Aquel día veintisiete de enero comenzó normal, como un día más de la rutina. Irene como todos los viernes había estado en la oficina hasta el mediodía y después había dedicado la tarde a avanzar en la traducción del libro que tenía entre manos. Era un catálogo de minerales que estaba siendo un curioso descubrimiento para ella.
Pero sobre las siete empezó a vestirse puesto que había quedado con sus inseparables y adorables amigas para cenar y celebrar su cumpleaños con retraso. Iban a cenar en un restaurante italiano a su costa y luego ellas la invitarían al tequila un viernes más. Habían retrasado su celebración porque a Irene no le apetecía siquiera celebrar su nuevo aniversario...
Así que tras varias semanas posponiéndolo, ya estaban a finales de Enero, en la recta final de su mes de nacimiento... Ya no podía negarse o rechazarlo o sus amigas pensarían que estaba actuando extraño de todo punto. En definitiva, aquella noche tenía que arreglarse como le apeteciera y salir de cena y a la cantina.
Si era honesta consigo misma, en verdad, no le disgustaba para nada la idea de salir pero tenía cierto temor por el regreso a casa. Ya había logrado escapar gracias a un buen samaritano de una violación a manos del mayor pervertido que conocía... ¿Qué le decía que otro hombre, algún desconocido, no tendría mejor fortuna y lograría acabar su abuso añadiendo el robo o, incluso, la muerte?
No se lo había reconocido a Katherina porque ya sentía que ella estaba demasiado pendiente de su amiga tras aquel incidente. No quería que se preocupara por sus temores infundados tras lo sucedido. Podía reír y sonreír, sí, pero se sentía insegura recorriendo las calles de la ciudad de madrugada, aún haciéndolo montada en un automóvil...
Por eso había retrasado aquella rutina que antes tan sólo le parecía un poco insegura y que ahora sentía que era igual que andar a oscuras por un aterrador bosque "encantado" a solas con el único uso de una linterna a pilas... El planteamiento aparecía en su mente como la enormidad de cruzar una montaña que sólo se puede escalar con apenas la luz de la Luna iluminando. Notaba cómo el sentimiento de soledad la acompañaba allá donde iba cuando la madrugada caía y, a pesar de la culpabilidad, se había descubierto agradeciendo a Samuel que la llevara a casa cuando terminaban de tarde en la oficina.
Aunque hubiera silencio en aquellos trayectos, su sola respiración y presencia la había hecho sentir cómoda y segura como antes del incidente. Pero sabía que eso sólo era un parche para su miedo, una forma cómoda de no enfrentarse al temor que se había asentado en el fondo de su alma. Una excusa para escapar de algo que debía resolver de inmediato por ella misma y su futuro.
Aquella noche se vistió con un vestido añil hasta las rodillas, con mangas tres cuartos con cuello redondo y cinturón de cuero negro a la cintura justo donde el tableado de la falda comenzaba. Se puso unas medias de color carne y algo transparentes con una especie de tatuaje discreto floreado en el costado de las piernas y unos zapatos stilettos negros con un gran lazo de encaje en el talón. Además de completarlo con su clutch negro con hebilla dorada y su abrigo negro que le cubría el vestido por completo.
Luego se maquilló con tonos rosados los párpados y las mejillas, se hizo la línea del ojo fina en negro, se puso algo de rimmel y se pintó los labios con su pintalabios rojo preferido, un escarlata aterciopelado. Se revisó como cinco veces en el espejo del cuarto de baño y en su dormitorio con la estúpida sensación de que se había pasado pero cuando notó la vibración de su móvil, apartó el pensamiento de su mente. Abrió la aplicación para pedir un chófer y una vez supo que estaba en camino, bajó a la calle a esperarlo.
Mientras aprovechó para llamar a Katherina que le había llamado haciendo vibrar su móvil. La morena tardó dos llamadas en responder y cuando lo hizo, justo apareció el conductor que había pedido así que se montó. Apenas había saludado a Katherina y ya tuvo que repetirlo con el conductor al tiempo que le decía la dirección a la que se dirigía cubriendo el altavoz de su teléfono.
- ¿Qué onda, amiga? - Le preguntó mirando por la ventanilla.
- La marcaba para asegurarme de que salía de casa, no me confío de que venga porque nos tuvo harto abandonadas estas tres semanas pasadas... - Su tono no era de reprimenda sino de preocupación.
- Voy de camino ya, espero no comamos demasiado porque estoy segura si lo hago tendré que salir rodandito del restaurante cual croquetón. - Bromeó Irene con tono distendido y oyó cómo Katherina se reía animada de su pequeño golpe de ingenio.
- Y viene en modo animado, de seguro tendremos a nuestro maravilloso mango bien madurito hablando durante la cena... Con toda mi sal, nuestro dulce azúcar y nuestra bomba explosiva favorita, no faltará ánimo en su celebración de aniversario. - Irene se rió ante el recuerdo de aquella divertida conversación en casa de Dulce. - Ni lo dude, linda, será una noche chula como pocas aunque nos retrasamos en festejarlo desde el primer viernes.
- Por supuesto, Kath, yo estoy lista para un bombardeo esta noche. - Sonrió mirando por la ventanilla derecha cómo los edificios de Atlanta pasaban ante sus ojos.
- Me alegra escuchar eso, mamacita, no espero menos de usted. - Le dijo Katherina con tono condescendiente. - Lo menos que debas hacer, esta noche cantaremos Las mañanitas y de seguro, alguna otra ranchera que disfrute.