Capítulo 41: CARICIAS PELIGROSAS
Aedus
Estaba decidido en contarle todo a Rouse. Ella merecía saber que nunca fui su enemigo, que mis intenciones nunca fueron las mismas que las de El Concejo.
Tuve que infiltrarme justamente como lo había hecho ella, solo que yo no perdí mi identidad como ella. Siempre estuve consciente de mis atroces actos; ella se encontraba fuera de sí siendo guiada únicamente por una extraña sensación llamada instinto.
Ya no quería aparentar, disimular y ahogar mis implacables ganas de tenerla conmigo. Fue muy difícil contener y soportar la tortura que representó su ausencia a mi lado, más el saber que ella estaba con otro. Tuve que fingir, mentirle que no me molestaba cada vez que ella se alejaba de mí para irse con él. Mi hipocresía me carcomía peligrosamente por dentro, un fuego brutalmente atroz permanecía quemándome las venas a punto de estallar en llamas porque mi ira ya podía enfocarse en la persona correcta.
Mi sangre me ardía hasta el punto de ebullición, mi irreprimible aversión ya no daba para ser sostenida. Este sentimiento de rechazo siempre me incomodaba y ahora este había incrementado convertido en una sensación abrumadoramente terrible al conocer la verdad, que en cualquier momento podía liberarse. Ya no daba más para seguir resistiendo.
Saber que fuimos los afectados a ese hechizo de unión de Neira Relish, ese encantamiento fallido que alcanzó a Rouse aferrándola a otro, no solo a mí, me cegaba de ira y me producía ganas enormes de cometer el atroz más vil que se haya imaginado solo para desquitar esta sensación agónica que presionaba con fuerza mi garganta. Todo fue culpa de ella y su amor enfermizo.
Su insana obsesión hizo que no la tuviera a mi lado, mi amor estuvo al borde del abismo, pero no cayó. Este imprevisto no pudo con nuestro amor. Ahora estábamos juntos, y unidos íbamos a cambiar el sistema del mundo.
La verdad no podía seguir oculta. Por mi decisión de contarle todo nos habíamos trasladado a esa zona donde me reunía con los insurrectos, el camino que nos guiaría a la mansión donde residían quedaba a tan solo tres minutos. Estábamos caminando bajo la luz nocturna. Tenía agarrada su mano, ella observaba curiosa el entorno. Ella no se imaginaba lo que significaba este territorio para mí, mucho menos lo que estaba por revelarle.
Este sitio, aquí fue donde fui condenado a que cada vez que viera mis ojos observara el río de sangre que desaté al matar a todos los que se atrevieran a cruzarse en mi camino, mi objetivo había estado justamente en la mansión donde nos estábamos dirigiendo ahora y para llegar ahí tuve que decorar de rojo ese maldito pueblo. Me revelé, liberé todo el poder que era obligado a contener y liquidé esa sensación de venganza por quienes mataron a mis padres.
Los Relish casi fueron exterminados, si no hubieran protegido a sus niños mandándolos lejos ahora mismo ninguno de ellos me andaría jodiendo. Lo único que quedó ileso de ese día y que el día de hoy permanecía intacto era el cetro mágico que ahora se encontraba en manos de los híbridos.
—Es escalofriante —la voz de Rouse produjo que direccionara mi vista a ella.
—¿La noche?
—Sí, es extraño que haya un camino pero que no haya residencias.
—Me encargué de limpiarlo todo, lo único que se conserva aquí es la casa donde nos dirigimos.
—Ya la estoy distinguiendo —exclamó entornando los ojos al frente, y sí, ya se podía vislumbrar la sombra de la mansión. A nuestro alrededor solo había bosque, espesas y peligrosos bosques rodeaba la zona y el más allá. El camino era bastante despejado, la luz de la luna estaba encendida sobre nosotros quitándole un poco de tenebrosidad al ambiente.
No quedaba nada de ese pueblo que una vez destruí, como le dije a Rouse, lo único que dejé estar fue la mansión. Este era el sitio más seguro que conocía ya que fue repudiado y evitado desde que toda la población fue acabada mediante un desconocido suceso que dejó maldito el lugar, el rumor que desató la inesperada desgracia provocó que nadie quisiera tocar estas tierras, entonces la naturaleza fue cubriéndola de a poco y esta zona fue completamente olvidada.
—¿Y qué hacemos aquí? Parece abandonada.
—Es un lugar seguro para evitar delatarnos: revelar los planes, por ejemplo. La conservamos solo por costumbre, ya contamos con mejores residencias pero siempre volvemos aquí, contiene muchos recuerdos.
—¿Por qué hablas en plural? Espera —se frenó sola y abruptamente, incluso se detuvo para mirarme mejor. Ya nos encontrábamos a pocos metros de la entrada de la propiedad—. Los que te acompañaron ese día, ellos eran híbridos, ¿cierto? ¿Estás hablándome de ellos?
—Vamos a descubrirlo —me precipité a la puerta y toqué, ellos estaban enterados de que veníamos. No hacía falta que golpeara para anunciarme, pero había indicado que no interrumpieran el momento. A ella, a Ozana más que nada le especifiqué que no se pusiera tan ansiosa.
No pasó ni un segundo cuando la puerta ya estaba siendo repentinamente abierta. Mi prima me recibió del otro lado, su atención no la tenía yo. Sus ojos brillaban emocionados por este esperado instante. Su cabello liso y recogido dejaba libre para detallar sus facciones, si la veías de cerca se notaba los rasgos similares que compartíamos.
—Rouse —empecé a decir viéndola y alternando la vista en advertencia hacia mi prima—, deja que te presente a Ozana.
—Ana, por favor —pidió ella, interrumpiéndome y no ocultando más su sonrisa. Ozana me miró como si esperara que yo diera la noticia. Su sonrisa se redujo y miró atrás, ella dio espacio para que pudiéramos detallar a los recién llegados.
—Tanto Ozana como ellos son híbridos —le informé lo que ella ya suponía—, los más antiguos y primeros insurgentes —agregué de golpe.
Inevitablemente el rostro de Rouse se contrajo de sorpresa. Sus ojos encontraron los míos, luego miró hacia ellos.
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Editado: 29.01.2022