Zona de los Pirineos del condado de Ampurias, 1173
Con esto cumpliré mi promesa, aunque sé que la tuya nunca se hará realidad. Quisiera volver meses antes de todo, tal vez sea inútil pero tu partida me deja sin aliento, no puedo soltarte sin antes cumplirte, mi querída Yarah.
Tu primera impresión de mi empezó siendo la peor situación, tu estabas como siempre sentada en aquella fuente de la plaza acompañada por tu hermana quien te reprendía por escaparte de casa, tú la mirabas con el ceño fruncido y brazos cruzados mientras ella te decía la importancia de aprender a mantener un hogar.
– Heloise, no seas tan dura solo quiero descansar.
Automáticamente se podía ver como a tu hermana se le subían los colores del enojo que le causabas, a mí y a Leo mi hermano, solo nos sacaban grandes risas, tanto el cómo a mí siempre nos gustaron, pero no teníamos el valor de acercarnos a ustedes hasta ese día, repace miles de veces en mi cabeza como te hablaría, pero todo eso fue en vano porque cuando me acerque a ti todo lo que practique se borró de mí.
Tu tratabas de descifrar que quería decir y solo me mirabas en espera a que hablara, cuando lo hice no pude hacer más que arrepentirme ya que termine diciendo que tu hermana te acosaba, tu mirada de confusión se convirtió en enojo que vino combinada con un golpe en mi rostro, me dejaste muy en claro que no volviera hablar de ella mucho menos si ni siquiera la conocía y te marchaste pidiendo no volverme acercarme a ti.
Durante días me arrepentí de lo estúpido que fui quería ir y disculparme contigo, pero aquel golpe me dejo en claro que no sería una gran idea, Leo al contrario supo llegar a tu hermana o al menos fue lo que me conto. Un día pasé por la plaza esperando encontrarte donde siempre, pero para mi sorpresa no llegaste, no había un solo día que no estuvieras ahí y me pareció tan extraño que me dio mala espina así que sin más fui en tu búsqueda.
Llegué hasta tu hogar en donde me encontré con una gran sorpresa, ahí se encontraba Leo, su apariencia denotaba que acababa de meterse en una pelea, él estaba junto a tu hermana quien también se veía abatida, mientras que tras de ellos el lugar se encontraba destruido y en llamas.
–¿Qué ha pasado aquí? –pregunte.
–¡Abel!¡ Se llevaron a Yarah!, cuando llegue ya no estaba, habían dejado a Heloise encerrada para que las llamas se encargaran de todo – respondió Leo alterado.
–¿Quiénes fueron? – pregunte
–¡Seguidores del Rey!
Sali corriendo lo más rápido, el Rey Alfonzo II de Aragón se le conocía por todas las caserías y ejecuciones de paganos, tiene muchos seguidores quienes viajan en grupo por diferentes pueblos, estos condenan a cualquier inocente a su paso solo por el hecho de ser diferente a lo normal, ellos llevaban a cabo torturas y cuando se cansaban le daban fin a su vida.
El pueblo era conocido por rumores que afirmaban la existencia de familias dedicadas al paganismo, cultos, herejes y aquelarres de brujas, Habíamos escuchado todos los rumores, pero nuestro padre decidió enviarnos aquí como protección de la guerra que estaba a punto de librarse, pero la verdad era muy diferente a lo dicho, cuando llegamos y convivimos nos dimos cuenta que eran personas de buen corazón y sobre todo inocentes.
El único lugar donde se podía hacer ruido sin que todo el pueblo escuchara, era un granero que se encontraba fuera del pueblo.
Cuando llegue presencie una escena que hizo hervir mi sangre, te encontrabas inconsciente amarrada de tus extremidades mientras que de tu cabeza bajaba un hilo de sangre, habían desprendido tu ropa. A una esquina del granero se encontraba el grupo de hombres quienes quitaban sus prendas, hablaban de las cosas que te querían hacer.
Entre, me acerqué a ti para cortar tus ataduras y te acosté para cubrirte con la capa que caía en mis hombros, de inmediato abriste los ojos emitiendo un grito, rápidamente uno de los hombres se dirigió a mí con una navaja en mano, listo para atacar, mientras que los demás se acercaban tras de él.
Le proporcioné un golpe con el mango del hacha que había encontrado antes, este callo inconsciente hacia un lado.
– Si me tocan considérense muertos. –Hable.
–¿Quién te crees muchacho? ¿Acaso no sabes quiénes somos?
–Esto te costara caro –continuo otro.
–Se perfectamente quienes son, solo son unos desgraciados que se aprovechan de los mandados del rey para maltratar a gente inocente.
Se podía notar en sus rostros que estaban enojados, empezaron a reunirse todos frente a mi mientras sacaban sus armas que iban desde navajas hasta ballestas.
–Mi nombre es Abel de Velasco y esta mujer está bajo mi cuidado.
–¿Vizconde Velasco? –Hablo el de la ballesta mientras apuntaba a mi frente.
–Eso no es posible el Vizconde no tienen propiedades en esta zona. –Hablo otro de los hombres.
–Mi padre no, pero sus hijos si, mi hermano en estos momentos se encuentra escribiendo una carta contando lo sucedido y si no llego antes del atardecer con esta señorita, esta será enviada directamente a él– mentí, se miraron unos a otros sin saber que hacer hasta que uno cedió a bajar su arma y el resto le imito.
–Lo sentimos señor, no sabíamos que era protegida suya –Hablo el primero en ceder.
–Que no se repita, los quiero fuera del pueblo en este momento – ordene.
–Señor, pero no tenemos provisiones queríamos pasar la noche aquí – hablo quien parecía ser el más joven de todos.
–¿Acoso no hable claro? ¡Largó de aquí, no los quiero ver más! – grite.
Los hombres no demoraron en coger sus caballos y salir del lugar, apenas verifiqué que ya no se encontraban me dirigí hacia ti, tu temblabas mientras tratabas de cubrirte.