El viejo año ya había concluido, y ahora, con las alegres celebraciones del nuevo año, ya se veían en el territorio los primeros signos que anunciaban la llegada de la primavera, presentes en los árboles, en la maleza, incluso en el aroma del aire.
Pronto llegaría la nueva vida al Imperio, tras los meses muertos del invierno.
Una sutil neblina ascendía de las praderas que se extendían adyacente a la línea de árboles que bordeaba el camino, donde los tibios rayos dorados de la primera luz solar evaporaban del suelo el rocío nocturno.
Los primeros brotes de color verde claro eran casi visibles, y los dedos de las ramas de los árboles carentes aún de vida se curvaban hacia el cielo gris y formaban un pasadizo sobre el camino.
En sólo cuestión de días, Viktor comenzaría una formación que le permitiría llegar a convertirse en uno de los más grandiosos magos que el Imperio hubiese conocido jamás.
Y entonces, entre los árboles, al otro lado de las pasturas envueltas en neblina, la vio, la grandiosa ciudad de Genbofen.
Viktor lanzó una audible exclamación ahogada y sintió que se le tensaba el cuero cabelludo y su piel se erizaba.
Jamás había visto nada parecido. Oscuras murallas de piedra que se alzaban hasta nueve metros de altura, rematadas por almenas, contenían el amontonamiento aún más alto de casas urbanas de dos pisos de altura con empinados tejados, edificios de apartamentos, misteriosas torres y agujas de templos.
La ciudad había permanecido en pie desde la fundación del Imperio hace trecientos años, y por las primeras impresiones, Viktor pensó que parecía que iba a continuar en pie durante muchos mas siglos.
Puerto, mercado y sede de erudición; para el exultante Viktor era todas estas cosas y más.
Para él, Genbofen encarnaba esperanza, liberación de las peculiaridades de su infancia, un verdadero futuro.
Le ofrecía una vida lejos de Chipped y del espectro de la decepción, el desapasionado desinterés y la mortal influencia de su padre.
Viktor estaba completamente despierto ahora, regocijado por la perspectiva de llegar a Genbofen y comenzar un nuevo y más optimista capítulo de su vida.
Se afirmaba que la ciudad era la tercera más grande de todo el Imperio, con una numerosa población de alrededor de cinco mil personas sin incluir viajeros de paso, comerciantes, miembros de la guardia, buhoneros, peregrinos, granjeros, desheredados, vagabundos, mendigos, actores itinerantes, trovadores y otras personas del espectáculo.
Aquél tramo de camino bordeado de árboles corría en paralelo a la imponente muralla este de la ciudad, que parecía capaz de mantener a raya a todo un ejército durante semanas, si no meses.
En la esquina nordeste de la alta muralla de la ciudad, otro muro mucho más bajo, de piedra sin tallar, rodeaba el cementerio que, a simple vista, debía de ocupar casi una hectárea. Viktor vio una sola puerta de reja que conducía al interior del cementerio, y a través de las columnas y el dintel de ésta llegó a atisbar una ancha y baja capilla gris situada entre desplomadas lápidas antiguas y estatuas de ángeles llorosos. Por un momento, al ver esto, Viktor se sintió extrañamente en casa. La vista del cementerio le resultaba extrañamente consoladora.
Más allá del cementerio, una arboleda descendía hasta la orilla del río, situado a lo lejos.
El carruaje continuó por el camino principal hasta llegar a un amplio cruce donde la tierra estaba muy removida por los cascos de los caballos y las ruedas.
El invierno había convertido el lugar en un fangal y los obreros aún no habían sido enviados a repararlo. La escarcha aún punteaba las fangosas roderas abiertas por el paso de carros y los agujeros dejados por el tráfico animal, y daba la impresión de que el suelo había sido generosamente salpicado con diamantes.
Giraron a la derecha y se dirigieron hacia la imponente puerta este de la ciudad. Era sin duda una construcción imponente, con dos altas torres provistas de troneras que dominaban este lado de la muralla alzándose a ambos lados de una aparentemente estrecha puerta. Al carecer de castillo, las murallas y torres de Genbofen eran fortificaciones impresionantes por derecho propio.
Al oír el estridente graznido de un ave carroñera, Viktor dirigió la mirada hacia el grueso poste de roble que vio firmemente clavado en el suelo, junto al camino.
Al alzar la mirada vio la silueta de una rueda de carro que se destacaba nítidamente contra el cielo gris. Colgados de ella por las muñecas había tres cadáveres desnudos, ladrones o asesinos, sin duda, con los tobillos atados al propio poste. Las aves carroñeras desayunaban con los cadáveres llenos de agujeros de picotazos cuya carne comenzaba a volverse verdosa y cubiertos de negra sangre coagulada.
Ante ellos avanzaba por el camino el carro de un campesino, cargado de balas de paja y tirado por una yunta de corpulentos bueyes. Pasaron ante el carro cuando éste se salió del camino y cruzó las vallas de avellano que delimitaban el mercado de ganado.
Aún faltaban dos meses para que se celebrara el festival de Genbofen, famosa en todo Imperio como una de las ferias de ganado más grandes del país, pero allí había siempre un mercado semipermanente durante todo el año que sólo cerraba durante los más fríos meses del invierno. Ya transcurrida una semana desde la última vez que nevó, el mercado. Había vuelto a abrir.
Detrás de la valla, Viktor vio que las tiendas y estructuras colgantes transitorias del mercado de ganado ya habían sido erigidas para la nueva temporada. No obstante, algunos de los cobertizos también se habían vuelto semipermanentes, y tal vez sólo cambiaban de emplazamiento dentro del propio recinto del mercado entre las diferentes reuniones mensuales, sin ser nunca desmontados o desmantelados del todo.