Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

XLI - El antes y el después [D]

No le fue difícil disfrutar de aquella tarde de sábado junto a Eric. No, de hecho, fue tan sencillo que creyó se hallaba entre almohadones rellenos de plumas de ganso, casi podía sentirse flotando porque era imposible no gozar del tiempo con él. Del mismo modo que resultaba muy poco probable estar todo el rato seria con un acompañante tan dado a hacerla reír.

No obstante, habían tenido momentos con los pies en la tierra como cuando él le le había mencionado que había leído acerca de las denuncias interpuestas contra el matrimonio Worthington. Ella se limitó a contarle lo que la prensa había expuesto puesto que a ella no le afectaba el monetario, salvo como testigo colateral al no haber aceptado los sobornos y el otro caso estaba bajo secreto de sumario para proteger a las otras víctimas y a ella misma.

Irene había escondido todo lo posible su propia implicación en la segunda causa; no era de su incumbencia, ni convenía que nadie supiera nada más que lo escaso publicado por los periódicos. Esa había sido la parte más delicada, un trago amargo más dado ya que no le gustaba mentir, pese a saber que debía hacerlo. El sentimiento de culpabilidad no le pilló desprevenida: de hecho, aquellas mentiras piadosas y omisiones se unieron a la larga lista de culpas que acarreaba consigo cual bola de presidio.

Aparte de eso, podía decir que Eric había estado todo el rato enfocado en hacerla reír por como decía pendejadas y pronunciaba juegos lingüísticos varios en su idioma nativo una vez se le acababa la verborrea hispana. El único inconveniente de aquello era que cuando dieron las ocho; hora en la que era preferible pensar en conseguir la cena, le dolía el abdomen de tanto reír. Nada que no pudiera soportar, siendo realista.

La cena que Eric pidió, apenas tardó media hora en llegar y tras servir una copa de vino para ella y él abrir una lata de cerveza con que brindar, procedieron a comer sentados en el sofá. Mientras ella revolvía sus fideos en el paquete, distraída por el recuerdo de la última noche que él había estado allí, sintió cómo era observada. Paró el movimiento de los palillos y levantó los ojos hasta los de él, sosteniéndole la mirada, perdiéndose en el caramelo una vez más.

 – ¿Qué? –susurró perdida en aquellos iris que la ponían nerviosa y cautivaban del mismo modo entre el maremágnum de sentimientos desconocidos que contenían.

– Yo… –pareció turbarse y negó con la cabeza–. Perdón, me da pena mirarla así, linda, es solo usted usa muy bien los palillos. Le vi en casa de mis padres, aún me fascina.

– ¿Buena con los palillos? No, de ninguna manera, no puedo cortar la carne como tu madre en la barbacoa; esa sí es una gran habilidad con los palillos. –Su sonrisa juguetona creció llegando a sus ya de por sí centelleantes pupilas.

– Estoy seguro con practica consiga igual Momma, solo tarda tiempo. –Irene no pudo evitar carcajearse de aquel “sólo tarda tiempo”–. ¿No me cree, linda?

No, digo, te creo, es sólo que… ¿Cómo lo explico? Tardar tiempo en esta situación es una redundancia, a redundancy, I don’t know if you get it or… (no sé si lo entiendes o…)

– Gotcha (Lo capto), linda, –le guiñó el ojo y señaló con tono jocoso antes de volver a ponerse a comer– you’re a scholar, aren’t you? (usted es una erudita, ¿verdad?)

– Rather not (no lo creo), temo que no soy tan hábil como crees.

– Bien, mi punto era pues si llega a Corea quienes no conozcan a usted, dirán que es muy hábil. Soy seguro que recibe más complimentos por su uso de los palillos. –Terminó de afirmar con absoluta seguridad antes de sorber, ruidoso, los fideos y sorprenderla. Ella tomó algunos en su boca y los masticó antes de fijar sus ojos en él.

– ¿En Corea está bien visto hacer ruido al sorber? Siempre he oído de Japón y China que allí está permitido pero no de Corea aunque, claro, no es habitual que comparta mesa con alguien de origen coreano.

– No es obligatorio, ni usual, –dejó el paquete en la mesa frente a él y alcanzó su mejilla izquierda con su mano desde su posición en el sofá en un gesto tierno, ella no se apartó sorprendida por aquel arrebato–. Estaba pensando tal vez debamos ir más a comer con palillos, así hará mejor. –Sonrió observando sus labios y con su pulgar retiró de la comisura de sus labios algo de salsa.– Ahora mejor. –Irene observó su dedo y luego los rosados labios de él que contrastaban con los suyos en tono melocotón.

– Gr-gracias, Yoon Do. –Sus comisuras se ensancharon hasta dibujar su mejor sonrisa, aquella divertida, juguetona, curiosa que tanto la intrigaba.

– Me gusta escuchar mi nombre en sus labios, linda, hace que guste más su voz de campanitas. Toda usted es musical, Irene.

Ella percibió que no podía regresar su mandíbula a su posición normal, su cuerpo y su mente estaban perdidos en las palabras de aquel hombre que lograba hacerla flotar al tiempo que en su estómago miles de elefantes se empeñaban en dejarse notar. La respiración se le entrecortó y su rostro traidor se acercó hacia el de él con una simple misión, suicida o no. No estaba segura de si aquello era correcto o no, recordaba perfectamente cómo había sido su último beso con Samuel.

O peor, cómo había ido su intento de escarceo y aquello podía irse de sus manos con tal sencillez, como pasmosa resultaba ser la gran atracción que la turbaba: aún sin ser él tan atractivo como Samuel lo era. No, quizá no era tan bello según los cánones de belleza que gobernaban las pasarelas… Sí, era muy diferente de esos modelos que cubrían las portadas de las revistas, lo era sin duda.




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