Romance con la Jefa

Capítulo 4 - Caída en Desgracia

Era una mañana fresca y luminosa cuando Leonardo se preparaba para salir al trabajo. Mientras se ataba los cordones de sus zapatos, María, su hija mayor de cinco años, se acercó a él con una mirada de admiración y curiosidad en sus ojos. Tenía el pelo recogido en dos coletas y llevaba un vestido rosa con flores blancas.
- Papá, ¿vas a hacer cosas importantes en el trabajo hoy?” preguntó María, su voz llena de interés y respeto por la labor de su padre. Le encantaba escuchar las historias que le contaba sobre su trabajo en la empresa de su familia.
- Sí, princesa, tengo una reunión muy importante. Voy a presentar un proyecto que puede mejorar la vida de muchas personas. Pero lo más importante es que voy a pensar en ti y en Melissa todo el día,” respondió Leonardo, dándole un guiño y una sonrisa cariñosa. Le acarició el pelo y le dio un beso en la frente.
- ¡Eres el mejor papá! No olvides mi helado,” dijo María, recordándole su promesa con una sonrisa pícara. Sabía que su papá siempre le traía un helado de chocolate cuando tenía un día bueno en el trabajo. Gabriela, sosteniendo a la pequeña Melissa en sus brazos, observaba la escena con una sonrisa amorosa. Melissa tenía solo dos años y era la alegría de la casa. Tenía el pelo y los ojos como su madre. Se acercó a Leonardo para darle un beso de despedida.
- Te amamos, ten cuidado,” dijo Gabriela, entregándole su maletín. Le miró con orgullo y ternura. Sabía que su esposo era un hombre trabajador y honesto, que se esforzaba por darles lo mejor a su familia.
- Los amo más,” respondió Leonardo, tomando su maletín y dándole un beso a Gabriela y a sus hijas antes de salir por la puerta. Se sintió agradecido por tener una familia tan maravillosa y feliz.
Al llegar a la empresa, Leonardo fue recibido con el habitual bullicio de la mañana. Su secretaria, Claudia, le entregó el itinerario del día con una eficiencia profesional.
- Buenos días, Leonardo. Todo está preparado para la reunión con los inversores. Tu hermano Luis pasó por aquí más temprano - informó Claudia.
- Gracias, Claudia. Esperemos que la reunión vaya bien - dijo Leonardo, sintiendo una mezcla de anticipación y responsabilidad al pensar en los eventos del día.
Mientras se dirigía a su oficina, Leonardo saludaba a sus colegas con un gesto amistoso y profesional. A pesar de la presión y las expectativas, se sentía confiado y listo para enfrentar los desafíos del día, llevando consigo el amor y el apoyo de su familia, la fuerza motriz detrás de su dedicación y éxito.
En su oficina, mientras Leonardo revisaba los últimos detalles para la reunión, se abrió la puerta y apareció Luis. Su llegada siempre era anunciada por un aire de confianza que rozaba la arrogancia.
- Buenos días, hermano. ¿Listo para impresionar a los inversores?- saludó Luis con una sonrisa que escondía sus verdaderas intenciones.
- Siempre listo. Hoy es un gran día para la empresa - respondió Leonardo, manteniendo su enfoque en los documentos frente a él.
- Espero que todo salga según lo planeado. La familia está contigo - dijo Luis, poniendo énfasis en la palabra 'familia', aunque su tono sugería algo más que simple apoyo fraternal.
La reunión con los inversores comenzó puntualmente. El ambiente estaba cargado de expectativas. Leonardo lideraba la presentación, mostrando un conocimiento profundo y una visión innovadora que dejaba impresionados a los presentes. Roberto, el padre de Leonardo, observaba con orgullo, mientras que Luis permanecía en un segundo plano, observando con una mezcla de admiración y envidia.
- Sus ideas son realmente innovadoras, Leonardo. Podemos ver un futuro brillante para la empresa con su liderazgo - comentó uno de los inversores, claramente impresionado.
- Gracias. Creemos firmemente en el potencial de crecimiento y en hacer una diferencia positiva - dijo Leonardo, respondiendo con la humildad que lo caracterizaba.
