Rosa pastel

12. Primera noche juntos

—¿Lista? —preguntó él con una mirada seria y asentí, acomodándome la sudadera por la cintura, continuando luego por mi cabello. Abrió la puerta con lentitud y saludó cortés—: Hola, bienvenidos. Estábamos haciendo panqueques. 

—Hola, Dan; lamento mucho interrumpir así, pero ¿estará Kalei por aquí? —preguntó mi hermana, notándose exaltada. 

Y es podía reconocer su ronca, pero bonita voz en todos lados, más ese tono alarmado que siempre utilizaba. Dan solo respondió mirándome con una gran sonrisa, acción que me brindó confianza, así que avancé hacia ellos, aún agitada por todos los rápidos movimientos que mi flojo cuerpo había realizado. 

—¡Dios mío, estaba tan asustada! —gritó mi hermana conforme ingresó a la propiedad de Dan para abrazarme con fuerza. 

—¡Mamá! —gritó Abril muy feliz e ingresó también para abrazarme por la cintura con calidez. 

—Vaya, linda casa —habló Juan y silbó.

Ingresó ser sin invitado y me tensé en mi posición, pues después de la tarde que había vivido con Dan, ese departamento era parte de mi seguridad y que el ingresara así como sí nada, me hacía sentir pisoteada. Michelle, su novia embarazada y dietética, le siguió con timidez, empujando la carriola que transportaba a mi pequeña Violeta. 

—Tío, Dan. ¿esta es tu casa? —preguntó Abril separándose de mí. Sonreí, pues una vez más, Dan tenía la capacidad de entretener a mi hija con facilidad—. ¿Y dónde está nieve? —ella preguntó, moviéndose veloz entre los sillones de la casa, atrayendo la atención de todos los presentes.

Caminé con discreción hasta la carriola de Violeta y al encontrarla despierta, me tomé las molestias de levantarla entre mis brazos. Mi hija balbuceó un par de palabras inventadas y tras ello, se recostó sobre mi pecho. Acaricié su espalda, avanzando con ella entre el resto de los presentes.

—¿Estás bien? —inquirió Kelly entre susurros, mirándome la sudadera que llevaba puesta.

—Perfecto.

—¿Te has acostado con él? —preguntó, acercándose a mi oído para hablar suavemente. Asentí, pues era la verdad y no solía mentir, mucho menos a mi hermana—. Me alegra mucho que haya ocurrido —confesó, quitándome a Violeta desde mis brazos—. El saco de mierda de tu marido se merece que le entregues el mismo premio... —confesó, haciéndome reír.

—¿Quieren quedarse a comer? —preguntó Dan, apareciendo sorpresivamente por el pasillo de su habitación, con su gato entre sus brazos.

—No, no, debemos volver a casa —confesó Juan, avanzando hacia donde Abril se encontraba.

—No dijiste que era tan grande, tío Dan —dijo Abril, recibiendo al gato sobre su regazo. 

Sonreí, pues el animal se quedaba tranquilo sobre sus piernas, aguardando a las caricias que mi hija le entregaba con ternura.

—Puedo conseguirte uno pequeño si quieres —habló él, obligándome a acercarme hacia aquella hermosa imagen cargada de simpatía.

—¡No nos gustan los gatos, gracias! —interfirió Juan, obligándome a reír con sátira.

—A ti no te gustan, pero a las niñas si, y a mi igual —confesé, tocando las orejas de Nieve, el hermoso y flojo gato de Dan—, además, ya no vivimos juntos, no tienes derecho a opinión —marqué, obligando a Kelly a reírse con sarcasmo desde la cocina.

Juan se quedó mudo y se acercó con lentitud a Michelle para estrecharla en un extraño abrazo. Mi corazón se regocijo en cuanto me percaté de que no tenía celos, ni miedos y ni mucho menos odio. Al contrario, me sentía libre, tan libre que me eché sobre la alfombra, recibiendo al juguetón gato entre mis piernas.

—Le gustas —susurró Dan, tocándome la mejilla con dulzura—. Como al dueño —dijo y me guiñó un ojo con gracia.

Reí, abrazando a Nieve con fuerza.

—¿Están seguros de que no quieren comer nada? —insistió el dueño de casa, levantándose con seguridad y agilidad desde su alfombra, acercándose a mi marido y a su nueva novia—. Mi refrigerador no tiene mucho, pero podemos pedir algo...

—Sería fantástico —susurró Michelle, mirando a Juan con ansiedad, al parecer curiosa de conocer cada esquina de la casa de Dan.

—No lo sé, debo conducir hasta el otro extremo de la ciudad y estoy agotado —este confesó entre titubeos, sin siquiera ser digno de quitarme la mirada—. ¿Te quedarás aquí? —investigó, mirándome con curiosidad—. Las niñas ya deben ir a la cama...

—Puedes quedarte aquí cuando quieras, nena —intervino Dan, obviando a que la situación se convertía en algo incómodo—. Tengo espacio suficiente para ti y tus chicas —dijo, abrazándome por los hombros, pegándome a él con decisión.

Reí embobada, un tanto incómoda por la extraña situación en la que nos encontrábamos.

Estaba frente a frente de mi marido, de quien pretendía divorciarme, cada uno abrazado a una nueva pareja, cuando hacía diez años habíamos jurado amarnos hasta que la muerte nos separara. 

Qué ironía, ¿no?

—¿Nos quedaremos aquí? —preguntó Abril, metiéndose entre las piernas de Dan y yo—. ¿Puedo dormir con Nieve? —insistió, abrazándose a una pierna de Cruz, sorprendiéndome con la facilidad con la que cedía ante Dan y su vida.



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En el texto hay: maltrato, divorcio

Editado: 24.04.2019

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