Dos días después la llamada de Dulce a su apartamento la sorprendió en su habitual horario de trabajo de traducción. Apenas le costó salir del enfoque necesario en la labor puesto que la voz vivaracha y graciosa de la mexicana le sacó una sonrisa inmediata además de su directo uso del apelativo cariñoso con que la llamó desde el primer instante.
– Chef, le marqué para asegurarme que mañana a las siete y media esté en mi departamento.
– Porfiaré por estar ahí a la hora acordada, ¿necesitas que lleve algo para ayudarte con la preparación de la cena?
– Nada, la neta tengo todo lo necesario y Estefi traerá el tequila.
– Perfecto, entonces nos vemos mañana.
– ¡Espere, Irene! Ayer recibí un paquete de mi madre desde Yucatán, ¿a que no sabe qué me envió entre lo de siempre? –Ella negó como si su amiga pudiera verla antes de percatarse que no podía verla.
– Ni idea, ¿le envió algún ingrediente para sus suculentos platillos? –La risa de su amiga fue dulce y desenfadada.
– Eso es indiferente, siempre envía especies. No, me envió las fotos que tomaron cuando la llevé a los Muertos allá. Hicieron tropecientas hermosas, podrá elegir cuantas le gusten.
– ¡Qué bella su madre, mi Dulce! Envíele recuerdos cuando la llame más luego, ¿podré copiar las fotografías? No me gustaría que se quedara sin alguna de ellas por cederme las más bellas. Y la neta, su disfraz de la Catrina fue bellísimo, quiero una foto de usted así sin quiera mirar las demás. –La risa brillante al otro lado del teléfono regresó on fuerza.
– ¡Oh, recuerdo el susto que la di al aparecerme tras usted! ¡Qué chida fue la noche! Me encantaría repetir alguna vez con el resto de chavas locas.
– Eso suena a crear nuestra propia Resaca, Dulce, lo veo riesgoso conociendo a Kath. –La preocupación de Irene se borró al instante en que escuchó a su amiga referirle con total seriedad:
– No mame, Chef, de Kath ni con balasera nos libramos.
– Y mejor así, ¿que qué haría yo sin conocerlas? ¿Con quién andaría de locuras por ahí?
– Conociéndola de seguro tendría unas amigas padrísimas como nosotras, mas le aseguro que nos perderíamos estos bellos recuerdos en pos de otros diferentes.
– Quizá pero no renunciaré a los ya creados, ni modo. Por tanto, dejemos de elucubrar posibles situaciones y asumamos la realidad, soy afortunada de teneros. ¡Hasta mañana, mi Dulce!
– Nos vemos, linda.
Se dirigió a la cocina nada más colgar el auricular del salón sin mirar de nuevo la pantalla de su portátil, pensando ya en qué segundo prepararse. Su mente recorría sus divertidos y coloridos recuerdos de aquella visita a Méjico con Dulce durante la celebración de los Muertos. Había sido una escapada impulsiva de una semana, que se había sentido fugaz una vez en el lugar.
La idea vino de una conversación acerca de las festividades en su país, en especial, aquella que iban a festejar en menos de un mes por lo que surgió la idea de que se uniera a Dulce en su visita para honrar a sus antepasados. Empezó como una broma de Estefanía mas dada su curiosidad, las escasas posibilidades de disfrutar algo así y el empujón que le dieron Kath y Dulce; acabó tomando la oportunidad.
Había conocido tanto a la gran familia de su amiga como el pueblo de sus orígenes y los festejos en primera persona. Le había maravillado y asombrado cómo la muerte podía inspirar una fiesta tan alegre y vivaz, que casi podía considerarse casi un evento carnavalesco más que uno otoñal como era. Sobre todo, resultaba muy chocante al compararlo con el concepto español con que ella había crecido.
En España el día de Todos los Santos los mayores solían acudir al cementerio de un modo sobrio para renovar las flores de la tumba del familiar al que se visitaba, si esa era su costumbre. No todo el mundo lo hacía: ni sus padres, ni sus abuelas usaban sino que defendían que era mucho mejor celebrar a los difuntos juntando a la familia alrededor de la mesa. Y alguna vez viendo o leyendo el anticuado ejemplar de Don Juan Tenorio de José Zorrilla regalado a los catorce por su abuela.
La diferencia de festividad entre ambos países quedaba patente en el hecho de que la fiesta en Yucatán duraba tres días en lugar de solo uno como en su país. Llegaron el día treinta de octubre puesto que su amiga quería colaborar en la preparación del primer día festivo, en el que se honraba a los infantes fallecidos. Al parecer, su familia tenía que hacer memoria de una prima materna con diez años además de al resto de difuntos adultos en el segundo día de noviembre.
Recordaba con nitidez todos los aromas provenientes de la humilde casa familiar de los muchos y deliciosos platos típicos de la zona, no así sus nombres en náhuatl. Todos estuvieron muy interesados en informarla sobre cada uno de los recordados así como de cada uno de los detalles que decoraban los altares, los ropajes o los lugares. Así mamá Rosario le contó que había pueblos donde se desenterraban los esqueletos de los familiares, cosa algo tétrica.
Pese a ese tipo de anécdotas algo truculentas y las muchas historias que le narraron como el origen azteca de la costumbre o leyendas como la de la Catrina o la Llorona. Colaboró junto con los miembros de la familia en el montaje de aquel extenso altar con fotografías, la cruz, las calaveras dulces, el pan de muerto con aquella forma esquelética, los doce cirios, el incienso, las recetas familiares y las bebidas. Y en la base de aquella mesa la flor asociada a los muertos, la cempasúchil; un tagete según su padre.