Rojo

Capítulo n°39: "Reloj de cenizas".

Pasado.

Sin novedad de su madre el rey Neptuno se había resignado a seguir la búsqueda, aunque su preocupación seguía latente. El miedo se estaba volviendo un sentimiento difícil de ocultar.

Marte veía crecer a sus hijas. Las niñas se distinguían bastante por su color de pelo mientras su padre babeaba de felicidad.

--Mi rey se ve demasiado cansado. – Marte acaricia su rostro sonriéndole tiernamente. – Es necesario que descanses porque tus hijas son demandantes.

--Ya me di cuenta. Tienen energía como un volcán, arrasan con todo. – río bajo cobijando el cuerpo de su esposa en su pecho.

Neptuno soltó un suspiro. Besando su melena roja se dejó llevar por el calor del amor que los unía.

--¿Has tenido noticias de tu hermano? Su silencio es muy sospechoso y deberíamos estar atentos a cualquier ataque.

Desde que la reina huyo se mantenían alertas. Redoblaron la seguridad, los habitantes colaboraban en la vigilancia, pero el mal nunca descansa. La envidia le sigue también los traidores y eso despertaba inquietud en la reina Marte.

--Antón se encarga de eso. Estaremos bien mientras no te alejes de los guardias ten en cuenta que tenemos dos niñas ¿sí?

--No te desobedeceré. Voy a protegerlas con mi vida de ser necesario.

Marte se apartó para mirarlo directamente a sus ojos llenos de un brillo apagado por los eventuales acontecimientos. Mejías siempre fue su única familia desde la muerte de su padre, se cubrían las espaldas, luchaban juntos, sin embargo, eso se desvaneció. Su ambición por tener lo que no era para él los llevo una guerra oscura sin fin. O tal vez si le correspondía ocupar el lugar del rey de Loto, pero se corrompió por el amor que no era para él.

Aunque la verdadera comenzaría cuando nadie lo espere. Darían el golpe inesperado.

Venus trataba de hacer dormir a la pequeña de cabellera roja. Llevaba cantándole tres canciones y no conseguía ni hacerla cerrar sus parpados. Reía chupándose su mano viendo a su niñera con una sonrisa.

--Ya duérmete pequeña. – pidió sentándose en la cama cansada de pasearla por toda la estancia.

Las puertas se abrieron para la reina infundada en un vestido mangas largas, hombros caídos y lazo en su cintura. Varias flores bordadas en dorado al frente hacían resaltar el blanco. Al mismo tiempo su belleza.

--No se quiere dormir y mis pies ya duelen de tanto caminar. – se quejó Venus.

--Vete a dormir. Yo lo haré por ti quizás conmigo si quiera hacerlo.

--Eso espero.

Pasando de los brazos de Venus a Marte la niña se reía angelicalmente. Su amiga se fue quedando a solas con las niñas, pero Critonita dormía plácidamente y no entendía porque Rojo aún continuaba dando trabajo para conciliar el sueño.

--Hola Marte. – dijo una voz gruesa que reconoció de inmediato. – No grites no te hare daño, no por ahora.

Marte no dudaría en atacarlo si daba un paso más hacia ellas. Vestía de negro cabello alborotado jalándose con insistencia, como si estará desesperado y a punto de entrar en la locura, observaba la habitación con recelo.

--Vaya mi hermano si ama a sus herederas. – hablo moviéndose hacia la cuna de Critonita a escasos centímetros de la ventana. – En verdad te superaste en procrear a dos niñas, lastiman que no sean niños serian buenos líderes de Loto.

Sus palabras herían a Marte ante el desprecio por sus hijas.

--No tienes derecho a opinar. Eres un traidor y esa marca nadie te la podrá sacar así te arrodilles frente a tu hermano. – los nervios traicionaban a la reina. – ¿A qué has venido? Nadie te quiere aquí, sabrás que eres buscado por la Junta Lunar.

--Tengo conocimiento de cada movimiento de este reino, pero mi madre no la encuentro. He venido por ella no tenía planeado venir a verte.

Mejías mantenía la distancia, sin embargo, deseaba abrazarla. Sus emociones salían a flote, mostrarse débil frente a su oponente no era lo planeado.

--Luna se escapó luego de descubrir sus intenciones. Neptuno no ha podido dar con su paradero. – hizo una pausa tratando de controlarse para no vacilar en su discurso. – Ya puedes marcharte.

--¿Cómo se llaman las niñas? – preguntó.

--Un traidor como tú no tiene derecho a conocer el nombre de mis hijas.

Rojo se había quedado dormida al sentir el olor de su madre, pero se removía cada vez que se alteraba. Y ella la mecía para que volviera a su estado de descanso.

--Yo debería odiarte, Marte. Supiste de mis sentimientos por ti hace mucho tiempo, sin embargo, igual decidiste casarte con mi hermano, hubiéramos sido muy felices si tu elección era yo.

--Tenía más que claro a quien amaba, Mejías. – susurro con miedo de que él la atacara. – Tu confundiste mi amabilidad con amor, no te culpo suele pasar, pero en represalia de no ser elegido fuiste y lo traicionaste como venganza.

--Y debes tener miedo Marte porque esto recién comienza. – balbuceo casi entre llanto anhelando lo que nunca podrá ser suyo. – Disfruta tus últimos días y si puedes huye lejos porque tomare el trono que me pertenece por derecho.

--No cabe duda tu ceguera por la ambición y poder, te tiene perdido en un mar de abismo, ya no puede salir de ahí.

--Tampoco quiero. – intento acercarse, pero vio sus manos cubierta de fuego. El ser que más amaba le tenía miedo doliéndole hasta el alma por su actitud. – Encuentra la piedra rosa y tus hijas no saldrán herida, ya no puedo retener a los enemigos de mi hermano.

Antes de desaparecer le dio una última mirada a quien fuera el principal motivo de su venganza contra su hermano. Se esfumo como una columna de arena al saltar por la ventana.




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