“Me acostumbré a perdonarte aunque estabas lastimándome, hoy no volveré a besarte, alguien más está esperándome” —Maria Becerra.
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La decisión.
Lágrimas de rabia e impotencia comenzaron a escurrirme el rostro, un nudo de furia y resentimiento se instaló en mi garganta de una forma inquietante. Presioné mis manos en puños, mis uñas se clavaron fuertemente en mis palmas.
Aparté la vista por donde Aedus se había marchado, me encontré con una Neira de aspecto terrible, ella se derrumbaba cada vez más, no dejaba de llorar. Temblaba. Sus manos apoyadas a sus costados era lo único que le impedía caer por completo, sus brazos parecían quedarse sin fuerza, su cuerpo entero parecía vibrar a causa de sus sollozos. Sus actos la hicieron pedazos, ella se rompió porque quiso. Pudo desistir, reconsiderar las cosas, pero siguió hasta encontrarnos en esta situación. Todo estaba hecho mierda.
Ella no tenía el maldito derecho de hacernos esto.
Ni siquiera debió comenzar este juego que había alcanzado un nivel terrible y peligroso. Sentí que nos encontrábamos en el borde del precipicio, el aire se volvió pesado y preferí dejar de respirar. Mis labios se entreabrieron a causa del asombro, quedé helada ante la revelación de Neira. Mi rostro se contrajo, rencorosa. Sellé mis labios formando una línea seria y cambié la dirección de mi vista y observé a Hareth. Su semblante contenía rastros que lo hacía notar perdido, desorientado y vulnerable, pero más que nada, alarmado.
Recibir esta noticia para él fue un golpe terrible, un impacto que volvió a quebrar su corazón. A pesar de que se negara a creer en las palabras dichas por Neira, una parte de él lo estaba considerando, y considerarlo significaba admitir que esto era real. Una contradicción de emociones se reflejaba en su mirada, y esas sensaciones arruinaban por completo el reciente camino de esperanza que habíamos construido.
Su luz, su ilusión, se desvanecía…
La punzada de dolor que me compartía, me absorbía. Las sensaciones que lo atormentaban, me turbaba. Su tortura mental, me lastimaba.
Su aflicción me quemaba por dentro, me mantenía helada, espantada. Me conservé quieta tratando buscar una forma de sobrellevar esta nueva angustia creciente. Por una parte me encontraba así, desconsolada, pero por otro, había una bilis quemando mi garganta anunciando la fuerte y violenta rabia que corría como fuego salvaje en mis venas. La ira quemaba mi piel, mi impresión era tanta que justamente a causa de esto me mantenía inmóvil en mi lugar.
Reaccionar aún no estaba en los planes de nadie, esto nadie se lo esperaba.
Pero esto era la respuesta que no quería aparecer. El misterio, el suspenso por la espera de esta extraña situación, acababa de resolverse.
Hareth se había callado cuando el llanto de Neira lo perturbó. Pero encontró fuerza y continuó su discusión.
—Ya he tenido suficiente de ti, has causado desastres en mí, pero no dejaré que me destruyas… esto no me hará volver a ti. Te odio, más que nunca te desprecio y me dan asco tus mentiras.
Lo dijo cargado de resentimiento, el dolor y el rencor se evidenció en su tono de voz. Su expresión se modificó, adquiriendo un semblante serio para ocultar el daño que le causó mentirle, mentirse.
Neira no se inmutó por sus palabras. Era una lunática que cerraba por completo su mente a la verdad.
Ella alzó su cabeza, pudo mirarlo. Se veía más maquiavélica de esa forma, sus rasgos expresaban una profunda tristeza y una maléfica decisión que duraría hasta que ella se cansara. Una sonrisa amarga se formó en sus labios.
Al hablar, su voz se escuchó baja y bastante rasposa.
—Beni çok seviyorsun artık inkar etme aşkım —pronunció debilmente—. Es una locura lo mucho que me gustas, no puedo renunciar a esto.
—Seni sevdiğimi söylemiş olmaktan nefret ediyorum. Hâlâ senin için hissettiğim bundan nefret ediyorum —le respondió Hareth—. Te hace falta un psiquiatra, médicate y déjame en paz.
Neira amplió su sonrisa torcida maliciosamente.
—¡Llevensela! —le ordenó Hareth a los recién llegados. Malcom y su equipo se encargaron rapidamente de alzar a la hechicera, inmovilizarle las manos con unas raras esposas y seguidamente sacarla de nuestras vistas a pasos rapidos. Neira no mencionó nada más, se entregó.
Quedé como una espectadora más, todo pareció circular en cámara lenta e incluso con un aire que advertía sobre un nuevo peligro, que la amenaza realmente no acababa de ser atrapada.
Tomé aire para tranquilizarme, conseguí moverme y al hacerlo inmediatamente mi mirada volvió a parar hacia el lugar por donde él se había marchado.
“¿Vendrás por mí, amor?”
«Siempre hemos sido nosotros» repetí.
Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando Hareth me sujetó por el brazo, poniéndonos en marcha al instante.
Mis piernas flaquearon ante el repentino e inesperado movimiento, pero permití guiarme por él, dejando atrás a todos sin detenerme a, al menos, decir un hasta luego. Llegamos donde estaba ubicado el auto, me subí al vehículo mientras Hareth se encargaba de desaparecer al bosque que nos había alcanzado.
Mi corazón palpitaba deprisa, me pasé una mano por el rostro, inquieta y angustiada. ¿Cómo…?
Las preguntas que se querían formular eran inconclusas. No sabía cómo proseguir, el camino que dolorosamente decidí por cerrar se había vuelto a abrir. Y la luz brillaba en esa dirección.
Cuando el auto se puso en marcha, reaccioné.
—Hareth…
—Ahora no, Rouse.
Sabía que no era buen momento, pero insistí.
—Neira dijo la verdad —solté, apresurada.
Aedus no me lo negó.
Hareth me miró esbozando una amplia sonrisa irónica, incrédulo por lo que acababa de afirmarle.
—¡No me digas que le creíste! Ella es una víbora que te convence envolviéndote en sus mentiras. El veneno más poderoso que tiene son sus lágrimas. Llora, luciendo como una inocente para que le creas todo lo que diga. La conozco, lo que dijo no fue más que otra mentira —se convenció.
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Editado: 29.01.2022