Leslie Belmont.
Antes de comenzar las clases, me aventuré a buscar una habitación para habitar. Al principio, tenía la idea de un basement lo que en latinoamérica se traduciría como un sótano aunque aquí las personas lo utilizaban como un departamento debajo de sus casas. Lamentablemente estaba alrededor de $800 - $1,500 CAD cuando mi presupuesto debía ser igual o menor a los $500 CAD mensuales, por lo que después de estar buscando accedí a una habitación donde me ofrecían el arrendamiento más económico, aunque se compensaba un poco por el uso del transporte público, aunque no estaba tan mal porque mi pase mensual estaba incluido dentro de la colegiatura del college.
Dentro de la casa, habitaban tres personas de diferentes nacionalidades que posterior a mi mudanza pude irlos conociendo; una surcoreana de 25 años, un francés de 29 años y un ruso de 28 años. Todos con características muy particulares debido a su procedencia, pero amables dentro de lo que cabía. Si, cada quién tenía sus ocupaciones, pero casualmente por las noches que llegaban todos en la noche, acostumbraban a jugar videojuegos, especialmente los dos varones, mientras que la surcoreana tenía sus rituales de skincare.
Cuando el momento de entrar a la universidad llegó, me sentí nerviosa. Nuevo país, nueva escuela, nueva cultura, pero sobre todo, nuevo idioma. Si, lo entendía, pero al ser un país multicultural, los acentos eran diversos. No obstante, mi motivación permanecía incluso cuando pasaron unos días y no lograba tener algún amigo. Si, todos eran muy amables, inclusive los profesores quienes te brindan la confianza de repetir alguna explicación si llegase a trabarme.
Estaba muy contenta con todo este proceso, pero no podía negar que encontrar trabajo me estaba resultando difícil. Debido a que había encontrado arrendamiento antes de los quince días que duraba mi Airbnb, el dinero que invertí en él, se perdió. Si, era cierto que todavía tenía bastante dinero de la solvencia económica que tuve que demostrar al gobierno canadiense para que me pudieran autorizar el permiso de estudios, pero quería destinarlo al pago completo del programa para que después no tuviera complicaciones para reponer o juntar dicha cantidad y, en caso de que no, suspender mi inscripción al siguiente periodo. Aunado a eso, los dos depósitos aparte de la renta que tuve que pagar para tener derecho al techo en el que ahora vivía. No buscaba quejarme, pero era una situación que debía preocuparme antes de llegar a ser alarmante. Aquí no tenía ni a mis papás, ni a mis hermanos; a nadie a quien recurrir si las cosas se ponían pesadas.
Verme en esta situación me hizo darme cuenta de muchas cosas. Valorar lo que tenía, era una de las principales. Creer que tenía ciertas carencias, cuando realmente estaba en cuna de oro; cualquier cosa o problema que tuviera, podía ir con mis padres porque sabía que harían todo lo posible por sacarme de problemas. Sin embargo, al estar sola, lejos de ellos y de casa, debía hacerme responsable de mis propias decisiones. No porque fueran malas, sino porque era parte del proceso.
Habían pasado quince días desde que comenzaron las clases y seguía sin encontrar trabajo. Aunque tenía la colegiatura completa, el pase mensual del transporte, no quería descompletar para la comida, pero ya era más que necesaria. No podía estar comiendo ramen instantáneo todos los días.
Tanta era mi preocupación que la desesperación poco a poco comenzó a apoderarse de mí, a tal grado en que, sin darme cuenta, comencé a tener dificultades para respirar. Me toqué el pecho tratando de recuperar el aire mientras miraba a todos lados buscando una especie de huida; la gente conversaba animadamente, otros hacían tareas mientras comían. Efectivamente, me encontraba en la cafetería escolar. Todo parecía tan lento y exasperante. No sabía si me había engentado por la gran cantidad de gente o si tenía privación de oxígeno lo que me provocaba dificultad para respirar. No lo sé, pero por más que apretaba mi mano sobre mi pecho, no lograba tranquilizarme. Incluso, noté como esa misma mano temblaba de manera que difícilmente controlaría conscientemente.
Me sentía fatal. Quería pedir ayuda pero no podía pronunciar palabra alguna. Buscaba llorar, gritar, correr, pero mi cuerpo no respondía, inclusive, los mareos comenzaron a hacerse presentes. Tenía miedo. No había manera de calmarme y parecía que las personas a mi alrededor no se inmutaban de nada.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que una persona se posicionara enfrente de mí; era un hombre alto de complexión delgada con ojos marrones rasgados y con mirada de preocupación que apenas lograba escuchar.
—Mi nombre es Jeong Wong, soy docente de la facultad de negocios y estás presentando un ataque de ansiedad. —habló tranquilamente mientras con su mano derecha tocó su pecho esperando reacción en mí—Necesito que asientas con la cabeza si logras entenderme.
Asentí.
—¡Muy bien! Necesito que me des permiso de tocar tus brazos para alzarlos. —volví a asentir y los alzó lentamente—Es muy importante que los mantengas arriba. —suspiró—Ahora, lo que te voy a pedir va a ser muy difícil, pero es muy importante que lo hagas hasta donde puedas. —hizo una pausa—Voy a contar hasta 10, y cada que cuente un número vas a inhalar y luego exhalar lentamente, ¿de acuerdo?