En medio de la reunión, cuando el optimismo estaba en su punto más alto, la situación dio un giro inesperado. La puerta se abrió abruptamente y varios oficiales de policía entraron en la sala de juntas. Uno de ellos se acercó directamente a Leonardo.
- Leonardo García, queda usted detenido por acusaciones de corrupción - anunció el oficial, mostrando una orden de arresto.
La sala quedó en un silencio estupefacto. Leonardo, sorprendido y confundido, intentó comprender la situación.
- Esto tiene que ser un error. Yo no he hecho nada de lo que se me acusa - dijo Leonardo, su voz reflejando su shock y desconcierto.
Roberto se levantó, tratando de intervenir.
- Debe haber un malentendido. Mi hijo es un hombre íntegro y honesto - afirmó Roberto, mirando a Leonardo con preocupación y desconcierto.
Luis, actuando sorprendido y confundido, añadió su voz al caos.
- ¿Qué está sucediendo? Leonardo, ¿puedo hacer algo para ayudarte?- preguntó Luis, sin mostrar mucha preocupación.
Mientras Leonardo era llevado por los oficiales, la sala de juntas se sumió en un torbellino de preguntas y especulaciones. La imagen de Leonardo, hasta ese momento un pilar de integridad y éxito, se veía ahora empañada por una sombra de duda y escándalo. La familia y los inversores se quedaron atrás, tratando de procesar el impacto de lo sucedido, mientras Luis ocultaba una expresión de satisfacción. La vida de Leonardo, hasta ese momento llena de logros y felicidad, estaba a punto de enfrentar su mayor prueba.
En la fría y austera sala de interrogatorios de la comisaría, Leonardo se enfrentaba a uno de los momentos más difíciles de su vida. Frente a él, un detective con una mirada seria y una carpeta llena de documentos y fotografías.
- Señor García, las pruebas en su contra son bastante claras - comenzó el detective, abriendo la carpeta. - Estos documentos muestran transacciones financieras ilegales y una serie de comunicaciones que lo implican directamente.- 
Leonardo, aún en estado de shock, negó rotundamente las acusaciones.
- Eso es imposible. Yo no he hecho nada de eso. Debe haber algún error - replicó Leonardo, su voz firme a pesar del temor y la confusión que sentía.
El detective, imperturbable, continuó presentando las pruebas. Mostró transferencias bancarias, correos electrónicos y documentos que, según él, demostraban la participación de Leonardo en actividades ilícitas dentro de la empresa.
- Además, tenemos testimonios que lo vinculan sentimentalmente con su secretaria, Claudia. Parece que era más que una relación profesional - añadió el detective, mostrando fotografías de Leonardo y Claudia juntos en diversas situaciones que parecían comprometedoras.
Leonardo se sintió abrumado y traicionado. No solo se le acusaba de delitos que no había cometido, sino que también se veía arrastrado a un escándalo de infidelidad.
- No... esto tiene que ser una manipulación. Claudia y yo nunca hemos tenido nada más allá de una relación de trabajo. ¡Alguien está tratando de incriminarme!- exclamó Leonardo, la desesperación comenzando a apoderarse de él.
El detective, sin embargo, parecía inmutable ante las protestas de Leonardo.
- Las pruebas son bastante concluyentes, señor García. Será mejor que empiece a considerar la posibilidad de cooperar si quiere alguna lenidad - sugirió el detective.
Leonardo se hundió en su silla, abrumado por la magnitud de su situación. No podía creer que su vida, construida con tanto esfuerzo y dedicación, se estuviera desmoronando tan rápidamente. La sensación de traición e impotencia era abrumadora. En su mente, solo una pregunta resonaba: - ¿Cómo puedo demostrar mi inocencia?- 
Después del interrogatorio, los padres de Leonardo, Ana y Roberto, junto con su abogado, se reunieron con él para una discusión crucial. La tensión era palpable en la habitación, un espacio cargado de incertidumbre y emociones encontradas.
- Leonardo, las evidencias son demasiado contundentes. Nos duele decirlo, pero todo apunta a que estás mintiendo. Necesitamos que nos digas la verdad, por muy dolorosa que sea - dijo Roberto, con una voz que denotaba tanto tristeza como frustración.
