Todos habían ido disgregándose en pequeños grupos tras haber estado en la mesa de conversaciones y canciones en cuantos idiomas conocían. Ella estaba muy sorprendida de haber escuchado a Alice cantando en italiano y en coreano, en especial el cumpleaños feliz a Eric, lo que sin pretenderlo había levado a que las mejicanas y ella le felicitaran cantando también. Nada la había preparado para escuchar la clara y melódica voz del aludido con una tonadilla de kpop de una cantante a la que habían llamado IU; su tono creaba calidez en su pecho sin necesidad de tocarle.
La maravilló incluso más que el rostro de sorpresa del moreno al sacar su ukelele del despacho o el aplauso con que todos les obsequiaron a Kath, Dulce y ella con su interpretación de Cómo te atreves de Morat. Quizás lo que más le gustó de aquel momento fue el hecho de que él no se limitó a escuchar y se unió a ellas en el estribillo aprovechando sus propias técnicas vocales. O el orgullo que vio tanto en los ojos de Samuel como en los del coreano al ver algunos de los vídeos tocando el piano que Ruth guardaba siempre en su móvil…
Se sentía como si hubieran descubierto que tenía tres cabezas por tocar una corta suite de Bach para clavicordio frente a ese sublime piano que le permitía reunirse con la música una y otra vez sin importar el tiempo separada de ella. Su padre les había inculcado un gran amor por la música a sus hijos y sus abuelas habían hecho lo mismo con sus improvisados escenarios de cocina o salón en las celebraciones.
Lo único diferente con sus hermanas en ese ámbito era que ella había tenido una facilidad mucho mayor para la instrumentación, de hecho no fue hasta que comenzó a recibir clases que logró que pudiera concentrarse en los estudios. La idea surgió de Aurelia quien vio que la ya escasa concentración y tranquilidad que presentaba cuando tenía a Marcos de compañero de juegos pareció esfumarse del todo, a excepción de cuando a hurtadillas se sentaba en el piano de su abuelo.
Su plan era solo llevarla a clases y probar si entre notas su espíritu se calmaba, la conclusión fue que ganaron a una instrumentista que había estudiado para profesional. La música era parte de lo que tanto amaba: era un idioma más universal que el inglés, el español o el francés, cualquiera podía comprenderla y sentir lo que deseaba expresarse… Era una parte de ella que soltó la espina silenciosa que se clavó en la pequeña niña que perdió a su compañero de juegos sin apenas recordarlo.
Una pasión que había crecido junto a ella para sanarla, que le había empujado cuando más decaída estaba y que en cierto modo estaba tejiendo una base muy fuerte entre ella y el dueño de aquellos ojos caramelo que brillaban como lámparas al oírla cantar, tocar o tararear perdida en la cocina. Muchas veces lo había encontrado perdido con sus ojos clavados en ella mientras cocinaban esa misma tarde, con su sonrisa infantil esculpiendo sus labios. El descubrimiento de sus habilidades intrumentistas había aumentado ese brillo al tiempo que el magma cubría su corazón y lo calentaba hasta límites insospechados.
En ese instante todos los hombres a excepción del susodicho rodeaban a Adam que discutía sobre beisbol y otros deportes, el enfermero adoraba ese tema aunque no era el único a su alcance. En cambio, las mujeres rodeaban a granny que conversaba sobre noticias curiosas y anécdotas varias impresas en los periódicos que recordaba tanto de Atlanta como de Georgia. Era hermoso cómo la anciana se hacía querer de una manera tan natural, un afecto y respeto del que era merecedora en cualquier caso.
Quizá por eso mismo su nieto no quiso molestarla con una interrupción de la conversación cuando algo pareció apagarse en su mirada, el mismo instante en que ella junto a Kath y Kres acudían a la cocina para limpiar algo de los restos de la cena. Las tres se devolvieron unos minutos después donde el resto e Irene no pudo evitar percatarse de que él aún no había regresado. Sabía que sólo había tomado una copa de vino durante toda la velada aparte de agua, lo cuál no era preocupante excepto porque ella percibió cómo miraba la botella fijamente antes de su ausencia.
Se excusó con ir al aseo en su propia casa, ¿quién hacía eso? Avanzó por el pasillo revisando las escasas puertas y no tuvo que buscar mucho más porque le oyó susurrar tras la puerta entornada de su dormitorio y supo con quién hablaba de golpe. Esa revelación calentó su corazón y la llevó a sentirse más aliviada sabiendo que no estaba sufriendo algún bajón como había barajado al ver sus ojos oceánicos, suspiró y revisó su espalda antes de apoyarse en el umbral de la habitación con ellos.
No era extraño que la pequeña sombra blanca hubiera estado escondida con tanta gente en el apartamento, cuando sus amigas mejicanas habían ido a cenar también se había refugiado a cabllo entre su gran cojín y la cama de ella sin intención alguna de mostrarse nada más que para probar bocado. Samuel estaba sentado en el suelo junto a la cama de Luna cubriendo su lomo de caricias en tanto que hablaba con ella con voz susurrante y algo ronca por el esfuerzo de bajar tanto el volumen. El animal respondía complacido a sus gestos y palabras con ronroneos bajos y profundos.
– Ay, Luna, you know well where to stand! (¡Sabes bien dónde quedarte!) Todos los invitados ahí fuera y tú aquí, en tu cama de niña mimada. –Le oyó reprenderle con diversión, quien alzó la cabeza hacia él y ronroneó de nuevo como si no le encontrara sentido a la regañina–. Sí, hazte el inocente ahora pero tienes mucho que contarme, como mis ojos azules en el suelo tienesla obligación de contarme lo sucedido en mi ausencia, ¿eh? –Otro maullido esta vez interrogativo valió como contestación–. No te puedes escapar de la misión, Luna.