—¡Ahh! —jadeo—. Ya no puedo más.
El viento choca con mi piel, es helado, pero se siente bien. El olor a tierra mojada invade mis fosas nasales y el sol comienza a salir por el horizonte. Me gusta siempre venir a entrenar a esta hora del día, ya que el clima me da tranquilidad y me hace olvidar lo que pasa a mi alrededor. Antes de comenzar de nuevo, observo por última vez los colores del cielo, deseando poder ser libre como las aves.
—¡Vamos! —dice mi padre, animándonos—. Una más.
Comenzamos a correr alrededor de la gran fuente en ruinas que está en el campo Hydra. Mi padre nos obliga a venir a correr aquí al menos, tres veces a la semana. Desde que tenía nueve años, he venido aquí con mi padre. En ese entonces, yo venía sola, ya que Parys aún era un poco pequeña. Cuando por fin cumplió la edad suficiente, mi padre la obligo a ir con nosotros. Se resistió al principio, pero después, ella es quien nos obliga a ir.
Después de ella, siguió Flynn, quien se ha resistido desde ese entonces. Odia venir. Prefiere estudiar con mi madre, en la tranquilidad del edificio abandonado frente al campo, donde se pueden ver las ruinas de este. Finalmente, Aidan comenzó a venir hace un par de años y aunque aún es pequeño, fue el más rápido de nosotros en su primer día. Muchos recuerdos de mi niñez los tengo ya muy borrosos en mi mente. Apenas si puedo recordar un par de cosas.
Justo al centro de Hydra, hay una enorme fuente de piedra, con una figura cortada a la mitad en su punta. No he logrado descifrar que es. El patio central es enorme, que, de ser habitable, podría hacerse una gran fiesta en este lugar. Alrededor, a varios metros de distancia de la fuente, se pueden observar bellos edificios, perfectamente construidos —en su mejor época—. Actualmente, están totalmente en ruinas y abandonados. Pareciera que este lugar fue sede de una guerra.
—Ya no puedo más —dice Aidan, con la voz entrecortada, recargándose sobre sus piernas, que están ligeramente flexionadas.
—Yo tampoco —se le une Flynn.
—Por favor, chicos —anima mi padre, acercándose hacia donde estamos nosotros—. Son unos Corbett y nosotros nunca nos damos por vencidos tan fácil.
—¿Quién dice eso? —replico, deteniéndome en seco e intentando recobrar el aliento.
—Yo lo digo —aparece de pronto mi madre.
Mi cara de asombro es muy notable, puesto que mi madre no viene con regularidad a este lugar —a excepción del edificio donde nos da clases, claro—. Me siento sobre el frio y húmedo pasto, junto a Aidan, que amarra los cordones de sus zapatos.
—Animo chicos, en dos semanas se irán al campamento y...
—No nos veremos en tres meses —dice Flynn, con frustración, interrumpiendo a nuestro padre.
Tiro ligeramente de su pantalón, intentando que guarde silencio y cambie su tono de voz. Parece que no le importo y me ha ignorado. Flynn suele tener un mal carácter, pero esta vez ha ido lejos.
—Ya estoy cansado de entrenar. Lo hemos hecho durante años —confiesa, mientras camina rodeando a mí padre, quien se mantiene quieto—. Solo quiero descansar, al menos estas dos semanas.
Mira a mí padre, suplicante. En su mirada se ve que está cansado de esta situación. Realmente, yo también lo estoy.
—¡Ni siquiera puedo comprender por qué nos obligas a hacer esto!
Flynn comienza a caminar hacia donde se encuentra el edificio de estudio. Seguramente se ira a merodear por ahí, mientras se tranquiliza. Mi padre se mantiene cabizbajo, mientas mi madre se acerca a él y le susurra algo, que por supuesto no logro escuchar. Se aparta.
Mi madre nos hace un ademan con su mano de seguirla. Me levanto del suelo junto a Aidan y caminamos detrás de ella. Parys camina, pateando pequeñas piedras que se encuentra en el camino. Vamos hacia el departamento. Nadie menciona palabra alguna en todo el trayecto.
—¿Qué le ha pasado a Flynn?
—Supongo que tiene un poco de energía —se queda en silencio unos segundos, pensativa—... estancada.
Suelta una risita nerviosa, introduce la llave en el picaporte y abre a puerta. Camina hacia la cocina. ¿Qué ha sido eso? No he entendido su chiste y, por lo visto, Parys y Aidan tampoco. Caminamos hacia la sala y nos sentamos todos juntos en el sofá más grande. La casa tiene un ambiente fresco y huele a vainilla.
—¿A dónde creen que ha ido Flynn? —pregunta Aidan, con algo de tristeza.
—No lo sé —respondo—, pero sé que está bien. Es muy listo.
—Probablemente fue a la colina que está cerca de la torre Meln —opina Parys, mientras mira sus manos.
Flynn siempre ha tenido sus ataques, donde se pone a pelear con todo el mundo en un abrir y cerrar de ojos. Recuerdo vagamente que hace un par de años, cuando tan solo era un niño de aproximadamente diez años, se enfadó tanto con mamá solo por no hacer su comida favorita, cuando ella lo había prometido. Desapareció todo un día y volvió a la mañana siguiente. Todos estuvimos tan preocupados que no probamos comida alguna. Paso todo ese día solo, arriba de la rama de un árbol. Mis papás lo buscaron como unos locos. Por suerte, lo encontraron antes de que los soldados lo hicieran, de lo contrario, no estaría con nosotros en estos momentos.
Los regentes han sido muy especiales en ese aspecto. Dieron a conocer una ley, en la que cualquier menor de edad que encontraran merodeando por las solitarias calles, seria tomado por los soldados.
Nos hemos enterado de niños que han sido llevados y nunca más los han vuelto a ver sus familiares. Se puede salir solo y sin compañía de un adulto a los dieciséis años —yo tengo casi veinte y jamás he salido sola—. Se escucha de pronto el sonido de la puerta. Todos nos levantamos rápidamente de los sillones y giramos nuestra cabeza, en dirección a la puerta. Es mi padre.
—¿Aun no regresa? —Dice, con preocupación.
Negamos con la cabeza y camina cabizbajo hacia donde estamos nosotros.