Había sido una casualidad de lo más tonta.
Norma había terminado sus deberes laborales más temprano de lo habitual, por lo que decidió irse a casa para darle una sorpresa a su prometido, Bernardo. Él trabajaba como editor de una revista online, por lo que laboraba en casa. Se habían conocido cuando el hombre acudió a su oficina con el objetivo de decorar la casa de su hermano, como una sorpresa por su cumpleaños. Habían convivido bastante en aquel entonces, y fue cuestión de tiempo para que comenzaran a salir. Tenían pocos meses de haber formalizado su compromiso y estaban planeando los detalles de su boda, que se realizaría el mes siguiente.
Por lo general, Norma abría la puerta y anunciaba su presencia en el hogar, pero como quería darle una sorpresa a Bernardo, entró tratando de hacer el menor ruido posible; dirigiéndose de puntillas hacia la habitación que compartían con una sonrisa traviesa en sus labios. Su expresión alegre se desvaneció al escuchar ruidos ahogados provenientes del cuarto, y aprovechó la puerta entreabierta para mirar al interior.
Lo que vio le heló la sangre: su prometido estaba en la cama junto a su mejor amiga. El colchón chirriaba con el vaivén de las personas ahí encima, los gruñidos de él se mezclaban con los jadeos de ella; unidos en una cacofonía de la que nadie debía enterarse… pero Norma lo sabía. La mujer se llevó una mano a la boca, evitando hacer cualquier ruido que pudiera delatar su presencia, mientras retrocedía para salir del departamento cuando escuchó la voz de Rosa:
—Hay que matarla —dijo, mientras un sonoro gemido de placer brotaba de sus labios, y añadió poco después—. Lo tengo todo planeado.
A pesar de lo que estaba viendo, Norma tenía la vana esperanza de que Bernardo se detuviera en ese momento y la echara, que la defendiera y le dijera que lo mejor era no volver a verse nunca. Pero, mientras los dedos de Rosa se enterraban en la cabellera negra de Bernardo, él solamente dijo:
—Hazlo cuánto antes. La boda será en un mes.
Norma salió del lugar sin hacer ruido. Corrió sin rumbo fijo, considerando que el lugar que había considerado su casa ya no era seguro para ella. Corrió hasta quedarse sin aire, lejos de la vista de cualquier transeúnte, y gritó. Una serie de sollozos desgarradores brotaron de su garganta, y dejó que sus lágrimas cayeran libremente de sus mejillas. En su mente se repetía lo mismo una y otra vez: "¿Por qué?"
Rosa era su mejor amiga y Bernardo era el amor de su vida. ¿Por qué ambos conspiraron contra ella? ¿Por qué habían traicionado su confianza de ese modo tan cruel? Ya no podría verlos a la cara después de esto. El impulso de terminar con todo, tomar sus cosas y largarse lo más lejos posible de allí la acometió. ¿No querían saber nada de ella? Pues perfecto, que se pudran. Que se queden juntos toda la vida, si querían: cancelaría el compromiso y se marcharía. Sí, era lo mejor, lo más sensato…
"¿Por qué debería ser sensata? Ellos no lo están siendo
Estaban planeando matarla. No podía olvidar ese detalle. Lo más probable era que, a pesar de alejarse voluntariamente, alguno de ellos (o los dos) quisiera perseguirla para acabar con su vida. Si se tratara solo de la aventura… pero había un intento de asesinato aquí, se trataba de palabras mayores. No le quedaba de otra: tendría que enseñarles una lección a ambos.
Nadie la traicionaba de ese modo y se salía con la suya.