Ana, con los ojos llenos de lágrimas, se unió al reclamo de su esposo:
- Hijo, siempre hemos estado a tu lado, pero esto... esto es demasiado. Gabriela está devastada, y las niñas no entienden qué está pasando. ¿Cómo pudiste hacer algo así?- 
Leonardo se sintió completamente desamparado. La falta de fe de sus padres en su inocencia era como una puñalada en el corazón.
- ¡Pero yo no hice nada! ¿Cómo pueden creer esas mentiras? ¿No me conocen acaso?- replicó Leonardo, la desesperación evidente en su voz.
El abogado intercedió, intentando calmar los ánimos:
- Entiendo que esto es difícil para todos, pero debemos mantener la cabeza fría. Leonardo, si hay algo que no nos estás diciendo, ahora es el momento de hablar.- 
- No hay nada que decir porque soy inocente - insistió Leonardo, pero sus palabras parecían caer en oídos sordos.
Roberto se levantó, decidido:
- Ana y yo vamos a ir con Gabriela y las niñas. Ellas necesitan nuestro apoyo ahora. Leonardo, si hay algo que puedas hacer para arreglar esto, hazlo. Pero déjame decirte que no esperaba esto de ti hijo.- 
La reunión terminó con una sensación de desolación. Ana y Roberto se fueron, dejando a Leonardo solo con su abogado y sus pensamientos.
Después de un período angustioso en la comisaría, Leonardo fue finalmente liberado gracias a la intervención de sus padres y su abogado. Sin embargo, su liberación no trajo el alivio que esperaba. Al contrario, se encontró sumido en un ambiente de desprecio y desconfianza por parte de aquellos que una vez lo rodearon con amor y admiración.
Leonardo regresó a casa, solo para enfrentarse a un ambiente de tristeza y enojo de parte de quien era su familia. Gabriela, con lágrimas en los ojos, fue la primera en hablar. Su rostro reflejaba una mezcla de dolor, rabia y desilusión. Su voz temblaba al pronunciar cada palabra.
- Leonardo, ¿cómo pudiste hacerme esto? Pensé que te conocía… pensé que éramos una familia,” dijo Gabriela entre sollozos. - ¿Cómo pudiste engañarme con otra mujer? ¿Cómo pudiste arriesgar todo lo que habíamos construido juntos?” Antes de que Leonardo pudiera responder, Roberto, su padre, lo interrumpió con un golpe repentino y lleno de ira. Su mirada era de reproche y desprecio. Su voz era dura y severa.
- ¡Has traicionado a tu propia familia, a tu esposa, a tus hijas! ¿Cómo pudiste ser tan egoísta?” exclamó Roberto, mientras le propinaba una paliza a Leonardo. - ¿No te importó el daño que les causarías? ¿No te importó el honor de tu apellido? ¿No te importó nada más que tu placer?” La hija mayor, María, observaba la escena con una mezcla de miedo y confusión. Estaba escondida detrás de un sofá, abrazando a su hermanita Melissa, que lloraba asustada. María no entendía lo que estaba pasando, solo sabía que su papá había hecho algo muy malo y que su mamá y su abuelo estaban muy enojados con él. Después de un momento, con una voz temblorosa y una mirada de dolor, se dirigió a su padre.
- Papá, ¿Por qué me hiciste esto? Eras mi héroe, te quería mucho,” dijo María. - ¿Por qué le hiciste daño a mamá? ¿Por qué no quieres estar con nosotras? ¿Por qué nos abandonas?” Leonardo, abrumado por el dolor físico y emocional, intentó acercarse a María, buscando algún tipo de consuelo o comprensión. Quería abrazarla y decirle que la amaba, que nunca la dejaría, que todo era un malentendido. Quería explicarle que él no había hecho nada malo, que alguien lo había acusado falsamente, que él era inocente.
