[AVISO IMPORTANTE: En esta escena Samuel dice la causa por la que cree que su padre se comporta como lo hace, es su opinión pero en ningún caso pretende justificar su forma de ser porque el mismo personaje se da cuenta de que él mismo al darle esa razón está ayudando a justificarle y sabe que no es justificable de ningún modo su faceta de depredador sexual y misogínia. Además no debería decir esto pero lo creo necesario porque quizá alguien con criterio menos formado pueda recalar en esta obra, yo como autora detesto y no concibo justificar ningún tipo de conducta ni del personaje que Samuel habla y ni las del perfil de su mujer, no hay ninguna justificación posible, ni siquiera un ámbito familiar desestructurado ni ámbito social ni clases sociales. NADA justifica este tipo de actitudes tóxicas y dañinas. Por favor os pido, no me adjudiquéis a mí como autora esas justificaciones o pensamientos porque forman parte de la concepción de mis personajes pero no de mi ideología y forma de ver el mundo. Como siempre digo, leer esta escena queda bajo tu propia responsabilidad, no me gustaría jugar con la salud mental de nadie, más que nada porque yo misma me conozco y sé cuán peligroso pueda llegar a ser ciertas lecturas en ciertos momentos de la vida.]
Abrió un ojo que cerró de inmediato sintiendo como la luz le cegaba al completo, le dolía la cabeza un poco por los efectos restantes del alcohol en sus venas, no le molestaba lo suficiente como para anular la dulce sensación que colmaba sus sentidos. Su fragancia mezcla de camomila en su cabello y vainilla en su piel unida al sudor que los había impregnado la noche anterior le rodeaba y estaba en la gloria.
Apretó más contra él el cuerpo de ella gracias a su abrazo por la cintura sintiendo cómo su cuerpo encajaba contra él y su boca gemía gustosa. Acarició la piel tersa de su cadera y bajó la mano amándola con las yemas de los dedos en su trayecto hasta alcanzar el glúteo derecho de ella. Era magnífica, no sabía cómo había pasado tantos años persiguiendo mujeres huesudas o demasiado estilizadas, no comprendía cómo había disfrutado de aquellas caderas tan poco carnosas ahora que la había gozado a ella con su naturalidad.
Trazó dibujos invisibles sobre la deliciosa piel de aquel tono níveo y subió de nuevo hasta alcanzar el bajo de su espalda asegurándose de no se soltase de su pecho. Ella removió las pestañas y su mano situada sobre el corazón de él de un modo somnoliento para aplastarse aún más contra él ronroneando en un susurro. Samuel acarició su columna con suma delicadeza hasta alcanzar su castaña melena suelta, adoraba a aquella mujer desnuda recostada sobre él.
Se había sorprendido mucho la primera noche que habían pasado juntos por el hecho de que ella se hubiera quedado desnuda tras ducharse juntos, todas las mujeres anteriores se habían vestido más o menos con camiseta y ropa interior o solo con ropa interior. Ella no, tan solo se había retirado el batín y se había introducido bajo las sábanas a esperar que él se vistiera como deseara… Cosa que lo había animado a quedarse en bóxers y disfrutar aún más de la sensación de aquel bello cuerpo femenino contra él.
Era una delicia sentir cómo sus pechos se golpeaban con tibieza contra su abdomen cada vez que ella respiraba con la relajación del descanso. Bajó su nariz hasta dejarla sobre el cabello de ella percibiendo con más fuerza el aroma a camomila que desprendía e inspiró perdido en el gozo de aquel instante que le gustaría fuera eterno. “¿Cómo pude vivir sin ella tantos años?” pensó disgustado consigo mismo.
– Te amo, Irene, te amo tanto que no sé cómo es posible que haya vivido tantos años disfrutando de mis noches con cuerpos que ahora no tienen nombre en mi mente y que dejara escapar la posibilidad de gozar estos momentos con mujeres reales como tú, más exactamente contigo como estoy haciendo en este instante. – Ella removió su cabeza inquieta alcanzando con su mano derecha su ojo para hacer lo que sería un bello puchero en cualquier niño pero era el gesto más ingenuo y delicado en aquella mujer adulta de piel bañada en leche merengada. – Te amo, preciosa. – Ella levantó la cabeza apoyando su mentón en el pecho de él y sonrió abriendo con parsimonia sus ojos castaños.
– Yo también te amo, Sammy, – cerró un ojo cegada por la luz y añadió en un susurro insinuante: – pero déjate de palabras y demuéstr…
De repente, un sonido estruendoso cortó su voz de cuajo y la bella imagen de ella se desvaneció entre sus manos al igual que sus sentidos percibieron la pérdida total de aquellas gozosas sensaciones… Se removió incómodo en la cama sintiendo que el escandaloso timbre seguía sonando, taladrando sus oídos de ida y vuelta. Alcanzó con sus yemas el puente de su nariz masajeándolo al tiempo que levantaba su tronco superior en un gesto reflejo.
Dejó su nariz y apretó con suavidad sus dedos pulgar e índice sobre sus lacrimales para estirarlos sobre el cierre de sus párpados para romper cualquier posible legaña que pudiera bloquear sus ojos de abrirse. Los abrió con lentitud golpeándose con la penumbra en que se hallaba su dormitorio muy por el contrario de su luminoso y tórrido sueño. Miró hacia su pecho para comprobar que aún llevaba la camiseta y el pantalón que se había puesto la noche anterior, era un alivio no tener que buscar a la carrera ropa para cubrirse.
El timbre seguía sonando de modo impertinente robándole la coherencia a sus pensamientos y miró de nuevo a su entrepierna consciente de que no podría ocultar que había sido despertado de un caliente sueño mezcla de recuerdos y sus deseos. La erección era más que notoria tanto por la aquella debilidad matutina masculina como por su ensoñación así que optó por lo más sencillo, acomodarlo en su pantalón y fingir que todo era normal. Si no les gustaba que no mirasen, así de claro.