Rosa pastel

14. Skype y alivio

Un par de días transcurrieron y mi relación telefónica —candente— con Dan comenzó a tomar mejor rumbo, y es que cada vez confiábamos más uno en el otro, confianza que nos llevaba a hablar sobre nuestros cuerpos y nuestros deseos ocultos con mayor libertad.

Así también como terminé convirtiéndome en la oyente de sus planes para su futuro y como había enfrentado a su pasado. De pronto, me veía escuchando cada uno de sus problemas, sus constantes y estresantes viajes y como la mayor parte del tiempo libre la pasaba solo y encerrado en su frio departamento, aislándose del resto del mundo, sofocándose en aquella soledad que, al parecer, ya no soportaba.

—Hola —susurré, frotando mis piernas en la cama—. ¿Estás ocupado?

—Para ti, nunca —dijo y me reí a través de la línea.

—¿Estás en la cama? —pregunté.

—Juguetona —dijo él, obligándome a reír y a encender con prisa—. Estoy en una cama, en un hotel en Temuco —confesó y me entristecí al saber que no estaba en Santiago, cerca de mí, pues pretendía invitarlo a por unas copas.

—Necesitaba apoyo —referí, recordando que al otro día y en pocas horas, debía reunirme en una cita con Juan—. Mañana me reuniré con mi marido...

—Mierda, eso suena feo —susurró—. ¿Y estás bien con ello? —investigó a lo que le dediqué un raro sonido con mi garganta—. Si estás allí, y está siendo un hijo de puta, no dudes en llamarme, por favor —explicó brindándome su apoyo.

—Solo vamos a reunirnos a discutir de dinero —justifiqué.

—¿Y qué hay con tu abogado? Pensé que él te ayudaría.

—Mi marido es un poco terco —expliqué, pues se negaba a charlar con mi abogado—. Espero no acobardarme en cuanto lo vea.

—Kei, eres una mujer asombrosa, es él quien debería acobardarse —susurró, obligándome a suspirar—. Quería llegar a Santiago hoy y llevarte a cenar —manifestó, donde entendí que él también quería verme—. Pero nos retrasamos aquí, ahora estoy atascado... no conseguimos un vuelo.

—No te preocupes... —susurré con una gran sonrisa—. También te llamaba para eso, para que saliéramos a por unas copas... —confesé, apretando los puños de mis manos—. Pero estás tan lejos...

—¡Wow! —exclamó—. ¿Querías invitarme a salir? —peguntó y solo reí a través de la línea—. Daria lo que fuera para llegar a donde estas y verte sonreír.

—Basta.

—Es la verdad —indicó y mi cara se llenó de tonos rojos y ardientes—. Quiero verte, Kei, tengo muchas ganas de verte —continuó y con el corazón estrellándose con furia dentro de mi pecho, me levanté desde la cama, avanzando hacia el moderno portátil de mi hija mayor—. Solo han transcurrido cuatro días desde que estuvimos juntos, pero te he extrañado como un loco —confesó mientras que mi cabeza se llenaba de unas chifladas ideas.

—¿Tienes Skype? —pregunté.

—Sí que tengo uno... ¡Espera! —pidió y me quedé en la línea, escuchando extraños sonidos—. ¿Cuál es tu usuario? —investigó y de fondo escuché como tecleaba con prisa.

—Kalei. Undurraga —dije, con un hilo de voz. 

Algunos segundos transcurrieron y el silencio de Dan comenzó a impacientarme, pero en cuanto pretendía protestar por su extraño mutismo, una llamada por Skype ingresó, sorprendiéndome, así también, exigiéndome a ponerme tiesa de puro nervio.

—Hola —musité en cuanto la llamada conectó.

Se quedó quieto, mirándome por la cámara, y tras ello, a una lenta velocidad, una sonrisa se dibujó entre sus labios. Imité y agradecí de la parcial oscuridad que me rodeaba para que no pudiera ver lo roja que mi cara estaba.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó—. Estás muy despeinada... —musitó y cerré los ojos, recordando que estaba en la cama, sin maquillaje, con la peor ropa del mundo y con el cabello hecho un completo desastre.

—Pretendía dormir —dije, acomodando la portátil sobre un cojín a mi lado para hablar con mayor comodidad.

—¿Puedes encender la luz? —preguntó y me eché a reír, negando varias veces. ¡Ni loca me revelaba así de desarreglada frente a él! —. No seas injusta, quiero verte —confesó y exploté en carcajadas, pues no estaba dispuesta a ceder—. No puedo hacer esto si no es con la luz encendida...

—Como si estuviéramos teniendo sexo o algo parecido, deja la luz así, no importa, solo es una luz —dije sin pensar, quedándome repentinamente sin aire.

—Acostúmbrate, porque me gusta el sexo con luz y me gusta mirar —dijo y escondí mi mirada desde la insistencia de la suya, avergonzada por su confesión.

¿Qué me acostumbrara? ¿Qué pretendía decirme?

—Está bien —dije, cediendo con facilidad.

El solo hecho de imaginarme en una cama junto a él, atrapada entre sus brazos y su cuerpo, provocaba una revolución explosiva entre mis hormonas y oscuros deseos, obligándome a arder desde lo más profundo de mi.

Me levanté desde la cama, tratando de moverme con rapidez, pues no quería que viera mi grueso pijama, prenda que de seguro asesinaba todos aquellos deseos que él tenía hacia mí.

—Y a ti, ¿cómo te gusta el sexo? —preguntó en cuanto regresé frente a la pantalla y ante su pregunta, me quedé muda, con un enloquecedor latido dentro de mi pecho—. Ya hemos estado juntos, pero hay una diferencia entre lo que hemos hecho y lo que nos gusta.



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En el texto hay: maltrato, divorcio

Editado: 24.04.2019

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