Los dos hombres armados seguían parados en el camino, frente a ellos.
Patrick no podía recordar de dónde salieron, simplemente él estaba conduciendo y de la nada esos dos tipos estaban allí parados, apuntándoles con sus armas.
Gritaban en ese maldito idioma que Patrick no comprendía, y él solo podía pensar en Tim.
No quiero morir aquí, hijo. No quiero dejarte solo.
Pensó en los regalos que acababa de comprar, en que ni bien llegara al hospital lo llamaría. Ahora no estaba tan seguro de que eso ocurriría.
El grito de la mujer junto a él lo sacó de su estado de terror. Ella, a diferencia de él, no gritaba de miedo, más bien lo contrario. Gritaba en ese mismo idioma, y luchaba por abrir la puerta para bajarse del vehículo mientras insultaba. Patrick no sabía si efectivamente estaba insultando pero era lo más probable debido a su enojo. Si los tipos armados parecían dos bestias rabiosas, ella lo parecía mucho más.
La hermana Bernadette logró bajarse del auto y se acercó haciendo ademanes hacia los hombres y Patrick sintió más pánico que antes. Los tipos la miraban sin inmutarse, cada uno empuñaba lo que parecían fusiles, más grandes que ellos mismos porque en realidad no parecían hombres sino más bien adolescentes.
Patrick sintió que podía moverse y que su cuerpo ya no estaba paralizado por el miedo y salió del auto, directo hacia ella, para evitar que se acercara aún más. Al verlo, ambos tipos apuntaron sus armas hacia el pecho de la hermana Bernadette y le gritaron que se detuviera o disparaban.
Patrick supo que la matarían sin dudarlo, porque viéndolos bien, esos dos muchachitos estaban completamente tapados de droga. Cocaína, o lo que fuera. Sus ojos, sus rostros, eran suficiente evidencia de que ninguno de los dos tenía mucha conciencia sobre lo que estaban haciendo.
La hermana Bernadette increpó a uno de ellos, acercándose más. El hombre no dudó en directamente apoyar el cañón de su arma en el pecho de ella, empujándola un poco hacia atrás.
-¡No! ¡Déjala en paz! -Patrick intentó interponerse, pero el otro hombre le dio un empujón con una mano, mientras le gritó algo incomprensible.
-No se acerque, doctor -pidió ella, su voz temblando de odio-. Usted váyase con el auto, yo ayudaré aquí a estos chicos.
-¿Qué? ¿Estás loca? No te dejaré aquí. Ey, ustedes, ¿qué quieren?
-Pero la puta madre…-dijo ella en voz baja, bajando la cabeza. Los dos tipos se miraron entre ellos, rieron y uno le habló a ella, quien lo miró directo a los ojos.
-Es doctor, déjalo Paulo, él no tiene nada que ver con esto. Dime dónde está tu amigo pero deja al doctor en paz.
El tal Paulo miró a Patrick de arriba a abajo. Patrick se preguntó cómo esta monja podía conocer a semejantes delincuentes.
-Perfecto, un doctor es lo que queremos.
Luego continuó hablando en guaraní, mientras ella discutía con él.
-¿Qué pasa? No entiendo, hermana.
El otro tipo le gritó que se callara y preguntó a la hermana Bernadette porqué Patrick no entendía.
-Porque no soy de aquí, soy inglés -Patrick respondió.
-Cállese doctor, por el amor de Dios -rogó la hermana Bernadette. Ahora su enojo estaba dirigido a él, que no comprendía qué hizo mal hasta que supo que acababa de hundirse aún más. Enseguida ambos tipos se colgaron sus armas al hombro y lo obligaron a darse vuelta.
-No sabía que teníamos a un extranjero acá…-sonrió Paulo.
Ambos revisaron todos sus bolsillos y miraron hasta la etiqueta de su camisa. Se alegraron cuando vieron los dólares en su billetera, su única tarjeta de crédito, el celular moderno y su reloj caro.
Le quitaron absolutamente todas sus pertenencias, dejándolo incluso descalzo cuando notaron sus zapatos de cuero. Patrick lamentó, más que nada, el reloj. Era un regalo de cumpleaños de Marianne, cuando aún eran novios.
Cuando terminaron de revisarlo y lo soltaron, Patrick se giró. Vio que el tal Paulo se acercaba a la hermana Bernadette.
-No te atrevas a tocarme -siseó ella y metió una mano en uno de sus bolsillos. Le entregó su teléfono celular, se quitó el reloj pulsera y también se lo dio. Paulo miró ambos objetos con desprecio debido a su poco valor, ya que ambos eran viejos y baratos.
La tomó de un brazo con fuerza, ella se quejó y Patrick se interpuso.
-Te dijo que no la toques, suéltala y váyanse.
Paulo lo miró con odio. Patrick no le dio más de quince años, aunque su piel curtida y su cabello largo y sucio le daban más edad. El chico soltó a la monja, pero igual la increpó en guaraní.
-No tengo dinero y lo sabes, Paulo. No necesitas revisarme -dijo ella-. Ahora deja ir al doctor, estás perdiendo el tiempo en robarnos en vez de ayudar a tu amigo.
-No pienso irme, ¿qué está pasando? -Patrick la miró, ella negó con la cabeza.