«Esto no es un club social»
Detesto las actividades que hacen en mi colegio cuando se trata de excelencia académica. Todo el tiempo eligen un hombre y una mujer por clase y siempre somos Franco y yo.
El director nos ha pedido un discurso por pareja, para elegir el mejor al final.
Decidimos escribir nuestro discurso en la clase de Música porque está completamente vacía, pero no podemos comenzar a trabajar hasta que el director venga y nos dé ciertas instrucciones.
Franco trató de empezar una conversación. —El sonido de la lluvia es irritante ¿no?
Me sorprendió que dijera eso, la mayoría de la gente encuentra el sonido de la lluvia placentero, creí que era la única persona que pensaba lo contrario.
—Sí —respondí.
Se acabó la conversación. Franco tomó una guitarra del armario.
—¿No crees que al profesor le moleste que tomes una guitarra sin permiso? —pregunté.
—¿Acaso se tiene que enterar? —dijo.
Con toda la arrogancia del mundo, comenzó a tocar una canción que conozco. Sé que Franco es extremadamente inteligente y que le va bien en los deportes, pero no sabía que también puede tocar la guitarra.
Inconscientemente comencé a tararear. Dejé de hacerlo inmediatamente.
—¿Conoces la canción?
—Sí —admití.
—Cántala —dijo.
—¡No! —exclamé.
—Cántala —repitió.
—No la voy a cantar solo porque tú lo pides, Franco —aclaré.
—Muy bien. —Siguió tocando.
Si hubiera sido otro chico el que está tocando probablemente me hubiera vuelto loca, un chico que toca la guitarra es genial. Pero es Franco.
—Creo que alguien se va a dar cuenta de que tomaste la guitarra sin permiso si sigues tocando —dije—. No es que solo se escuche aquí dentro, probablemente se oye por todo el pasillo.
Me dio una mirada asesina, sin embargo dijo—: Odio decirlo, pero tienes razón.
Fue bastante placentero escuchar eso viniendo de Franco. Él guardó la guitarra, y se puso a cantar. Eso no lo hace muy bien.
—No sabía que tocas tan bien —le dije.
Aunque a veces lo deteste con todo mi corazón, no hay nada de malo en comenzar una conversación.
—Pues nunca convivimos mucho —comentó.
—Cierto.
—Mi hermano me enseñó a hacerlo, él lo hacía bastante bien —dijo.
Su hermano murió hace casi un año, a Franco se le dio muchísimo su muerte, pero no faltó a clases ni bajó su promedio.
No supe que más decir. El director entró a la clase para sacarnos de este momento incómodo.
—Jóvenes, cambio de planes —dijo—. El discurso no lo van a escribir hoy.
—¿Qué? —cuestionó Franco.
—El discurso debe hablar de lo bueno que es compartir entre ustedes un buen promedio y debe motivar a los demás estudiantes a tener uno. La mayoría de los estudiantes que tienen excelencia académica no se llevan muy bien entre ellos, por lo que he visto...
»Van a tener dos semanas para que se conozcan mejor y convivan más. Luego de eso, escriben el discurso. Esto no es una opción, es parte de sus obligaciones como estudiantes. —El director simplemente se retiró de la clase y nos dejó ahí, paralizados.
¿Conocernos mejor? ¡Por Dios! Conozco a Franco desde hace once años. Lo he visto casi todos los días de mi vida desde Jardín de niños.
—No-puede-ser —mencioné.
—Parece que tendremos que vernos más seguido Jul —comentó.
Para Franco siempre he sido Montenegro, pero creo que este juego es para dos, Frank.
Franco salió de la clase y yo seguía ahí, sin saber que pensar.
Un señor de 50 años no puede venir a decirme que debo pasar más tiempo con mi rival desde hace once años. ¿Qué rayos pasa por la cabeza del director? Esto no es un club social, ¡es un colegio!
Además, esos discursos no tienen nada que ver con nuestra vida social, en serio no logro comprender.

Para despejarme un poco de la idea de tener que convivir más seguido con Franco, fui a casa de Emiliano.
Cuando su madre me abrió la puerta, me abrazó como siempre lo hace.
—¡Julia! —exclamó—. Hace tiempo que no pasabas por aquí, me hacías muchísima falta, entra.
No es por presumir, pero esta señora me ama. Doña Susana es una de las personas más dulces que existen, así que ella también se ha ganado mi cariño, la conozco desde que nací.
Entrar a la casa de Emiliano y respirar ese olor a pinos me trae muchísimos recuerdos, mi infancia entera, esta casa siempre ha tenido el mismo olor. Si me trajeran con los ojos vendados, podría reconocer el lugar de inmediato solo por su peculiar olor.
El olor se debe al pino que hay en el patio trasero, un árbol que tiene más años de vida que yo, el árbol que alguna vez sirvió de apoyo para construir un columpio que Emiliano y yo disfrutábamos muchísimo.
—Emiliano está en su habitación —dijo doña Susana—, puedes subir.
—Gracias —le dije.
Subí hasta la habitación de Emiliano, ni siquiera toqué la puerta, después de toda la vida de conocerse no se toca la puerta.
—¡Jul! —exclamó Emiliano.
—Hola —dije—, tengo una bomba para tí.
—¿Qué? ¿En serio? Siéntate. —Él dio palmadas rápidas en su cama.
—¡Uy! Que chismoso —comenté.
—Al grano, Julia.
—Bien, el Sr. Fuentes me está obligando a pasar tiempo con Franco para escribir el discurso que escriben los de penúltimo año siempre —solté rápidamente.
—Oh mierda.
—¡Emiliano! Di algo más inteligente.
—No tengo palabras, en serio no sé que decir. Un señor de cincuenta años no te puede obligar a convivir con tu rival —dijo.
—Exactamente eso fue lo que pensé, pero él dijo que es parte de mis obligaciones como estudiante.
—¿Y vas a seguir las reglas? —preguntó.
Lo miré con cara de «No puedo creer que acabas de decir eso».
Emiliano lo notó. —Lo sé, fue una pregunta estúpida, tu siempre sigues las reglas.
—¿Qué voy a hacer? —Me lancé a la cama de Emiliano boca arriba dramáticamente.