Rising Moon

MAGIA Y MATES

||Evan||

No recordaba hace cuánto tiempo alguien había preguntado por mi Luna. Cualquiera sabía que debía temer si llegaba a hacerlo, aquel tema estaba prohibido cerca de mí.

He sobrevivido sin ella durante siglos, los he mantenido vivos y viviendo felices sacrificando mi felicidad, lo mínimo que pueden hacer es cerrar la maldita boca.

Pero no, ellos no pudieron quedarse callados, y gracias a eso, el consejo me ha llamado a una reunión.

— Tranquilo, tal vez solo van a pedir que les digas que ya no les hagan ese tipo de peticiones —menciona Kane mientras salimos del auto.

Mátalos. Mata esos malditos desagradecidos. Enséñales que las decisiones de su Alpha se respetan.

— Te aseguro que no es por eso —le digo mientras que con la mirada señalo a la mujer en el auto— seguro quieren que ella ya tome la decisión.

— ¿Crees que lo hará? 

Aquella pregunta sólo me enfurece más. ¿Por qué esa mujer tendría más poder que yo? ¿Por qué tendría que ser ella la que decide y no yo? Ya no por ser su Alpha, sino porque están decidiendo por mi, están decidiendo sobre mi futuro y ni siquiera tienen la mínima decencia de preguntarmelo a mí.

— Recuerda que te prohibieron la nicotina —dice al arrebatarme el cigarrillo que pretendía encender.

— ¿Y ahora por qué a todos se les ha dado darme órdenes a mi? —pregunto irritado y puedo sentir su miedo.

— Lo siento, Alpha —responde— es por su propio bien, recuerde que es la principal causa de su fatiga y desaparece por horas sin que nadie sepa en donde estás.

No pienso en responder a eso, sé que como mi Beta y mejor amigo solo quiere lo mejor para mí, pero estoy cansado de que no se me tome en cuenta.

— Alpha, puede pasar, ya han hablado con la mujer.

Sin decir nada, sigo el camino que me indica, y cuando estoy frente a los sabios el hombre se retira.

La habitación luce tan pulcra como siempre, los suelos de mármol brillan de lo relucientes que están, las paredes siguen tan blancas que pareciera que no entra ni una sola mota de polvo a este lugar. El ambiente se siente frío, y no sé si será por la hostilidad con la que me observan, o si simplemente la calefacción no existe aquí.

Los tres hombres frente a mí toman asiento en esos grandes tronos en lo más alto de la habitación, dejándome frente a ellos, alardeando de su superioridad.

— Como lo suponíamos, el deseo de su corazón es aceptar nuestra propuesta, pero su miedo o lealtad hacia ti se lo impide —menciona uno de ellos con un tono de fastidio.

— ¿No crees que ya es tiempo? —pregunta el siguiente— Has esperado demasiado, ¿no quieres compañía?

— Tengo la compañía que necesito —respondo con una sonrisa haciéndolos molestar— no necesito que ustedes ni nadie más decida sobre mi vida, si quiero envejecer esperando a quien la Diosa eligió para mí, lo haré.

— Evan, Evan, Evan —canturrea el mayor de todos— aunque creas que tu poder es superior al nuestro, te equivocas, sabes que si podemos decidir sobre tu destino, así que tu elige. Si al llegar a los 550 la Diosa no te ha dado la dicha de conocer a tu Mate, tendrás que unirte a la mujer de tu manada o serás retirado del puesto.

— Sabes que no será nada difícil enviar a alguien que codicie tu lugar como Alpha, podrían matarte fácilmente —aquel tono que usa no me agrada para nada, pero de lo que puedo estar seguro es de que me subestiman.

No será fácil matarme.

— Bien, hagan lo que quieran —salgo sin esperar por su respuesta, y sus gritos llamándome no hacen más que pintar una sonrisa en mi rostro.

No temo a ninguna amenaza, ni siquiera a la de esos viejos. Que intenten matarme si pueden.

[...]

— Acompáñame —ordeno a Kane en cuanto entra al despacho.

— ¿A dónde? —pregunta mientras deja algunas carpetas sobre el escritorio.

— Tu solo acompáñame.

Ambos salimos de casa, aviso a los guardias que estaré fuera unas horas y sin decir nada más, salimos de la manada.

Durante el camino intento mantener a Kane ocupado con otros temas para que no haga preguntas, y aunque el viaje es algo largo, consigo hacerlo.

— Tu quédate aquí, si no vuelvo en 40 minutos entra —le ordeno antes de salir del auto.

Entre los árboles y arbustos logro ver la cabaña que me indicaron. Sigo el camino de piedras hasta la entrada, y por la ventana puedo ver a una mujer dentro.

— Señora Lee, vine a verla por recomendación del Señor Amell —anuncio y la puerta es abierta.

— Adelante, dime, ¿qué te trae por aquí? —pregunta mientras se acerca a mi.

Aquella anciana da vueltas a mi alrededor, su bastón golpea contra la madera del suelo, haciéndola crujir. Sus cabellos blancos cubren parte de su rostro, pero aún son notables algunas cicatrices de quemadura.

— Estoy seguro de que sabe a qué vengo —respondo haciéndola reír.

— Así es —responde— pero la magia debe ser intencionada, dime que deseas y podré ayudarte.

— Quiero saber de mi Luna, quiero saber si ella vive, cualquier cosa —digo y finalmente levanta su rostro, dejándome ver sus ojos grises.

— Bien, muchacho —dice y toma de mi mano.

Me dejó guiar por ella y cuando se detiene, entro en estado de alerta. De alguna manera hemos salido de la cabaña y estamos cerca de algún cuerpo de agua.

— Tranquilo, estarás bien —dice al soltarme— te he traído aquí porque es un lugar tranquilo y muy bonito.

— No vine a ver paisajes, ¿me ayudará o no?

La pregunta parece molestarle, pues antes de responder cualquier cosa, me golpeó con su bastón.

¿Acaso esa mujer no sabe quién eres?

— ¿Por qué hizo eso? —pregunto molesto— ¿Acaso sabe a quien acaba de golpear?

— Claro que lo sé —ríe— pero vamos Lobo, sobreviví a más de una hoguera, ¿de qué más podría temer?

Su risa continúa, y aunque aquello irrita a la bestia dentro de mí, prefiero callar.



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En el texto hay: hombreslobo, extras, mda

Editado: 25.02.2023

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