— ¡Mamá! ¡¿Dónde estas?! —Escucho una voz femenina por los pasillos.
— ¡Mamá! ¡El G.P.S. te ubica en este piso! —Grita una voz infantil.
Volteo la mirada hacia la fuente de los gritos, donde aparece mágicamente una horrenda cabellera rubia natural, ojos azules claros, y una cara de “ángel” que me desagrada, hace acto de presencia junto con un niño de ojos inocentes y parecido a ella un poco. Claro que cuando la rubia me ve, su rostro muestra total desagrado a mi presencia.
— Stefany Klein, la ladrona de faroles. —Dice con una sonrisa sarcástica.
—Diana Harbor, creo que vi a alguien buscándote. —Digo señalando al pasillo.
— ¿Enserio? —Pregunta extrañada.
—Claro. Esa persona estaba viendo la película del Hobit pero se decepcionó al no ver a la actriz principal. —Digo viéndola de pies a cabeza.
El pequeño niño que la acompaña trata de retener una carcajada ante lo que he dicho, ganándose una mirada de reprimenda por parte de Diana.
—Larguirucha, estoy segura de que tú no quieres repetir eso.
—Eres tan linda Pitufina, creo que te puedo usar como llavero. —Digo con fingida dulzura, haciendo reír al niño.
—Eres tan increíble…
—Gracias, ya lo sé. —Interrumpo dándome aires —. Pero no estoy aquí para que me halagues, ahora, si me disculpas. —Golpeo la puerta con fuerza —. ¡Carl, abre la puerta en este instante!
—No grites descerebrada. —Dice Diana ganándose mi mala mirada.
— ¿Disculpa? ¿Acaso tu corta estatura te resta inteligencia? No te metas en lo que no te llaman. —Digo sarcástica mirándola a los ojos.
Ninguna aparta la mirada mientras nos lanzamos rayos. Diana y yo nunca hemos sido “amigas”, ni siquiera conocidas. Creo que la definición correcta de nuestra relación, si es que se puede llamar así, es de enemigas juradas. Diciéndolo de forma simple, ella es el cielo y yo soy el infierno, ella es dulce cual miel y yo soy más amarga que la hiel, ella es una princesita y yo soy la bruja malvada. Desde que la conocí cuando empezamos la universidad nos hemos llevado fatal por nuestras personalidades tan distintas, sin mencionar que siempre nos estamos burlando de la estatura de la otra. No sé y ni recuerdo porqué comenzó esta batalla entre ella y yo, pero, lo que sí es seguro, es que voy a ganarla.
En todo el rato Diana y yo no perdemos la vista de la otra, lo cual es una mala idea porque unas manos nos atrapan a los tres haciéndonos entrar en una habitación en el hotel. Lucho para que me suelten. No he venido a las Vegas para que alguien me secuestre, y si puedo con los hombres de mí casa, estos son nada para mí.
—Stefany basta. —Escucho decir a papá, y cuando usa mi nombre, es una muy mala señal —. Chicos, suéltenlos. —Ordena.
Sueltan a Diana y al enano que va con ella, dándome cuenta de que los que nos introdujeron aquí son los despreciables a los que llamo hermanos. Una vez la sorpresa me gana dejándome paralizada, los chicos me sueltan mientras doy una mirada por el lugar, encontrando a papá junto a una desconocida. Demasiado juntos para mi gusto.
—Creo que entiendo lo que estuviste haciendo toda la noche. —Digo con la mirada acusadora sobre el donador de esperma.
—No hay nada de malo en querer recordar el pasado con la novia de la universidad. —Dice sonriendo mientras la acerca más a su cuerpo —. Jennifer, ella es mi hija Steve.
—Hasta su familia nota su falta de femineidad. —Dice Diana, ganándose una mirada reprobatoria por parte de Jennifer.
Paso la mirada sorprendida entre Jennifer, mi padre y Diana. Nunca me presenta por mi apodo, así que está mujer es de verdad importante para él.
—La verdad es que me importa muy poco lo que hiciste y con quién. —Digo viendo a la mujer —. Pero tenías que avisar.
—Stefany. —Dice serio.
Ruedo los ojos y suelto un suspiro pesado al ver que mi padre no quiere discutir conmigo. Casi siempre me siento mejor después de cruzar palabras con él, y el hecho de que no quiera corresponderme mientras no suelta a esa mujer, solo empeora el hecho de que no la quiero cerca de mi padre. Solo mi mamá podía estar así con él, y si ella no lo entiende por las buenas, estoy segura de que so lo haré entender por las malas.
—No es un gusto conocerla. —Digo cruzando mis brazos.
—Claro… no es un placer. —Dice divertida, como si hubiera sido una broma lo que dije —. Diana.