Estaba allí sentado con la cabeza apoyada en el volante repitiendo la escena sucedida en el departamento de Irene unas horas antes, una y otra vez en su mente. ¿Qué narices había hecho mal? Algo había ido mal y no sabía el qué, ni siquiera recordaba que hubiese habido nada extraño en su trato hacia ella.
Había sido como siempre educado y galante como consideraba que debía ser. Sin embargo, lo había notado ya desde la noche anterior y esa mañana se había mostrado aún más patente en la mirada castaña de Irene... No podía saber si había sido por su culpa o no, pero no podía negarlo de ninguna manera, era demasiado obvio, tal vez cristalino.
Había en sus ojos una película de tristeza que, aunque trataba de ocultar de todos, él había identificado tras abrazarla en la cantina. Quizá no la conocía de muchos años pero sentía que podía leer esos ojos desde el minuto en que ambos habían cruzado la primera mirada hacia casi un año atrás... Al mirar aquellos brillantes ojos había sentido que, a pesar de las piezas que le faltaban a su puzzle sobre ella, estaba destinado a conocerla.
A leer su mirada de un solo vistazo, a adorarla en cualquiera de sus facetas y estados anímicos y a necesitar de su hermosa sonrisa para tan solo poder afirmar que estaría contento con su vida si alguna vez abandonaba su carrera... Esa cercanía, esa unión que le ataba a ella de un modo sincero y revitalizante así como apasionante había constituido su fuerza para acercarse a Irene vez tras vez. Sin embargo, estaba por completo seguro de que en esos ojos que adoraba había una niebla de tristeza, empañándolos, desgastándolos.
En aquella pupila castaña se había escondido un sentimiento intenso que Irene parecía desear ocultar de sus amigas y de él pero había sido claro. Demasiado obvio a pesar de desconocer de qué se trataba con exactitud, le había quedado meridiano que en su interior había una carga que estaba reteniendo. Quizá sus amigas lo supieran también pero no querían molestarla con ello o disgustarla de algún modo.
Sin embargo, él no podía sino pensar y reflexionar acerca de cómo podía ayudar a aligerar ese peso. Cómo podría aliviar esa presión que dicho sentimiento parecía ejercer sobre sus pensamientos y que quitaba brillantez a su bella pupila castaña. Debería pensarse muy bien la respuesta para ello en el tiempo que se mantuviera alejada de ella por miles de kilómetros, aprovechando así que cuando regresara a verla pudiera tantear el asunto sin ser curioso en exceso.
Tal vez en el tiempo entre aquel amanecer y la próxima visita a Atlanta ambos podrían tratar el tema como amigos que, hasta el momento, eran. Y él conocer qué mantenía aquella tristeza y ese sentimiento de lejanía en los orbes más hermosos que se había topado nunca. Si podía colaborar con la desaparición de esa carga, se emplearía en ello porque si algo anhelaba era ver la luminosidad de su mirada escrutándole con discreción y mal disimulada fascinación ante su conocimiento y desempeño vital.
Había sido consciente, desde la primera vez, que Irene trataba de no prestarle tanta atención como él le había otorgado. Le gustaba que ella estuviera sorprendida por su entrada a la cafetería, no de un modo perturbador sino porque quedaba obvio que le gustaba conocer a sus clientes. Había percibido que era algo lenta en la continuación de su trabajo con él, a diferencia de con sus otros conocidos o clientes habituales.
No creía que hubiese sido a propósito, en realidad temía que ni ella misma había notado ese ligero detalle aun con toda la experiencia que parecía tener. Lo que había sido menos notable era que le observaba con sumo disimulo, mucho más que el que el mismo Eric había tenido. Dicho sea de paso, él había tenido un poco bastante de acosador en aquella primera ocasión, más por querer capturar su imagen en su retina que porque no supiera que no estaba siendo precisamente cortés con ella.
¿Que si se arrepentía? Mucho, por eso comprendía que ella hubiera tratado de mantenerse alejada de él, de no darle pie para que pudiera formarse cualquier idea agresiva contra ella. Al fin y al cabo, ellos eran mesera y cliente respectivamente. Cualquier otra relación no debería ser presionada en la primera o segunda entradas a la cafetería y de surgir, acaecería con el paso del tiempo...
Eric había forzado ese tiempo al presentarse en Nueva York, no de un modo impertinente pero sí algo metiche, stalker (acosador) y perturbador, otra mujer con menos corazón le hubiera denunciado de inmediato. Pero ella se había rendido al saber que le estaba dedicando el poco tiempo que se suponía debía volcar en disfrutar con su familia. Por supuesto, le había dejado en claro que si ella se sentía incómoda o agredida de algún modo por su presencia, sólo tendría que pedirlo y él se marcharía.
Al parecer, había jugado bien sus cartas y en el almuerzo la había entretenido lo suficiente como para lograr que su presencia allí, al inicio intrusiva, fuera grata y confortable. Una compañía que la había resultado según sus palabras curiosa e inteligente, además de haberla permitido conocer más una de esas ciudades que se le insinuaban demasiado grandes, veloces y voraces. Aquella había sido su reflexión en el automóvil de regreso a Atlanta entre canción y canción y parada y parada.
Eric levantó la cabeza del volante mirando el carro en renta aparcado frente al recién adquirido por él y suspiró antes de atarse el cinturón de seguridad y prender el motor. Salió de aquella plaza de aparcamiento y manejó a buen ritmo en dirección al hogar de sus padres. No les había avisado que pasaría la noche fuera, seguro que no le exigirían explicaciones acerca de ello pues ya era adulto.
Resultaba, sin embargo, obvio para el propio Eric que debería no aclarar eso sino reconfortarlos haciéndoles saber que había estado durmiendo en casa de una amiga. Tal vez era el momento perfecto para ir poniendo en antecedentes a Momma Nam sobre cierta castaña. Tomara la relación el camino que fuera en adelante, no quería dejar de contar con el consejo de su madre...