Yo ocupado y atareado en quehaceres mundanos sufro este desapacible día invernal que me recuerda al recuerdo más profundo…
Quizás su invisible aliento deba y necesite exoneración, valorar momentos vividos de manera salvaje y única. Tal vez seamos un poco así; ángeles y demonios que desnudos cubren sus vergüenzas para creerse personas de fe y personas sin ella.
El líquido contenido en las nubes persiste en ducharme, sajando mi carne. Tatarea en abundantes duchas viejas canciones transgresoras escondidas en el hueco de la pared. No obstante debo centrarme en lo que me ocupa. Doy vueltas a la cabeza y la cabeza me da vueltas como una bola de infaustas ideas. Ahogado bajo este aguacero procuro razonar sobre el sentido de la vida y del vivir.
Así a fuerza de rutina nuestro entorno torna costumbrista. Presto atención a cuatro caminantes a dos pies, mal contados, alegrándome de no ser el único. Aventureros o desventurados caballeros caminamos con dificultad por la ciudad que de dormir no despertará.
Maltratados sin piedad por esta inhóspita climatología. Corren los más precavidos hacia lugar seguro, blasfemando tan paupérrima disposición del día. Tratan, yo incluyo, de esquivar objetos volantes empujados por tan vesánico resuello…
Provienen de todas partes. Vienen se quedan un rato y se van agitados, quebrados, sin voluntad para hacer algo. Ni valientes para retarlo en duelo ni cobardes para seguir viviendo en deshonra. Nadie en justa de caballeros saliendo a hombros.
Fuerzas de la naturaleza reinando acá donde los nombres propios pierden sus apellidos. ¿Y nosotros? Despreciables cortesanos frágiles. Quizás no sea tan así sino víctimas de nuestra circunstancia humana.
Todo este infierno desatado desde las alturas me resulta ajeno y al mismo tiempo personalizado. Es como si por ignorarlo tácitamente se recalentaran mis huesos dentro de una burbuja de aire cálido.
Al fondo la mar revuelta charla despreocupada con las olas. No le importa que la espuma muera sobre el rompeolas, cubriendo el paseo marítimo con capas gruesas de color blanco. ¿Qué podemos los hombres ante semejante muestra de poder?
Virulento hálito ventoso golpeas mi rostro a puñetazos de abulia. Enhorabuena por ello porque a lo mejor algún día se te pague con la misma moneda. ¿Y tú? Furibunda lluvia compuesta de millones de gotas y gotas a millones. Labras paisajes desapacibles y cenicientos ¿dónde recolectar la naciente cosecha?
Has repartido cartas y claramente me la has vuelto a jugar. Ni un solo comodín en mi mano por lo tanto volvamos a empezar desde el principio de formas y maneras.
Algo me hace proseguir sin querer preguntarme ¿por qué? Si trato de demostrar algo ¿qué pueda ser? Preguntas alcahuetas, así lo siento y así debo indicarlo. La boca se me llena de lluvia y lluviosamente la semana parece malgastarse…
Resquicios por donde meter a presión segmentos de voluntades perdidas en calzadas angostas, recorridas in saecula saeculorum. Sea como fuere no merece la pena esforzarse cuando ni el sol se molesta en brillar desde su atalaya solariega. Buena intención la de recibir presentes bienintencionados cotejando sinrazones. No puede haber hervor cuando las llamas de nuestras almas se han apagado.
Lo veo por el rabillo del ojo restando importancia o cuanto menos tratando de que no se note demasiado. ¡Es mi sentido común el que hasta aquí me ha traído! Tal vez no sirva de nada navegar a bordo del barco de Magallanes. Quizás ni salvando mares revueltos e inexploradas aguas escupidoras de peces de afiladas aristas…
Acá voy, paso sin pasos pues no deseo ceder ante los desalmados elementos conjurados contra este humilde don Quijote de hojalata. La mala fortuna se alía con los débiles, cebándose sobremanera. Por ende debo ser el eslabón perdido encontrado; primer y último gran maestro estólido aprendiz de mucho y sabio de poco. Frágil cuan vuelo de mariposa recién salida de la crisálida. ¡No salgas ahora! Está lloviendo...
Todos merodeamos arrinconados a la par de destellos y negruras pasajeras. Personas extrañas y extraños personajes. Individuos peculiares, raros, divagadores y distantes. Mas ¿podemos tirar la primear piedra? Si tienes dos manos no. Tercos redomados, espurios, antipáticos, sicalípticos empero ¡ojo! Corremos riesgo mientras señalamos de ser señalados.
En este instante soy un bellaco entrañable en clara desventaja al hallarme desarmado frente a los elementos y la conciencia. Desde la distancia prudencial del ayer se ven las cosas de diferente condición. Arropémonos con gabanes de soledad y frías telas.
Respiro desganado a la par que contrariado. No puedo dejar de cerrar contra el pecho mi traje de aguas. Escupo lluvia y ¡qué rayos! Sabe a polución y a ciudad de almas podridas.
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Editado: 23.04.2024