“Los monstruos más temibles son los que se esconden en nuestras almas.”
Edgar Allan Poe
18 de septiembre del 2018
Sientes mi corazón es un remolino de emociones, tristeza, ira, felicidad. Pero sobre todo la culpa, me carcomía y más allá de eso. Me asfixiaba al borde de sumergirme y hundirme en ella para siempre.
Era real, no lo recordaba a la perfección. Pero era real.
Y él rostro de la persona en el cementerio hacía que todo mis pensamientos se desvanecieran como una espesa niebla, no recordaba a verlo visto entre los familiares de mi padre.
Y mi madre, ella no tenía familiares con vida, y en ese momento me di cuenta que era tan extraño. ¿Ningún pariente materno? Ni uno solo o simplemente era una falacia. No lo sabía.
Anduve deambulando por los pasillos como alma perdida mientras escuchaba a hurtadillas los rumores susurrados en los pasillos. Los rumores eran nuevos, y eran de mi otra vez.
Les gustaba hablar de otros pero nunca de ellos, y quizás fue el motivo que me encamino hacia las chicas hablando y pregunte:
—¿Quién les dijo eso?
No me había olvidado del terror que marcaban sus fracciones, no, y tampoco de la mirada enardecida de los chicos al entrar en el vestuario de chicos.
Busque con desesperación al objetivo, hasta que di con él al final de los vestuarios. Con parsimonia camine hacia él, implacable y decida, sin dejarlo hablar le solté una bofetada.
—Me sorprende verte, Miller. Todos pensamos que no vendrías por lo que paso por el bosque con Evans y a la luz de la luna. En serio que rápida que eres, no ha pasado más que tres meses de tu ruptura con Lukas.
Fruncí el ceño. Mis venas hirvieron al oírlo, no lo soporte más antes de intentar propinarle otra bofetada. Pero me detuvo con su mano, y me miro con recelo, una mezcla también de querer matarme.
—¿Qué deseas, Miller? Si no te das cuenta es el vestuario de chicos y tú no lo eres.
—Deja de decir mentiras. Nunca tuve nada con Lukas – excepto secretos, claro está, pero de ahí nada —. No se de donde sacan tanta tontería aunque no me sorprende con eso de que aquí los rumores vuelan aunque siempre llegan mal. Y tampoco ese nuevo rumor.
Chasquea su lengua y luego me dedica una sonrisa más falsa.
—¿Cuál? Si es verdad, no es un rumor que tú y Evans tienen algo, es un hecho. —resoplé y él solo siguió hablando—. Espero que disfrutes tu estadía hoy, Miller. Y créeme cuando te digo que desearás no haber venido hoy ni nunca aquí, será el infierno.
—He estado ahí y créeme lo conozco y regrese, no creo que sea peor estar aquí que allá.
Me sentí osada. Pero mis palabras no sonaron como quería, fueron más como una afirmación de que la guerra empezó.
Una foto alcance a divisar entre las paredes de los vestidores. Una foto mía y de Evans, de ayer que estábamos besándonos.
—Está es la prueba.
—¿No tienes otra cosa que hacer, Thomas?
—Yo tengo tiempo. No soy una demente que terminara en un manicomio si no se comporta. —soltó con desdén, y algo oscuro apareció entre las tinieblas. Más allá de la puerta entro alguien de melena blanca completamente, quizás un rubio antes pero ahora parecía la misma nieve.
—Eres solo un ser despreciable y arrogante. Eres solo una persona tan miserable como yo. ¿Lo sabes, cierto?
Hice silencio cuando una persona se acercó, retumbando en el lugar todo un silencio, la llegada era una chica de cabello blanco como la nieve.
—Puedes creerte un monstruo pero a la final solo eres un humano con un cuerpo frágil, tan vulnerable y efímero como una pequeña hormiga. Eres una bestia disfrazado con piel de cordero aunque sigues siendo débil, Thomas. —dijo, su voz siniestra y demandante con las sombras de sus ojos que denotaban cansancio. Sus pupilas eran de un dorado intenso como pulido en oro. Ensanchó una sonrisa torcida. Malvada y sentenció—. ¡El espectáculo acabó, largo!
Todos marcharon casi al instante y sus cabezas giraban hacia la de melena blanca con disimulo. Tenían pavor a la chica pero no solo por su actitud autoritaria, había algo más que no se había perdido.
Hasta Thomas salió del lugar. No sin antes darle una mirada a la presente como con respeto y odiándola.
—¿Quién eres?
—Tienes agallas, chiquita pero peligrosa — dijo con empatía sin animosidad que había usado hace poco. Como si fuera dos versiones distintas de ella misma—. Soy Emma y se quien eres, además déjame decirte que nadie le ha hablado a ese gorilla como tú y creo que tienes muchas agallas.
No se que decir y me limito a asentir. Ni yo sabía que tenía esa fuerza de decir aquello y oír de alguien aquello es satisfactorio.
Quería preguntarle más cosas pero ella ya se había marchado en silencio al darme vuelta para ver quien me llamaba. No era nadie.
Me marche de ahí aunque al entrar por el corredor veo algo que deseaba no ver...
En una foto sin camisa y con Evans besándome, a pesar que los rostros están difusos se que medio colegio sabe quien es y de eso se ha de haber encargado Thomas.
Era el que parecía ser el culpable aunque y si era una trampa de Evans, ¿Él pudo hacerlo? No lo sé. Pero si se que quien lo hizo solo pensó en algo y era: destruirme más de lo que ya estoy.
Genial.
Arranco eso con fuerza y mis ojos lagrimean y no es de tristeza, ya que no me arrepiento del beso debo admitirlo pero si de que fue mi primer beso y lo publican.
No sabía si reír o llorar. Pero los ojos se me humedecieron de impotencia por no lograr volver a la normalidad.
¿Aunque cual era la normalidad?
Me lo pregunto siempre sin falta. A que llamamos normalidad, para mi ya nada es normal.
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Editado: 22.10.2021