Irene se aseguró de seguir sus horarios de trabajo con aquella diligencia que siempre la había caracterizado. Del mismo modo que Samuel se tomó a pecho sus propias palabras y le llevó en coche hasta la puerta de su edificio cada tarde que su turno le mantenía en la oficina hasta tarde. En ningún momento él la apuró ni forzó a responderle sin tenerlo claro.
Porque sí, a él no le faltaba esa extraña habilidad que, desde el primer instante, le había otorgado una correcta lectura de su mente... Irene desconocía cómo Samuel la había desarrollado pero cuanto más tiempo pasaban juntos más se percataba de que él sabía de sus incertidumbres, indecisiones, anhelos...
Esa facilidad que la dejaba a merced de Samuel era una de las causas de que ella se hubiese enamorado de él. Había tratado de copiarlo sin éxito, no pudiendo leer cómo se sentía salvo en contadas ocasiones por lo que al final desestimó sus intentos y sólo aceptó que no era así como debía ser.
Se resignó a que él la leyese en una sola mirada y, sin embargo, ella no sacase en claro ni un sólo de sus pensamientos a excepción de su felicidad y de sus logros en el trabajo. Recordaba muy pocas veces en que él se hubiese presentado en su apartamento y que con sólo mirarlo en la misma puerta, Irene hubiese sabido cuáles eran sus verdaderos pensamientos.
Justo lo contrario a ella, él según la miraba a los ojos en cualquier momento ya conocía si estaba triste, contenta, feliz, desazonada, agotada, aterrada, cabreada o indecisa. Quizás no sabía la razón de su estado pero captaba perfectamente cómo se sentía en realidad y no simplemente lo intuía... Además él nunca lo había usado en su beneficio.
Sino que le había brindado lo que necesitaba en aquellos instantes para mejorar su estado anímico o había tratado con todas sus fuerzas de ayudarle a salir del bache con una sonrisa y sin temor. Aquello era algo que Irene siempre había valorado como perfecto en él además de muy cómodo para ella.
Sin embargo, esa comodidad había resultado pesada a medida que el tiempo avanzaba. No porque le molestase que él supiese cómo se sentía sino que porque ella desconocía cómo pensaba y sentía él a cada momento. Irene que apreciaba la honestidad y sinceridad, se sentía insegura acerca de él.
Sabía que no podía culparle porque había sido criado así, había sido educado para no mostrar su incomodidad en los grandes actos casi semanales de su familia. Así los invitados de la familia desconocerían los posibles altercados existentes entre los miembros o incluso evitar que su propia familia conociese sus verdaderos sentimientos respecto a tales reuniones sociales.
Pensando en ello, Irene se sintió culpable por no haber compartido con Samuel aquel detalle que él merecía saber inevitablemente. Aunque también era verdad que cuando había tratado de recriminarle aquello, por alguna razón ella no había encontrado ese hieratismo por ningún lado sino que había visto en su rostro cómo se sentía en realidad.
Y aquella queja había muerto en sus labios y se había encerrado en su mente hasta la siguiente vez. Seguramente esa y otras muchas cosas habían acabado por matar sus sentimientos hacia él de un modo tan extraño sino difuminarlos. Fuera como fuera, él había vuelto a su vida y le estaba pidiendo una nueva oportunidad.
Su mente le repetía con claro desánimo "segundas partes nunca fueron buenas"... Pero sabía, en su interior, que eso no era cierto del todo y que ella era la única culpable de su primera ruptura por su falta de honestidad hacia ambos. Debía ser justa con él aunque no conocía si ese era el mejor modo.
Fuera como fuera le había pedido exactamente un plazo de once días para responderle. Sólo le quedaban cuatro y aún estaba insegura de qué contestarle... Sentada frente a su portátil terminando la traducción del libro de botánica del que sólo le faltaban unas diez páginas, meditaba acerca de lo que realmente quería hacer con la propuesta de Samuel.
El teléfono de su apartamento comenzó a sonar sacándola de sus pensamientos, se sorprendió al ver que era una llamada proveniente de España y descolgó sin mirar el número completo. La voz al otro lado sonó preocupada pero agradecida, era dulce y brillante además de muy familiar:
- Irene, buenas tardes.
- Patricia, buenas noches, - le respondió sonriente - ¡qué alegría oírte! ¿Ha pasado algo por casa?
- No, que yo sepa. - Hozo una leve pausa. - Pero echaba de menos escuchar la voz de mi hermana pequeña y bromear con ella como siempre.
- Oh, es cierto, hace al menos cuatro meses que sólo te escribo contados mensajes y no hablamos. ¿Qué tal todos?
- Están todos bien, no ha pasado nada grave. - Su tono no era tan brillante como otras veces.
- Me alegro, y cuéntame ¿qué tal con Fernando? - La curiosidad traslucía en su propia voz.
- Estamos bien, alguna discusión tenemos como siempre pero nada extraño. - La voz de su hermana se animó al consultarle: - ¿Y tú, ha habido alguna novedad?
- La verdad todo sigue igual, Patricia, no ha suced... - Irene se paró en seco dejando la palabra en el aire.
- ¿Qué? - La impaciencia y la confusión se unieron en su tono. - Algo ha pasado. ¿no es verdad?
- En verdad sí, han sucedido varias cosas...