«Un proyecto maravilloso»
Las vacaciones de mi colegio no incluían vacaciones en mi trabajo. Como todos los martes, me encontraba en la veterinaria de mi tío, explicándole a una señora un tema algo complicado para ella, por lo que veo...
—Sí señora, el desparacitante para perros de 10 kilos es más caro que el de 2 kilos —dije.
—¿Por qué?
—Porque si su perro es más grande necesita más medicamento.
—¿Funciona igual si compro cinco pastillas para perros de dos kilos?
—Sería más complicado darle cinco pastillas a su perro y gastaría un poco más de dinero.
Mi paciencia se estaba acabando. La señora era ansiosa y decidió liberar su ansiedad levantando una calcomanía de un proveedor que obligatoriamente debe estar en la vitrina. Eso le quitaba la goma y luego quedaría mal pegada.
—Entonces deme dos desparacitantes para cinco kilos.
No discutí más con ella y le dí las dos pastillas, me estaba haciendo perder el tiempo a mí y al joven con un gato que esperaba su turno. Que por cierto era un joven apuesto, de esos que casi no se ven por ahí.
—Buenas tardes, mi gato ha estado un poco enfermo, ¿está el doctor ocupado? —preguntó. Su voz era muy... No lo sé, ¿limpia? No podría explicar cómo es una voz limpia, pero eso sentía.
—El doctor se encuentra con un paciente en este momen—
—¡Muy bien! —exclamó mi tío interrumpiéndome mientras salía del consultorio con un perro en sus brazos.
—Ya se desocupó —le dije al joven.
—Cuida a Zeus mientras llegan sus dueños —pidió mi tío.
—Tienes un paciente.
El joven explicó la situación de su gato y ambos se fueron al consultorio.
—Eres un buen chico, Zeus. —Él lamió mi mano.
Zeus es un paciente regular, el único collie que viene una vez al mes. Es muy cariñoso y lo aprecio mucho, como a todos los perros. Me senté con él en el suelo y le acaricié la barriga.
Mientras le daba a Zeus una croqueta —de las que se obsequian solo a los mejores pacientes—, la campanilla de la puerta sonó. Esas campanas típicas en casi todos los negocios de mi pequeño pueblo.
Aún estaba viendo a Zeus cuando el cliente entró, lo único que podía ver del cliente eran sus piernas de las rodillas hacia abajo, pero no hacía falta mirar más, reconocí la forma de caminar.
—Montenegro. —Se puso de cuclillas para acariciar a Zeus. Franco vestía un jeans oscuro y la jacket que usó el día que fuimos por el helado, lo que me recordó que mi madre me avergonzó interrogándome, por suerte no le dijo nada a papá porque sería un desastre explicarle que Franco no significa nada para mí.
¿O sí?
¡No!
—Franco. —Me puse de pie y me sacudí la ropa que estaba llena de pelos de perro.
—¿Se encuentra tu tío?
—Sí, pero está ocupado con un joven y su gato.
—He visto desde afuera que te agradó el gato. —Levantó sus cejas y acomodó sus lentes.
—¿Cuánto tiempo llevas afuera que has visto que me agradó el gato? —dije de la misma forma que él.
—Lo suficiente.
—¿Y por qué no habías entrado?
—Estaba hablando por teléfono con Clarisa, aclarando ciertas cosas.
—¿Entonces no terminaron después de lo que sea que dijiste mientras estabas ebrio?
No seas estúpida, Julia. No debes preguntar porque no te importa.
Franco se sonrojó y se aclaró la garganta. —Sí terminamos, eso era justo lo que estábamos aclarando. Pero no creí que te importara mi situación con Clarisa.
Ignoré su comentario. —No se te ve afectado.
—Hace tiempo que sabía que la relación no duraría mucho más, pero el colegio no me permite distraerme con ese tipo de cosas, y mucho menos Dorian.
Me sentí aliviada de saber que no era la única compitiendo fuertemente con Dorian, lo que extrañamente me dio confianza para tocar el tema con Franco y decir—: Fuerte competencia el nuevo ¿no?
—Bastante, peor que tú.
Se abrió la puerta del consultorio, el joven apuesto llevaba al gato en sus brazos y mi tío no paraba de estornudar. Irónicamente, él es un veterinario alérgico a los gatos.
—¡Recuerda traerlo la próxima semana! —gritó mi tío cuando el joven estaba cruzando la puerta de salida.
—Señor Montenegro —dijo Franco.
—¡Muchacho! Julia, ¿has saludado a tu compañero?
—Sí tío, ya he tenido el placer. —Le dí una sonrisa fingida a Franco. Me la devolvió.
—¿Vienes por lo del proyecto? —preguntó mi tío.
—Sí, señor.
—Julia, este muchacho me hablo de un proyecto maravilloso que tiene en mente, y dijo que le gustaría tener tu ayuda, ya que son compañeros de clase y a lo que me ha contado Franco ustedes se llevan muy bien.
¿Llevarnos bien? Quién sabe que otra mentira le habrá dicho Franco a mi pobre tío.
—¿Mi ayuda? —No pude evitar la sorpresa en mi voz. ¿Por qué Franco querría mí ayuda?
—Sí, tu ayuda —aclaró mi tío—. Él alquilará un pequeño lugar para convertirlo en un albergue para perros callejeros. Solamente les dará de comer y los dejará dormir ahí en la noche. ¿Aceptas?
No lo podía creer, ayudaría a los perros callejeros. Mi sueño hecho realidad, las ganas de gritar por la emoción casi incontenibles, casi, porque no dejaría que Franco creyera que él había cumplido uno de mis sueños, así que solamente dije—: Sí, no veo porqué no.
Ni siquiera estaba enterada de que a Franco le gustaran los perros, tenía aproximadamente 4000 días de conocerlo y no lo sabía.
Cuando mi tío siguió en su trabajo, interrogué a Franco.
—No sabía que te gustaran los perros.
—El perro es el mejor amigo del hombre. —Sonrió.
—Háblame más sobre el proyecto.
—Alquilaré un pequeño lugar con el dinero que me da mi padre y después del colegio buscaré perros abandonados para darles de comer, y los invitaré a quedarse en el local a dormir para que no tengan frío.
Franco siempre ha sido generoso, el hecho de que sea adinerado no lo convierte en egoísta, sino que ha hecho varios proyectos comunitarios por puro gusto.