El castillo de las Tres Torres era el más alto del planeta Lotto. Ubicado en una colina y rodeado de un claro de árboles Llorones es custodiado por guardias dispuesto a dar su vida para mantener sus puertas selladas.
Por un camino de tierra cabalgaban una comitiva escoltando a la reina Marte y a sus hijas mientras el rey las despedía con la mano en alto, parado en la puerta cuando el puente elevadizo iba cerrándose.
─ ¿Por qué papá no quiere pasar el día con nosotras? ─pregunto una de las niñas.
─Papá es el rey y debe resolver los problemas de su pueblo. ─dijo su madre tratando de tranquilizarla. ─Otro día vendrá, ahora aprovechemos el sol que pronto el invierno llegará y todo se cubrirá de nieve.
─Sera fantástico. ─chillo Rojo retorciéndose su melena de fuego.
─Aburrido. ─canturreo Critonita recargando su mentón en su mano.
Marte río por su pequeña pelea. Era así todo el día, discernían en gusto y opiniones, pero se querían.
Detuvieron su andar en el bosque Lloroso, ya que, el rey no quería que se alejaran tanto del castillo por seguridad.
Las ramas de los árboles caían como cortinas creando una especie de protección ideal para esconderse, sus hojas tienen forma ovalada y pequeñas. Tallo grueso con una altura de cinco metros de alto, mientras recibe su nombre al dejar caer gotas de agua como si lloviera todo el día. Pero suele intensificarse cuando el invierno se acerca.
─Mamá estos árboles lloran sin cesar. ─se quejó Critonita. ─No podremos jugar sin mojarnos.
─Encontraremos un sitio donde acomodarnos.
Mientras tanto Rojo se envolvía entre sus ramas para asustar a su hermana. Eran tan distintas una de la otra, que hasta ellas misma se sorprendían.
Critonita camino en círculos llamándola, pero se mantuvo callada y conteniendo la risa escondida frente a sus narices.
─ ¡Vuh! ─grito Rojo y su hermana dio un brinco.
─Te matare ─siseo entre dientes y comenzó a corretearla. ─Ven acá fénix.
Para Rojo su hermana era igual a la noche por su cabello. Y Critonita comparaba a la chica de fuego con esa ave de plumaje naranja pareciéndole tan maravilloso el color de su cabello.
Marte divertida con la escena tendió una manta a la orilla del camino. Venus le ayudo a sacar las cosas de la canasta sonriendo ampliamente.
─Fue una buena idea traerlas a respirar aire puro. ─comento su amiga.
─Si. Neptuno tiene muchos conflictos y teme que nos pase algo por eso no nos quiere dejar ir lejos.
─Pronto acabaran.
Marte le agradeció con una sonrisa.
Las niñas no paraban de correr entre las ramas hasta darse cuenta que se hallaban perdidas. Sondearon el sitio y volvieron al camino principal.
─Ven no tengas miedo yo te cuidare. ─dijo la niña de cabello negro tomando la mano de Rojo.
Juntas encontraron el camino. Sintieron alivio al ver a su madre y Venus sentadas en la manta.
─Mira cae nieve. ─susurro Rojo reteniendo en la palma de sus manos unos pequeños copos de nieve. ─Todavía falta para que acabe el verano.
─Es cierto.
Jalándola del brazo llegaron hasta donde estaba su madre. Ellos también apreciaban las gotas blancas cayendo encima de sus cabezas, pero un guardia alerto a las mujeres.
─Reina. ─llamo mirando fijamente los muros lejanos del castillo. ─Sale humo de una de las torres.
─ ¿Qué?
De inmediato se arrodillo para ponerse de pie. El pánico se adueñó de su corazón alterándose y con desespero busco a las niñas, a quienes sus ojos se aguaron.
─Venus cuida de las niñas. Iré a ver lo que sucede ─ordeno en un atropello de palabras mientras su pulso perdía el control. ─Si es necesario huyan, pero no dejen que las atrapen.
─ ¡Mamá! ─gritaron al unísono.
Marte volteo a verlas y les lanzo un beso al aire siendo la última imagen de ella antes de correr al castillo plagado de llamas.
Una de las torres exploto. Las niñas lloraron aferrada a Venus suplicando que nada le ocurriese a su madre.
─ ¡Mamá!
Mamá.
Mamá vuelve por nosotras.
─Rojo despierta. Vamos ya es hora de hacerlo.
El eco de esa voz suplicante era lejano. Como si perteneciese a otra dimensión, algo le impedía abrir sus ojos.
Sentía pesado sus parpados. Su boca clamaba por un sorbo de agua y sus extremidades parecían no ser suyas, remojo sus labios con un poco de saliva para infundirse ánimo.
─Rojo. Rojo. Rojo. ─pronuncia una voz rota de pura angustia.
Movió sus brazos sin ganas. Le faltaba energía y su cuerpo no recibías las ordenes por más esfuerzo que hiciera no le respondía.
─Vamos abre tus ojos. ─insistió sujetando su mano.
La chica apretó su mano para hacerle saber que estaba despierta, pero sin poder despegar sus parpados sellados.
El viento hacia aullar a los pocos árboles vivos a su alrededor. Era una clara señal de que el Equel ya había abierto sus puertas y si no aprovechaban en huir quedarían encerrados al volver a cerrarse.
Miurse recordó su bota de agua atada a su cintura. Se la desengancho con dedos temblorosos y destapándola puso por detrás de su cabeza su mano para hacerla beber, Rojo no se negó. Bebió hasta haber saciado su sed.
Entonces empezó a despegar sus parpados lentamente. Parpadeo igual al aleteo de las mariposas aturdida por la tormenta encima de sus cabezas y lo negro que se encontraba el cielo. Mientras el color rojo se adueñaba del cielo.
─ ¿Qué…que paso? ─interrogo con boca aun pastosa luego de haber sufrido una fiebre casi mortal.
─No hay tiempo de explicártelo. Debemos salir ya de aquí o nos atraparan en el Equel.