Rosé

Capítulo 9

TIPO NARRADOR

¿Satisfacción? Era lo que sentía Rosé ¿Maldad? La que sale a flote cada que Brice está cerca de ella.

Olvidó un poco la tristeza que cargaba consigo por esa tarde hasta la noche en la cena, pero cuando terminó volvió a encerrarse en su cuarto.

Pero tan pronto como esta se fue así volvió, se sentía de lo peor, porque no hay cosa más horrible que la tristeza luego de la alegría.

Sentía un vacío en su corazón, y ahí en su cama empezó a llorar al mismo tiempo que sus pesadillas se reproducían por su cabeza una y otra vez, lo cual es insoportable para ella.  

Quisiera dejar de sentir, dejar de sufrir pero no puede.

La tristeza y el dolor son como el amor, entran sin pedir permiso y se quedan hasta verte enamorado en un caso o destruida en el otro.

Se quedó sin lágrimas, dejó de llorar aunque la presión en su pecho no disminuyó, así que decidió ir por un vaso de agua para hidratarse un poco. Bajó lentamente las escaleras como si fuera un muerto andante y es que no había diferencia porque no se sentía viva.

Ella no logra entender aún, como puede estar feliz en un momento incluso haciendo travesuras y luego estar así.

Al asomarse en el marco de la puerta de la cocina se detiene al ver de espaldas a Pamela en la cocina, tiene una copa de vino en sus manos, se le ve preocupada y ansiosa, al momento que toma su teléfono para marcar un número.

-¿Dónde estás realmente?- su voz es molesta y demandante. Rosé decidió quedarse a la par del marco de la puerta, arrecostada en la pared para escuchar más.

-¿Por qué no me dices? no quiero que se repita lo mismo de hace años, porque no voy a soportarlo- la tristeza pasó a segundo plano y la curiosidad tomó su lugar.

-No salgas con… no John, ya no es lo mismo porque tu hija está grande y si se da cuenta de esto te va a odiar- Rosé no sabía de lo que hablaban, pero algo muy importante estaba en juego.

-Quiero que estés aquí mañana a primera hora, te des un baño y hables conmigo después de que nuestra hija se vaya al colegio… ella… ella no puede escucharnos… ya sufrió demasiado con lo de… ya sabes a quién me refiero- la voz de Pamela se entrecortó, parecía que quería llorar.

Revelaciones importantes salieron a flote en esa conversación telefónica de su mamá, y se dio cuenta que cada vez que sus padres hablaban detrás de ella, daban información valiosa… la necesaria para descubrir todo.

Y esa conversación… ella la iba a escuchar, obviamente.

Sigilosamente se fue a su cuarto nuevamente cuidando de que Pamela no la escuchara, se dejó caer de espaldas a su cama con la intriga, las ganas de saber más.

La noche se le hizo eterna, no pudo pegar ni un ojo, ansiosa por el día siguiente.

La mañana se asoma, sin sol como si el cielo supiera la verdad que estaba por ser revelada, que va a destruir corazones y quizá a la misma familia le vendría su destrucción también.

Ahora ella no saber el porvenir, lo único certero es que no será de su agrado y su pequeño corazón va a ser destruido.

¡Oh! Nuestra pequeña rosa conocerá las espinas…

 

ROSÉ

La mente es el arma más letal, porque si le das rienda suelta esta misma te hace abrir tu mente a un millón de escenarios, ver situaciones imposibles, incluso te llegas a ver a ti mismo haciendo cosas que en verdad no harías… y es tan real dentro de ti.

Imaginar una y mil cosas las dudas te carcomen, la desilusión se asoma, sin saber la verdad y es como naufragar en el mar sin saber nadar.

Así mismo estoy en estos momentos, debajo de la ducha con el agua fría deslizándose por mi cuerpo, tratando de traerme a la realidad que tanto miedo me da.

Me visto sin siquiera ver qué ropa me pongo, realmente no me importa nada en estos momentos, no ansío nada más que…

El sonido de la puerta principal de mi casa hace ruido, alguien está entrando y no hace falta que lo vea para que sepa que es papá… increíblemente el mandato de mi mamá ayer lo cumplió sin más… o eso creo.

Antes de salir de mí cuarto hago eso que se me da bien hacer, poner una máscara en mi cara, una de alegría y despreocupación, que me hace sonreír y seguir con mi vida como si nada pasara, como si no estoy en desgracia.

Me miro al espejo, me obligo a sonreír y salgo de mi cuarto para dar inicio a otro día de tortura. Porque no… no estoy bien.

Saludo alegremente a mi mamá, como si no hubiera escuchado la conversación de anoche.

Me tiro a los brazos de papá y le doy un beso, como si no supiera que se fue a un lugar donde no andaba por trabajo, un lugar donde mi mamá no sabía que estaba, y él siempre, siempre le dice dónde anda.

Mi hermano no está en casa, viajó de nuevo por el trabajo.

Mi mamá me sirve el desayuno, aunque no tengo hambre me lo como con una sonrisa para que no sospechen nada, cuando lo termino les digo que subiré a mi cuarto por algo que se me olvidó.

Entro a mi cuarto y corro lo más pronto posible a ir al baño, caigo de rodillas con mi cara encima de retrete a devolver todo lo que me comí, arcadas tras arcadas hasta que no salen más que bilis.

Me voy a enfermar si sigo así, peor es inevitable.

Desgraciada vida, te golpea tan fuerte y cuando menos lo esperas… nunca estás preparado para recibir sus golpes, nunca lo estás.

Y yo no estoy lista para descubrir más cosas, pero sé que tengo que descubrirlas, necesito quitarme este peso que hace que mis pies no puedan caminar bien.

Cruzo el umbral de la puerta de mi casa y me dirijo aparentemente para mi preparatoria, claramente nunca llego ahí sólo entro a un café que para despistar me cambio el uniforme y me pongo la ropa que tengo en mi mochila. Considero el tiempo y creo que ya pasó una hora, el tiempo suficiente para que volver.

Agarro mis cosas, me pongo de pie y agarrando valor me obligo a caminar.




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