La alarma de mi teléfono resonó en mis oídos y no pude sentirme más tentada a quedarme en la cama, pero me había prometido a mí misma que haría todo para ganar la competencia del Axal y entrenar duro era la clave de todo. Me cambié de ropa con rapidez, y me puse los lentes de contacto aún con un poco de sueño. Tenía la sensación de que nunca me adaptaría a levantarme tan temprano.
Salí de mi habitación mirando a mi alrededor. No había escuchado a Yoisel levantarse, lo cierto era que nunca lo escuchaba. Era como si nadie estuviera en la habitación de al lado a la mía. Era un alma silenciosa el biólogo como el significado de su nombre indicaba. Decidí esperarlo en el porche, no tenía valor de correr sola por la carretera sin que hubiese salido el sol. Era un transcurso peligroso a esa hora.
«¿Por qué tarda tanto?» Ser paciente no era una de mis virtudes, pero llevaba diez minutos esperando por Yoisel y estaba desesperada. Decidí subir a su habitación para tocar a su puerta, pero justo antes de que lo hiciera el biólogo apareció frente a mí con su ropa de deporte y cara de sorpresa.
—¿Aún no te has marchado? —ignoré el tono amargo con lo que lo dijo. Me daba la impresión de que no quería acompañarme a correr. «Que mal lleva el enojo este hombre.»
—Buenos días. ¿Podemos irnos? —dibujé una sonrisa falsa en mis labios.
—No. Hoy quiero correr solo.
—¿Tan mala compañía soy? —Me hice la ofendida. Aunque estaba siendo algo duro conmigo, pero poco me importaba, yo tampoco era que disfrutase mucho de tenerlo cerca.
—Sí. —Pasó por mi lado y bajó las escaleras con precisión para no hacer mucho ruido.
—Que sincero. —susurré mientras lo seguía.
Llegamos al porche y ambos hicimos nuestros estiramientos, él tratando de ignorar mi presencia.
Corrimos por el sendero en silencio, hasta que escuchamos un ruido raro proveniente de unos árboles cercanos a la carretera.
—¿Qué fue eso? —chillé.
—Seguro fue un quokka.* —me contestó con seguridad.
—¿Y si es un asesino serial? ¿O un leopardo? ¿O una serpiente gigante? —Me acerqué más a él con disimulo. «Qué miedo»
—¿Y si es solo el viento? —negó con la cabeza y mantuvo su ritmo al correr.
—¿Siempre eres así? —le pregunté algo enojada por su comportamiento.
—¿Así cómo?
—Molesto. —Una carcajada se escapó de sus labios y me miró con cierta gracia.
—Lo dice la chica que me está haciendo plantearme el volver a Sídney antes de lo previsto porque no deja de molestarme.
—¿Vives en Sídney? —me emocioné solo de recordar la ciudad.
—Sí. ¿Escuchaste lo otro que dije? —Uf, no me dejó disfrutar del momento.
—Sí, sí, que te quieres ir por mi culpa. Haz lo que quieras, pero si me puedes dejar tu perfume te lo agradecería. —Agité mi mano frente a él restándole importancia a su comentario y él volvió a reírse a carcajadas.
—¿Has ido a la capital?
—Sí, sobretodo cuando tenía 17 años, acompañaba a Darel y a su madre a la logopeda.
—¿Por la tartamudez? —Asentí con la cabeza. —¿Siempre fue así?
—No. —me encogí de hombros y suspiré con fuerza. Los recuerdos de aquella época retumbaban en mi mente. Pero Yoisel por alguna razón no dejaba de mirarme. —¿Quieres que te cuente? —lo conocía desde hace muy poco tiempo y sabía que aunque se muriera de ganas por saber, no me haría una pregunta referente a eso.
—No, si no me quieres contar. —No apartó sus ojos de los míos, aún nos quedaban unas pocas casas para llegar con Darel, y tarde o temprano se enteraría, no era un secreto para nadie en la isla lo que mi mejor amigo y yo pasamos juntos.
—Teníamos 17 años, y queríamos comernos el mundo. Las mejores olas se crean cuando hay mal tiempo, siempre lo escuchábamos decir. Estábamos en la edad en la que cometemos las mayores estupideces de nuestra vida sin pensar en las consecuencias. Fuimos con un par de amigos a cazar olas en plena tormenta. Darel y yo estábamos compitiendo para ver cuál de los dos era el mejor, teníamos esa rivalidad tonta. Una ola gigante nos golpeó y nos arrastró hacia las rocas, él sufrió una contención en la cabeza que lo dejó inconsciente, mientras que yo tuve tres costillas rotas, y un golpe que afectó mi visión al punto de no poder ver lo que está a mi alrededor a una distancia de 10 metros. Nos salvamos por los pelos, porque desde donde estábamos era imposible que nuestros amigos pudieran rescatarnos, tuve que llevar a Darel a rastras hasta la orilla, luchando contra el mal tiempo y sin estar segura de adonde iba. Imagínate, una niña de 17 años asustada, cargando a su mejor amigo sin tener la seguridad de si estaba vivo o no, porque la sangre que salía de su cabeza era como para pensar lo peor. Desde ese día supe que lo amaba como algo más... Darel despertó a los 3 días después del accidente sin poder decir una palabra sin tartamudear. Han pasado 10 años de eso y ha mejorado mucho, aunque los doctores no están muy seguros de que su tartamudez sea curable.
—Yo... no sabía nada de esto. Tampoco es que hayamos hablado mucho, pero la primera vez que nos vimos lo interrumpí mientras hablaba, creí que estaba nervioso por lo que habían hecho. —Me sorprendió que lo recordara, esa fue la causa por la que me enojé con él el día en que nos conocimos. No era tan malo como parecía el biólogo.
—Si quieres puedes venir a correr con nosotros. Mira, ahí está Darel. —Le señalé al rubio guapo que se estiraba en el porche de la casa azul.
—No, hoy no, quizá mañana. Me gusta correr solo. —se encogió de hombros.
—Ya me lo has dicho miles de veces. —Rodé mis ojos y me alejé regalándole una sonrisa falsa. —Nos vemos.
Me acerqué a Darel con mayor ánimo que antes, él estaba mirando a mi compañero de viaje a lo lejos con curiosidad.