- María, yo… yo no hice lo que dicen. Por favor, créeme,” balbuceó Leonardo, con la esperanza de encontrar algo de fe en sus palabras. - Yo te amo, yo amo a tu mamá, yo amo a tu hermanita. Yo nunca haría nada que les hiciera daño. Yo soy tu papá, y siempre lo seré.” Pero María, aferrándose a su madre, no quería escucharlo. La decepción y el miedo en sus ojos eran claros. Gabriela, añadió:
- Leonardo, tienes que irte. No puedo mirarte sin sentir… sin sentir que no sé quién eres. Has roto nuestra familia. Has roto nuestro amor. Has roto nuestra confianza. No quiero volver a verte nunca más.” Ana, la madre de Leonardo, con lágrimas corriendo por sus mejillas, añadió:
- Leonardo. Has roto nuestro corazón. Tienes que irte de esta casa. No eres bienvenido aquí. No eres nuestro hijo. No eres el hombre que criamos. No eres nada para nosotros.” Sin hogar, sin el apoyo de su familia, y con el corazón destrozado, Leonardo salió de la casa que una vez fue su refugio de amor y felicidad. La imagen de Gabriela devastada y su hija María, mirándolo con odio y decepción, quedó grabada en su memoria, siendo un recordatorio doloroso de todo lo que había perdido.
Los meses siguientes al escándalo fueron una espiral descendente para Leonardo. Se encontró a sí mismo cada vez más descuidado y abatido, una sombra del hombre exitoso y confiado que alguna vez fue. Consumido por el deseo de limpiar su nombre, pasó días y noches buscando pistas que lo llevaran al verdadero culpable de su desgracia, ya que una secretaria que se dio a la fuga no podía organizar todo, pero todas sus búsquedas fueron en vano. Se obsesionó con encontrar al responsable de la falsa acusación que lo había arruinado, pero nadie le creyó ni le ayudó.
El hogar que una vez compartieron con sus hijas resonaba con el eco de una felicidad desvanecida. Ahora, en este mismo lugar, Gabriela enfrentaba a Leonardo con un desprecio y una frialdad cortante. Su rostro era una máscara de indiferencia y desdén, sus ojos no mostraban ni una pizca de amor o compasión. 
- ¿En serio pensaste que tu farsa podía durar para siempre, Leo? - le espetó Gabriela, con una voz que era un cuchillo afilado. - ¿Que una mentira tan grande como la tuya no saldría a la luz? ¿Cómo pudiste engañarme con otra mujer? ¿Cómo pudiste arriesgar todo lo que habíamos construido juntos? ¿Cómo pudiste ser tan cobarde y desleal?- Sus palabras destilaban desprecio y rencor, sin dejar espacio para la duda o la defensa.
Leonardo, una sombra de su antiguo yo, con el rostro marcado por el insomnio y la desesperación, intentaba hablar, pero las palabras se disolvían en su boca. Quería explicar, quería rogar por comprensión, pero ¿cómo podía hacerlo cuando su mundo se había reducido a ruinas? ¿Cómo podía convencerla de que él era inocente, cuando todo el mundo lo había condenado sin pruebas? 
- Gabriela, por favor, debes creerme. Yo no hice lo que dicen- balbuceaba, pero su voz se perdía en el vacío de su desesperanza. - Yo te amo, yo amo a nuestras hijas, yo nunca haría nada que les hiciera daño. Yo soy tu esposo, y siempre lo seré- Su súplica sonaba débil y patética, incapaz de conmover a Gabriela.
Gabriela le gritó, sin escucharlo. - ¿Creerte? ¿Después de todo lo que has hecho? Nos has arruinado, Leo. A mí, a tus hijas. Eres un fraude, un mentiroso, un… fracasado- Cada palabra de Gabriela era como un látigo, desgarrando lo poco que quedaba del orgullo de Leonardo. Él, que una vez se había enorgullecido de su integridad y éxito, ahora no era más que un cascarón, un hombre quebrado por acusaciones y traiciones. 
- ¿Fracasado? Sí, eso soy- murmuró Leonardo, su voz apenas audible. Se dio cuenta de que no había nada que pudiera decir para cambiar la situación. La mirada de Gabriela estaba llena de un desprecio irrevocable, una mezcla de ira y repugnancia. - No tengo nada, no soy nada. Solo un hombre acusado de un crimen que no cometió- Su confesión sonaba resignada y amarga, sin esperanza de redención.
