Viktor permanecía sentado en su asiento de la ventanilla, boquiabierto al contemplar las maravillas de Genbofen. El vehículo siguió la vía principal adentrándose en la ciudad y traqueteando sobre los adoquines que pavimentaban las calles.
En sus dieciocho años de vida, Viktor había visitado ciudades antes, por supuesto. Una o dos veces al año había acompañado a su padre al mercado principal de Vengenholt para recoger las limosnas de la Iglesia de Mortis y adquirir suministros para la capilla de Chipped. Pero Genbofen era algo muy diferente, cinco veces más grande que Vengenholt y con una población seis veces mayor. Para el joven estudiante de magia era algo maravilloso de contemplar.
Las casas ascendían hasta alturas de tres, cuatro e incluso cinco pisos por encima de la calle, y muchas de las plantas superiores sobresalían más allá del muro principal de los edificios. Eso no era importante en el caso de las principales avenidas de la ciudad, pero en las calles secundarias los pisos sobresalían tanto que transformaban las vías en túneles oscuros en los que el sol, en caso de brillar, penetraba en las gélidas profundidades durante unos pocos minutos cuando estaba en el cenit. En los meses de invierno esto podía significar que dichas calles no tuvieran nada de luz y, por tanto, sólo las usaran aquellos que deseaban que sus negocios no fuesen conocidos, o aquellos que hacían presa en los negocios ajenos. Y era aún peor en las zonas más pobres de la ciudad.
Las calles de Genbofen estaban silenciosas a una hora tan temprana. Dentro de poco estarían atestadas de gente dedicada a sus asuntos cotidianos. Por el momento, aún eran el coto de los guardias que regresaban a sus barracones tras el turno de noche, los vendedores del mercado que llegaban temprano para montar sus tiendas, y los oficinistas devotos de su trabajo dispuestos a aprovechar el día al máximo tras haberse marchado tarde a casa el día anterior.
Una ciudad como Genbofen era tan próspera y rica según lo fuera su clase burguesa.
Viktor veía otras calles que se alejaban hacia la izquierda para adentrarse en el próspero distrito mercantil de la ciudad. Hacia la derecha había calles más estrechas que serpenteaban tortuosamente por el barrio de los artesanos y las zonas más pobres, situadas al éste.
Y entonces, a sólo doscientos metros más adelante en la vía empedrada, vio un cartel que reclinaba colgado de una sujeción de hierro oxidado en el exterior de un sólido edificio de piedra. Se trataba de una imponente construcción de cuatro plantas con pequeñas ventanas de cristales emplomados en cada piso y rematado por una proliferación de torreones y puntiagudos tejados de pizarra.
Viktor miró el cartel que oscilaba bajo la suave brisa matinal procedente del río, que entraba en la ciudad por la calle principal y llevaba consigo aroma a fango estancado y pescado podrido. Y entonces ya no pasó los ojos por la ciudad, sino que los dejó fijos mientras se le aceleraba el corazón y una sonrisa se abría en su rostro.
En el cartel, cuya pintura se descascarillaba, se veía la imagen de un bastón de apariencia mágica cruzado por una varita, era el símbolo de la escuela de magia arcana imperial.
Viktor tenía ganas de saltar y gritar que el carruaje debía detenerse y dejarlo allí, en su meta, el lugar que señalaría el comienzo de un nuevo rumbo en su vida, allí, en Genbofen. Pero Viktor nunca había sido el más seguro de los hombres, y su timidez inherente pudo ahora con él. Permaneció donde estaba y no dijo nada.
El carruaje pasó de largo y Viktor vio la calle que se abría ante ellos y su atención volvió a ser atraída por Genbofen a medida que aparecían ante él nuevas maravillas de la ciudad. El carruaje salió de la calle principal para entrar en la extensión pavimentada de una plaza.
La amplia plaza abierta constituía un marcado contraste respecto a las apiñadas casas, tiendas y oficinas del resto de la urbe. Y también era una vista fantástica, ya que contaba con el templo a los seis grandes dioses y el templo al Triunvirato, uno frente al otro.
La plaza estaba dominada por el gran Templo del Triunvirato, un edificio enorme con tres altísimos campanarios y rodeado por su propio recinto amurallado.
Viktor bajo levemente la cabeza cuando paso por el humilde templo de los seis grandes dioses. Mortis, el dios del cual su padre era sacerdote era uno de los seis dioses que conformaban el panteón del a los seis culto. Aunque Viktor no era especialmente religioso, si poseía cierto respeto por el dios de su padre.
A diferencia del imponente templo del Triuvirado, el templo de los seis grande dioses estaba conformado por seis edificios más pequeños
La escarcha estaba fundiéndose en los adoquines y losas de piedra de la plaza.
Algunos de los más devotos o desesperados fieles se encaminaban ya hacia los diferentes templos para asistir a las plegarias matutinas, la mayoría hacia la dominante presencia del templo del Triunvirato. El tono claro de una campana que doblaba podía oírse por encima de las agujas del templo.
Luego, el carruaje llegó al otro lado de la plaza y se adentró en el área administrativa de la ciudad. El recorrido fue breve a partir de allí, pasando ante el impresionante ayuntamiento de Genbofen con su fachada adornada de columnas y sus imponentes agujas, y más allá del enorme edificio que albergaba el gremio de comerciantes, hasta llegar a una estación para carruajes, de dos pisos de altura.
Viktor bajó ansiosamente del carruaje mientras aferraba con fuerza la mochila que contenía sus preciosos pocos libros y el escaso dinero que poseía. Pero luego tuvo que esperar a que descargaran su baúl mientras la mujer madura exigía autoritariamente que el cochero la ayudara a bajar del vehículo antes de hacer nada más.