Rosas de Sangre

Cápitulo 7

    Las piernas me dolían por el esfuerzo de caminar tan rápido bajo aquel sol ardiente de las tres de la tarde. “Elegí las veredas con árboles” “Anda por las calles en contramano”; pensaba mientras caminaba a toda velocidad avenida arriba. Le había dicho a mamá que me iba para la facultad, pero le había mentido; me dirigía para lo de la abuela que me estaba esperando.

    El día antes habíamos acordado en que yo la visitaría a escondidas antes de que papá se fuera al trabajo, por si me veía, pero se me había hecho tarde, y la posibilidad de que papá me viera era algo terrible. A la mañana le había avisado a las chicas que iba a faltar y que las veía a la salida para contarles el motivo de mi ausencia. Lo que las chicas menos se imaginaron era que yo me iba a ver a mi abuela.

    Una gota tibia me resbaló por la frente. Tenía la cara empapada, y la ropa se me adhería al cuerpo asquerosamente. A pocos metros divisaba la vereda de mi abuela. “Ya casi” me dije a mi misma. Me apuré más, las piernas me dolían de tanto esfuerzo, llevaba más de quince cuadras caminando a una velocidad terrible. Todavía no podía creer que tuviera que visitar a la abuela a escondidas. Me daba miedo aún recordar la charla de mis padres tres noches antes. Serían alrededor de las cuatro de la mañana, una noche fresca y de viento. Más precisamente la noche del 17 de marzo. Me desperté y sentí murmullo en la habitación de ellos. Pero no parecía una charla normal. Una de las voces parecía encolerizada. No entendía que habría pasado para que estuviesen discutiendo a esa hora. Me acomodé para seguir durmiendo, pero la curiosidad no me dejó hacerlo. Me levanté con sigilo, tratando de no hacer el más mínimo ruido, y me acerqué a la puerta que separaba su habitación de la mía. Sabía que estaba mal escuchar a los demás a través de las puertas, pero desde que había leído aquello, mamá estaba más rara que nunca e inmediatamente había pensado que hablarían de mí al saberme dormida.

-¡Eso es tu culpa por dejarla a tu madre que haga cualquier cosa! ¿Por qué no los quemaste cuando ella no los veía? Estuvieron meses tirados sin que los leyera. –decía mi papá encolerizado.

-¡No pensé que los iba a leer! ¡No les había dado importancia nunca! ¡Ni siquiera los ojeó el día que se los regalo! ¡De paso no se donde los guardo! ¡Si los encuentro…! -la voz de mamá parecía a punto de romperse como un vidrio.

- ¡Ahora ya está! ¡Ya leyó! –Calló unos segundos -Igual si se hubiese pensado que era cierto lo que escribió tu abuela nos lo hubiese dicho. Ya sabes que se pasa días enteros leyendo novelas fantásticas. Seguramente la tomó como una más. O quizás haya deducido que de su bisabuela heredo el amor a las novelas de ficción –papá parecía querer convencerse a si mismo-

 -No sé, no estoy segura.

- Si se las sacas ahí sí puede sospechar –había adoptado otro tono de voz –Date cuenta ¿Por qué motivo ibas a sacarle un libro sino fuera porque no querés que lea lo que dice? ¿Por qué no iba a poder leer lo que le legó su abuelo?

 -Tiene los ojos de Elena, es muy parecida. Por eso mi vieja le regaló los libros. Siempre creyó que ella era su reencarnación –mamá se oía ausente, como si no escuchara lo que mi papa decía.-

-¡Tu mamá esta loca! –gritó papá - ¿Cómo va a pensar que mi hija es una reencarnación de… eso?

-¡Shhh! –lo silencio mamá –¡pueden despertarse! A mi me preocupa que le pueda preguntar algo a mi vieja. Seguro le larga todo el rollo. ¿Que le digo después yo? No puede enterarse de que la leyenda se cumplió en su abuelo y en mí también. No puede saberlo, porque eso despertaría su parte.. Si la tiene.

   Justo en ese momento me flaquearon las rodillas y me choqué contra el ropero. La charla sesó y se escuchó crujir la cama de mamá. Me incorporé a la velocidad de la luz, y tratando de no hacer ruido me acosté y fingí estar dormida. Papá y mamá entraron en la habitación a grandes zancadas. Por el rabillo del ojo los espié. Mamá me miraba en la oscuridad con los ojos muy abiertos, parecía agitada. Papá revisaba a mis hermanos.

-Están dormidos. Las casa viejas suenan solas -susurró papá.

-Para mi uno de estos estaba escuchando -masculló mamá con voz agitada.

-No –sonó terminante –Quédate tranquila, están dormidos. No hablemos más del tema cuando estén en la casa.

   Diciendo esto se fueron. A los pocos minutos parecían dormir. Pero yo estaba segura de que mamá estaba despierta aún.

    Me senté en la cama. El corazón me latía con fuerza en los oídos. Sentí miedo, desconcierto. Algo me dolió en el pecho. Por lo que había oído la historia de mi bisabuela tenía que ser cierta. Pero me parecía tan irreal, tan absurdo. Aunque en un punto sabia que era cierto.  Como si una vocesilla pequeña y apenas audible insistiese desde ese día en que había leído.



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En el texto hay: fantasia, vampiros, amor

Editado: 13.05.2019

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