Rosa pastel

5. Tres consejos

Giré como una bola por la cama, fijándome en como Kelly se maquillaba y me levanté, con mucha dificultad desde el mullido colchón, todo con la intención de verla con detalle. Apostaba a que desde mí matrimonio que no me maquillaba y ya hasta había olvidado el nombre de los productos.

—¿Y eso para qué es? —pregunté, fijándome en un extraño producto que mi hermana se aplicaba en las bolsas de ojeras bajo sus ojos.

—Corrector —especificó, mirándome con odio—. A ver, ¿hace cuánto que no te maquillas? —Investigó y negué, mordiéndome la esquina del labio—. ¿Te has depilado, exfoliado? —siguió y negué otra vez, riéndome a carcajadas en cuanto vi el rostro de escándalo de mi hermana—. No te ofendas, pero ahora entiendo las razones de Juan para pedirte el divorcio...

—¡Hija de tu madre, malnacida! —grité, azotándola con la toalla que pretendía ir a por una ducha—, no me pidió el divorcio por eso... —justifiqué, enseñándome decidida.

¡Yo era una mujer madura, bonita y decidida! Dan lo habida dicho y yo quería creérmelo, como fuera.

—Se cansó de mí, es todo —dije triste y aunque no habíamos tocado el tema, me cansaba de solo pensarlo.

Kelly rodó los ojos y se acercó a mi con una dulce mirada. Me ordenó el cabello desordenado detrás de las orejas y me dijo:

—Juan es un estúpido, cuando sepa lo que perdió va a estar muy arrepentido. —Me sonrió—. Ahora ve a tomar una ducha, quítate el aroma a alcohol y ven a almorzar con tus hijas —exigió—. Por la tarde podemos hacer algo divertido.

—¿Algo cómo qué? —pregunté, entrecerrando los ojos, curiosa de sus ideas.
Pero por más que quise seguir investigando de qué iban sus "sorpresas", mi hermana no quiso adelantar nada respecto a lo que tenía planeado para nuestra tarde juntas.

Disfruté del agua tibia y escuché a mis pensamientos, los que me retumbaban con burla contra cada esquina de mi cabeza. Si bien traté de organizar mis ideas, de pensar en qué debía hacer desde ahora con mi vida y cómo tenía que mover cada pieza para dejar de cometer errores, no logré concretar nada. ¡Solo pensé en el borracho desconocido! y como en pocas horas me había cautivado con su naturalidad y espontaneidad, pero por encima de toda esa sencillez, esa manera en la que él me veía ya sentía que me apresaba por completo.

El almuerzo con mis hijas fue más constructivo que destructivo y si bien Violeta aún no decía ni pío, sus primeros balbuceos provocaron risas en todas las comensales que componíamos esa familiar y femenina mesa. 

Después de la comida, Abril dijo que vería Netflix y se acomodó en el sofá de la sala, envuelta en una delgada manta y con su muñeca favorita sobre su regazo. Aproveché de su independencia para llevar a mi hija menor a su dormitorio y entre mis brazos la hice dormir. La acuné hasta que Kelly me interrumpió en mi aturdimiento de madre feliz y completa y seguí sus ideas cuando me obligó a salir de mi caparazón de miedos. 

Insistió en que debía cambiar mi imagen y hacer algo productivo con mi vida. Odiaba como sonaba, pues me recordaba a la dulce vocecita que había escuchado a través de la línea el día en que había llamado a mi marido para pedirle una segunda oportunidad, el día en que, casualmente, también había conocido a Dan. 

Traté de armonizarme conmigo misma y cuando por fin logré decidir mi primer camino a seguir, el reloj que se encontraba a un lado de mi cama marcaba casi las seis de la madrugada, por lo qué obvié a que me había pasado toda la noche despierta pensando en "mi vida".

A la mañana siguiente, muriendo de sueño y rendida por el poco descanso que últimamente tenía, pues me la pasaba más tiempo torturándome por mi pasado, le pedí ayuda a mi hermana con el cuidado de mis hijas y tras aceptar que ella estaba completamente dispuesta a entretenerlas durante toda la mañana, aproveché de mi libertad para visitar a la terapeuta que Dan me había recomendado.

No me tomó mucho tiempo llegar a su oficina, pues el lugar era a pocas manzanas desde donde me alojaba con Kelly. Su oficina se encontraba marcada en elegancia, distinguiendo de todos los lugares médicos que había visitado antes.

Me registré con su asistente y rellené una absurda ficha sobre mi vida y mis antecedentes personales. Transcurrió casi una hora desde que la mujer apareció por la puerta, marcando distinción y estilo, haciéndome sentir realmente pequeña.

—Lamento la tardanza, no estabas agendada —me habló la mujer en cuanto mi cita llegó y solo sonreí en respuesta—. Me alegra que decidieras venir, Kalei.

—¿Qué? ¿Cómo sabía que vendría? —pregunté, un tanto desacomodada con su declaración.

—Un amigo me habló de ti —declaró, acorde me indicó donde debía sentarme para iniciar nuestra primera "sesión".

—¿Un amigo? —pregunté—, ¿Dan? —insistí a lo que la mujer solo asintió, moviendo la cabeza de manera positiva—. ¿Y qué fue lo que dijo de mí? —reclamé, mirándola con ansiedad.

—Lo siento, Kalei, eso es algo que no puedo revelar —explicó, sonriéndome con dulzura—. Confidencialidad con mi paciente.

—Oh, lo siento —susurré avergonzada.

Las mejillas se me pusieron calientes y si bien no sentía vergüenza por la situación, si sentía curiosidad por saber lo que Dan le había dicho de mi a su doctora especial. 



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En el texto hay: maltrato, divorcio

Editado: 24.04.2019

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