Irene llevaba como unas semanas viendo cómo su vida se desarrollaba en armonía. Claramente "se desarrollaba" porque ella parecía ajena a su propio ritmo habitual. Por mucho que lo había intentado tras aquella conversación con Eric, no había dejado de tener patentes en su mente las ideas de Krestina, sus clientes Margherite y Lily y su "metiche preferida" Katherina.
Con ella había comentado de pasada que le había vuelto a ver en la cafetería y que "habían compartido un café". Y lo había hecho de pasada porque si le contaba todo con lujo de detalle sabía que pondría el grito en el cielo. La llamaría tonta, estúpida y cuanto se le pasase por la cabeza...
La conocía lo suficiente como para saber que le pediría que tomase, de una vez por todas, la iniciativa y que dejase que pasase lo que fuera que tuviera que pasar... Pero Irene nunca había sido de ese tipo de personas, ella trataba de que todos los hechos y consecuencias estuvieran controlados en la medida de lo posible.
Y quizás eso era lo que más complicaba sus relaciones sentimentales, que siempre primaba la seguridad a los impulsos. No podía permitirse dar ningún paso en falso, no deseaba arriesgar su propia integridad psíquica. Nada le valía suficiente a Irene para poner su corazón en riesgo, soportar el dolor nunca había sido su fuerte.
Como tampoco lo era eso de dejarse llevar sin pensar las consecuencias haciendo todo mucho más consciente. Aunque menos pasional o sí más serio y más responsable, lo cual contrariaba al concepto del amor romántico al que todas las novelas románticas apelaban. Irene no se tenía prohibido sentir pero sí que temía sentir demasiado.
Le asustaba dejarse llevar tanto que acabara perdiendo el norte, tanto como el propio orden que llevaba su vida... Era un temor irracional dado que ya se había enamorado antes o al menos eso creía ella. Sin embargo, ese miedo palpitaba tan fuerte como su corazón bajo su piel.
Sabía que no había nada racional en amar a alguien que no quería hacerlo de ese modo por el que todo lo importante era estar con esa persona. Temía que si lo hacía, esa persona le diese la espalda y ya no hubiera más entre ellos. Irracional o no, no quería darle el poder a otra persona para arrancarle todo...
Ni siquiera llegaba a comprender cómo Katherina siempre insistía en que lo principal en una relación eran las sensaciones, las primeras impresiones, los sentimientos... Lo que en España se llamaban vulgarmente las bajas pasiones. Según ella los amores inolvidables y duraderos eran aquellos más pasionales, menos cuerdos.
No sería Irene quien lo probara si podía evitarlo, al menos no conscientemente... La idea era aterradora si la planeaba, ella no era así. Ella planeaba hasta la más pequeña cosa que tenía que hacer en su día a día.
De repente, una mano se posó sobre su hombro sacándola de sus profundos pensamientos. Giró la cabeza hacia la mano y encontró la mirada sorprendida de Angella. Ella le miró avergonzada por su ensimismamiento y le sonrió.
- Irene, estaba diciéndote que si podías ayudarme con la traducción de la página web. - Su voz apacible como su amplia sonrisa le hicieron regresar de golpe asintiendo.
- ¡Oh!, por supuesto, vamos con ello. - Dijo más animada que lo que se sentía.
Irene suspiró mientras se levantaba y acudía al escritorio de Angella con su silla. Estaba agotada últimamente y lo único que hacía era pensar abstractamente. A veces, le asaltaba el recuerdo de su primer amor pero no con su rostro...
Le asaltaba con el de Eric, desconcertándola más de lo que ya estaba. Al instante en su mente se paseaban sus memorias de ella con Sam y su confusión se agrandaba hasta extremos inesperados. No comprendía cómo su mente se había propuesto amargarle la existencia así pero parecía definitivo...
Asintió al comentario de Angella al llegar hasta ella y comenzaron con la tarea sin ella percatarse de cuanto hacía. Mecánicamente resolvió y tradujo todo lo requerido antes de concentrarse de nuevo en una serie de documentos físicos. Angella le dijo entre medias que a Samuel se le veía feliz desde su entrada.
Irene se limitó a asentir y sonreír como si aquello no fuera con ella... Luego se devolvió a su escritorio y continuó con su trabajo más concentrada. Más tarde Samuel le llamó a su despacho y ella fue hasta allí con las últimas carpetas de estudios de mercado del equipo.
- Irene, te noto... ¿Distractida? - Sus ojos azules estaban entrecerrados con intensidad y recelo.
- Distraída... Lo estoy, discúlpame, Sam. - Le sonrió a modo de disculpa y él asintió comprensivo. - ¿Por qué no empezamos con el análisis de siempre.
- Cuéntame antes qué te sucede, es obvio que piensas algo seriamente. - Él se sentó sobre su escritorio, a unos centímetros de la silla en que ella había tomado asiento. - Estoy seguro que lo haremos más rápido si estás más... - Hizo una pausa para buscar la palabra. - Concentrada, eso es.
No quería contarle lo que estaba pensando, más que nada porque desconocía sinceramente qué le sucedía. Se sentía confusa respecto a sus propios pensamientos y emociones y en caso de hablar sobre ello con Samuel, él se sentiría igual de extraño. Quizás incluso herido por ello así que esquivó la pregunta diplomáticamente.
- ¿Cómo lo haces, Sam? - Él le miró sorprendido, quizá preguntándose a qué se refería. - ¿Cómo sabes sin siquiera verme o hablar conmigo en qué ando distraída? Estoy segura de que si te pregunto ahora mismo en qué estaba pensando, lo averiguarías como siempre haces...