Estaba rodeado por dos abogados y su abuela en aquella larga mesa del bufete de confianza de su granny, no obstante, sus pensamientos estaban muy lejos de donde su cuerpo reposaba. No era que no le interesase el tema que estaban tratando sino que tenía en mente el hecho de que había tenido que poner bajo vigilancia a sus progenitores tras aquella visita. Los reportes no habían sido favorables en ningún caso.
Mientras que Joseph había tratado de transferir fondos millonarios a paraísos fiscales, Isobel había contraatacado intentando intimidar a Irene de nuevo. Nada había dado sus frutos gracias a la rapidez de granny para controlar el flujo de dinero de cerca y su propio empeño en que su progenitora dejase en paz a su amada. Ahora la prueba de aquel nuevo chantaje y de la presión ejercida estaba ahí mismo.
Todos en la mesa la habían escuchado y la habían incluido en ambos casos, dado que la susodicha había dejado claro que había urdido un plan junto a su marido para la infructuosa violación, encima de que se podía catalogar el dinero del soborno como desfalco a la propia fundación. Conclusión: tenían a ambos en una buena posición para derrotarles frente al juez. Sin embargo, le preocupaba la seguridad de Irene; por eso se había empleado a fondo en cuidarla desde lejos.
Por esa razón, la había invitado el siguiente fin de semana a Florida mientras cerraba junto a Adrien un contrato nuevo que supondría un buen negocio a futuro para su empresa. Por no hablar de que era muy consciente de cómo su mirada parecía tener un velo de tristeza que no se borraba por mucho que ella sonriera y riera. Era curioso cómo había empezado a percatarse de esos detalles tras descubrir que no quería ser sólo su amante, sino su pareja.
No, no era curioso, era impresionante, maravilloso… Muy interesante, al igual que lo había sido ir aprendiendo con cada mirada que aquella castaña era una mujer con unos ojos tan sinceros y traslucidos como honesta era con sus verdaderas intenciones y sus palabras. Era muy notorio cuando Irene mentía, la mentira se le quedaba clavada en su pupila como una bandera ondeando.
Lo había visto cuando ella se había alejado de él en su despacho, cuando la oyó por primera vez decir más mentiras que las que nunca había escuchado en su voz. Sí, lo había visto, había visto que eran mentiras, ahora lo sabía mas prefirió no darse por aludido porque creía que no era definitivo; creía que ella se dejaría caer unos días después y le pediría perdón.
Debió darse cuenta entonces; no era ella quien volvería, ella se sentiría culpable por haberle mentido y dejaría que fuese él quien diese el paso. En cambio, cegado por sus sentimientos y sus deseos de protegerla de su madre así como de querer brindarle mucho más y mejor de sí mismo se había quedado atrás: manipulando y manteniéndola a salvo desde las sombras. Mark, el abogado de su mayor confianza era la prueba viva de ello.
Un abogado especializado en ley mercantil que había accedido a ser su informante secreto acerca de los estados de ánimo de Irene, aprovechando que acudía todos los días a la cafetería a por los cafés y el almuerzo de los socios del pequeño y discreto bufete. El hombre había sido reticente al principio, pues consideraba que incurría en un delito contra la privacidad de Irene. Y así era en su planteamiento inicial hasta que Mark cedió a darle un reporte anímico y nada más.
Había sido él el que le había convencido de que no podía exigirle más puesto que rescindiría el contrato, con carácter inmediato, aún teniendo que renunciar a la gran suma que suponía el mismo para el bufete. Él había sido quien le había dejado muy claro que la vigilancia a la que la sometía podía considerarse acoso y que, si de verdad quería protegerla, debía acercarse a ella. Tenía razón en cierta manera pero no era tan sencillo.
Incluso teniéndola bajo su ala, su madre había conspirado contra ella sin miedo a mostrar sus verdaderas intenciones; resultaba repulsivo saber que compartía el ADN con esa mujer. La simple idea revolvía su estómago y punzaba sus sienes creando un dolor de cabeza mucho más peliagudo que el procedente de la resaca. Cerró los ojos bajando la cabeza y apoyando su frente sobre su puño que se hallaba colocado en la mesa.
La mano de su granny, delicada y arrugada, le acarició la mejilla: apenas logró dibujar una tensa sonrisa en sus labios por lo que ella alcanzó su nuca con ternura antes de devolver su mano sobre la mesa. Su voz al discutir con los abogados era firme, era sorprendente cómo con aquella voz aguda femenina podía sonar tan férrea e, incluso, autoritaria como un hombre. No, no era sorprendente, era fidedigno pues su abuelo ya decía que era aquello lo que le había enamorado de ella.
Que su apariencia fina y delicada escondía una seguridad y una autoridad tan grandes como la de un mejor hombre que él mismo. Un carácter que no daba pie a equivocaciones y exigía lo mejor a cualquiera que la tratara, sin necesidad de un solo grito. Aquella mujer no precisaba reafirmarse gritando, un simple susurro en aquel tono era suficiente muestra de mandato.
– Sammy, ¿tienes algo más que decir?
– La grabación está aceptada como pruebas ya y es muy poco probable el sobreseimiento de la causa contra tu madre, la de tu padre ya estaba sentenciada a triunfar sin apenas proponérnoslo dado el largo historial… –Afirmó el abogado principal y Samuel abrió los ojos levantando la cabeza para asentir con una débil sonrisa.
– No, no tengo nada que añadir, ya les he dicho y dado todo lo que conozco. Sigo de cerca los pasos de ambos gracias a dos competentes detectives que he tenido que traer desde Florida así que les informaré en caso de que cualquiera de los dos añada algo a su lista de delitos.