Rosa pastel

18. La fama de Dan

Desperté dolorida por la falta de descanso, pues tras enterarme de que Juan, mi exmarido, había tenido un accidente de coche, Dan y yo nos habíamos dedicado a charlar en las afuera de su propiedad, tirados en el suelo y bebiendo cerveza hasta las cuatro de la madrugada. Y tras meternos en la cama, ya se imaginarán lo que ocurrió.

Me levanté por obligación, pues a pesar de que Dan estaba preparando el desayuno para mis hijas con toda aquella buena voluntad que poseía, podía escuchar el llanto de Violeta y los gritos desenfrenados de Abril, por lo que me anticipé a que el pobre estaba viviendo un calvario.

—¡Mamá! —gritó Abril en cuanto atravesé por la puerta y sonreí al ver a Dan con un delantal de cocina anudado en sus caderas, a mi hija Violeta entre sus brazos y el cabello completamente despeinado.

Perfecto.

—No era necesario que salieras de la cama, dulzura —musitó, acercándose a mí para besarme en la nariz y luego los labios—. Te estaba preparando el desayuno —explicó y sonreí feliz, respondiendo a sus besos por igual—. Pero, gracias, Violeta está volviéndome loco —dijo y me eché a reír con ganas.

Me acerqué más a él y a mi hija menor, y tras cogerla en mis brazos, comenzó a tranquilizarse con lentitud. De vez en cuando, sollozaba asustada y tras entregarle su mamadera con su desayuno, se tranquilizó por completo. Continué entonces por disfrutar de Abril y de su personalidad explosiva. Mientras comía los huevos estrellados que Dan había preparado para ella, aproveché de trenzarle el cabello y generar un poco de orden en aquella cocina.

—Tío Dan dijo que iríamos a una tienda a conseguir bañadores para usar la piscina.

—Eso suena genial —dije, guiñándole un ojo a Dan y empinándome un vaso con zumo de naranjas entre los labios, bebiendo a sorbitos—. También necesito uno.

—Uuuuhhh —musitó Dan frente a mi hija mayor, quien me miró con impacto. Contuve una risita y me sonrojé al entender que se refería a mi acotación—. Muero por verte en bañador —extendió y me guiñó un ojo.

—Dan, no usaré uno de dos piezas...

—¡El que uses, me encanta! —dijo él, mordiéndose un labio con fuerza—. Ya te estoy imaginando —extendió, riéndose de la vergüenza que me hacía sentir.

Ignoré a sus ocurrencias y me dediqué parte de la mañana a deleitarme con aquella adormecedora imagen de Dan jugando con Violeta en la alfombra de su sala, mostrándole ideas para que se impulsara y caminara de una buena vez.

Así también, aproveché del tiempo para estar con Abril, pues pese a sus estudios y mi trabajo en el salón de Kelly, los tiempos para estar a solas eran muy reducidos.

Entre charla y charla, Abril y yo decidimos preparar el almuerzo y es que Violeta poco apoco comenzaba a confiar en Dan, y aquel desconocido que la había forzado a llorar desconsolada por la mañana, ahora la hacía reír con euforia.

Después de almuerzo y evitando al agotamiento que sentíamos, Dan, mis hijas y yo nos fuimos de compras por las boutiques y avenidas de Angol, disfrutando de aquella característica paz que el lugar otorgaba.

Me sentía completamente satisfecha, complacida y más alegre que nunca. Había olvidado toda pista que me hacía sonreír y que me impulsaba a ser yo, pero con Dan lo había recuperado de manera natural.

—¿Qué están haciendo? —pregunté ansiosa por conocer la respuesta, fijándome en un grupo no superior a las doce personas que caminaba por los alrededores y fotografiaban cada cosa que pasaba frente a ellos, capturando y atrapando entre sus lentes y ellos, retratos extraordinarios.

—Los he visto antes —contó Dan, sentando a Violeta en su pequeño cochecito de paseo y entregándole su cascabel—. Son cursos o clases de fotografía y así es como practican, después de lo teórico, claro —refirió como un experto y sonreí alegre sin levantar la vista desde la profesora y como se explayaba frente al grupo, sus alumnos.

—Que divertido —musité solo para mí—. Que ganas de hacerlo.

—Te verías bien como profesora y con la cámara colgando del cuello —anticipó Dan a la forma en que me dediqué a mirar a los estudiantes y a disfrutar del rico helado de canela que antes habíamos conseguido.

—Profesora, ¿yo? No, no, yo me refería a tomar la clase.

—Kei, no seas ingenua, he visto tu trabajo —respondió, robándose de mi helado con una rápida lamida. Reí, tocándole la mano con poca discreción, a pesar del lugar público en el que nos encontrábamos—. Tengo una colección de tus fotos en mi estudio —reveló y me exalté por lo que decía—. Ah, no, no seas exagerada, sabes que amo el modo en que capturas a las personas, a los animales y a los niños. Tienes un maldito don —dijo emocionado y lo regañé con la mirada, pues teníamos en claro que no debíamos usar malas palabras, ni con mis hijas y ni con su hijo—. Lo amo, nena, lo haces perfecto. Tu deberías ser la profesora de todos ellos —planteó, abriendo los brazos para apuntar a los estudiantes a nuestro alrededor.

—¿Lo amas? —pregunté en referencia a mi trabajo y lo poco que había desarrollado mi arte desde que había renacido otra vez.

—Amo todo de ti y lo sabes —dijo, guiñándome un ojo.

Me quedé sin aire y sin palabras, y es que la forma en que lo había dicho, con tanta naturalidad, me hizo sentir que no me mentía.



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En el texto hay: maltrato, divorcio

Editado: 24.04.2019

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