- Voy a asegurarme de que obtengas lo mínimo en el divorcio. No mereces nada, absolutamente nada- dijo Gabriela, mientras firmaba los documentos con una determinación glacial. - No quiero que vuelvas a ver a nuestras hijas. No quiero que tengas nada que ver con nosotras. No quiero que existas para nosotras- Su sentencia era implacable y definitiva, sin dejar lugar a la reconciliación o el perdón.
Leonardo tomó la pluma, su mano temblaba. Firmó, no como un acto de acuerdo, sino como un acto de rendición. Con cada trazo de su firma, sentía cómo se desprendía de un pasado que nunca volvería, de un amor que se había convertido en cenizas, de una familia que lo había rechazado. Leonardo se levantó, con la mirada perdida y el alma vacía. Tomó su maleta, donde había guardado algunas pertenencias, y se dirigió a la puerta. Antes de salir, se detuvo un momento y miró hacia atrás, buscando una última señal de afecto o perdón. Pero solo encontró el silencio y la indiferencia de Gabriela, que ni siquiera lo miraba. Leonardo sintió un nudo en la garganta y una lágrima en el ojo. Sin decir una palabra, salió de la casa que una vez fue su hogar, sin saber a dónde ir ni qué hacer. En ese momento, Leonardo supo que no solo había perdido a su familia, sino también a sí mismo.
Gabriela cerró la puerta tras la salida de Leonardo, y se dejó caer al suelo. Su cuerpo temblaba por el llanto, su corazón se rompía por el dolor. No podía creer que todo hubiera terminado así, que el hombre que amaba le hubiera hecho tanto daño. Se sentía traicionada, humillada, abandonada. ¿Cómo había podido engañarla con otra mujer? ¿Cómo había podido involucrarse en un caso de corrupción? ¿Cómo había podido destruir su matrimonio, su familia, su vida?
Gabriela se abrazó a sí misma, buscando un consuelo que no encontraba. Recordó los momentos felices que habían compartido, los sueños que habían hecho realidad, las promesas que se habían hecho. Todo se había esfumado, todo se había convertido en una mentira. ¿Cómo había podido ser tan ciega, tan ingenua, tan confiada? ¿Cómo había podido amar a un hombre que no la merecía, que no la respetaba, que no la valoraba?
Gabriela sollozó, sin fuerzas para levantarse. Se sentía vacía, sin sentido, sin esperanza. No sabía qué hacer, ni a dónde ir, ni con quién hablar. Solo quería olvidar, solo quería escapar, solo quería morir. ¿Qué le quedaba, si lo había perdido todo? ¿Qué le importaba, si nadie le importaba? ¿Qué le esperaba, si nada le esperaba?
Gabriela lloró, hasta quedarse sin lágrimas. Lloró, hasta quedarse sin voz. Lloró, hasta quedarse sin alma.
En otro lugar, Luis, con una mirada calculadora, toma su teléfono y marca rápidamente. Su voz es suave, casi melódica, al hablar. - Marta, es nuestro momento. Podemos dejar todo atrás, sólo tú y yo.- 
Marta, al otro lado de la línea, su voz temblorosa de emoción, responde. - ¿De verdad, Luis? ¿Podemos finalmente hacerlo?- 
Luis asiente, aunque ella no puede verlo. - Sí, he arreglado todo para nuestra huida. Nadie nos encontrará.- 
Los pensamientos de Luis se revelan, fríos y calculadores. 'Tan pronto como Marta esté fuera de la ciudad, la dejaré. Con su implicación en los actos ilegales y la falsa acusación contra Leonardo, no puede volver.'
Marta, ajena a sus verdaderas intenciones, pregunta ansiosa. - ¿Qué debo hacer ahora?- 
- Espera mi llamada. No le digas a nadie, especialmente a Leonardo o Gabriela - instruye Luis con firmeza.
Marta asiente en silencio, su corazón lleno de esperanza. - Lo haré, Luis. Te amo.- 
Luis cuelga el teléfono, una sonrisa fría asomando en sus labios. 'Marta fue una pieza más en el juego. Ahora, con su ayuda en enmarcar a Leonardo, está atrapada. No puede regresar ni revelar la verdad sin exponerse. Perfecto.'
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.