Reto uno: Enamorar al nerd

3. Chocolate

 

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3. Chocolate 

Clary

   —Sabía que llegaríamos tarde —suspiró Joshua molesto —.Y sabía que eras una persona poco inteligente, ¿pero era necesario que pasaramos a la cafetería por cinco barras de chocolate? 

   —Totalmente necesario —contesté mientras esperábamos a que el profesor nos abriera la puerta del salón —.El chocolate me hace feliz, supongo que tu deberías comerlo más seguido. 

   Me miró con cara de pocos amigos, así que lo más inteligente que se me ocurrió fue romper un pedacito de mi chocolate y ofrecerselo como una señal de paz. No me sorprendió que lo rechazara.

   —¿Sabes, Clary? Yo soy un chico muy feliz, no necesito tu chocolate —respondió mirándome con los ojos entrecerrados.

   —Deberías comunicárselo a tu cara, parece que aún no se entera.

   Después de un minuto el profesor se dignó a abrir la puerta, nos miró molesto y .luego de explicarle la situación nos permitió pasar; Joshua me llevó mi mochila hasta el fondo del salón, donde se encontraban mis amigos, enseguida se sentó en el pupitre más cercano a la puerta.

   Su “caballerosa acción”, (aunque de caballerosa no tenía nada), llamó la atención de todos nuestros compañeros. No sabía si se sorprendían de vernos juntos, o de que nos comportaramos como las personas maduras que somos y no nos estuviéramos sacando la lengua mutuamente, como suelen hacer los niños pequeños.

   —¿Estás bien? —preguntó Polo entre susurros —.Cuando Miller te dio el balonazo le rogamos al entrenador Smith que nos permitiera ser nosotros quienes te llevaramos a la enfermería, pero dijo que ningún profesor en su sano juicio nos dejaría andar a los cinco solos por la escuela, lo siento...

    Asentí con una sonrisa, sabía que de haber podido uno de ellos me habría acompañado, además de que debían darle las pláticas a los de primer año o de lo contrario la directora los regañaría. 

   —¿Me pasas los apuntes? —susurré tratando de cambiar el tema, le lancé uno de mis chocolates a Polo. 

   Él sacó el cuaderno de Diane y me lo entregó.

   —Terminé hace rato, puedes copiar los apuntes desde mi libreta, ya que la letra de Polo es ilegible. —Vi a mi mejor amiga tratando de hablarme sin voz. Era una forma de comunicación que habíamos desarrollado a raíz de que los profesores siempre nos regañaran por hablar en clase.

   Agradecí haberme lastimado la muñeca derecha, y no la izquierda, ya que si no sería incapaz de escribir; Supongo que siempre he amado ser zurda.

   Mientras transcribía los apuntes levanté la mirada y pude ver a Joshua mordiendo su lápiz, cosa que nunca lo había visto hacer. 

   Mientras el profesor explicaba con suma pasión la importancia de las matemáticas en nuestra futura vida laboral, «la cual con suerte tendremos los que seremos contratados por nuestros padres porque creen que somos unos babosos a los que nadie querría en su empresa», saqué una pequeña libreta roja y decidí que sería buen momento para agregar un par de puntos en mi lista llamada “Razones para odiarlo”.

 

“Muerde los lápices”. 

No come chocolate”. 

 

   El timbre de recreo sonó provocando que toda mi clase soltara un sonoro suspiro y cerraran sus libros de golpe. El profesor miró a sus alumnos atónito, puso los ojos en blanco y salió molesto del salón. Lo siento señor Garway, algún día encontrará a un ñoño igual de apasionado que usted.

   Por más estricto que pareciera el Casto College, en realidad no lo era. Varios de los alumnos éramos la muestra de eso, algunos solo estábamos en ese colegio porque nuestros padres aportaban buenas cantidades de dinero, las cuales eran imposibles de rechazar.

   «Claro, también influía que nuestros padres fueran amigos de la directora, y que los cinco payasos del salón fuéramos íntimos amigos, casi hermanos, de su hijo».

   Aún así todos los alumnos sabíamos mantener las apariencias. 

   Vi como mis compañeros empezaron a salir ansiosos por correr a la cafetería y tratar de conseguir pizza, todos los primeros días nos recibían con pizzas y sodas.

   A diferencia de ellos, nosotros cinco nos quedamos en el salón para platicar con tranquilidad.

   —¿En realidad estás bien? —cuestionó Diane con preocupación al mismo tiempo que acomodaba mi cabello. —Tratamos de acompañarte pero el profesor Smith nos lo impidió —confesó con pena.

   —Pero mira el lado bueno —interrumpió Nathan —.Te compramos gomitas en la cafetería —sonrió lanzándome un paquete de gomitas de sandía.

   —¿Cómo les fue con los de primero? —Me llevé uno de esos dulcecitos a la boca.

   —Uno de esos babosos me llamó tonto, ¿dónde quedó el respeto? ¡podría ser su padre! —Mi mejor amigo me robó uno de mis dulces mientras me miraba indignado, como si yo lo hubiera “tonteado”. 

   —Güey, si fueras su padre significaría que lo engendraste a los dos años.

   Polo hizo una cara de confusión y parpadeó un par de veces mirando al rubio.

   —Drew —intervinó Nathan sacando unas gomitas de mi bolsa —.Sabes que las matemáticas nunca fueron su fuerte.

   —¿Quieren ir a mi casa luego de clases? Mi madrina realizará un trasplante de corazón, lo que significa que no llegará hasta muy noche. —Diane se levantó de su pupitre y se acomodó la falda del uniforme.

   Había muchas cosas acerca del colegio de las que me podría quejar, afortunadamente el uniforme no era una de ellas.




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