El hambre agarró el estómago de Marshall con una fuerza casi dolorosa cuando detuvo su vehículo en el estacionamiento de un bar con parrilla, estaba en la zona comercial de Oak Hills, dos horas después del mediodía pero la actividad se mantenía constante en este lugar.
Los transeúntes eran en su mayoría humanos y algunos cuantos que detectó como linces solitarios. No obstante, su león empujó un pensamiento, debía andar con cuidado, ser precavido. La gente pensaría que estaba bromeando, siendo él un león que abrumaba en tamaño y fuerza, no tenía de qué preocuparse con un montón de leopardos, ni siquiera debería pensar si la tierra donde pisaba tenía dueño. Pero vivir en comunidad cambia ciertas cosas.
Los solitarios tienen la tendencia a ser arrogantes y poco interesados en respetar al dueño de casa. Los cambiantes comunitarios o de clanes... Han aprendido el valor de ese respeto. Con o sin derramamiento de sangre, de vidas perdidas.
Y Marshall entiende que ya no está en casa, casi es un intruso aquí y por el historial que obtuvo de una larga investigación sobre el clan de leopardos, las personas grandes y fuertes como él no son bien recibidas. Marshall aprendió a aceptar la hostilidad cuando está fuera de la coalición, y principalmente, a no buscar problemas.
Algo que sus compañeros de coalición todavía no logran por su cuenta.
—Debemos respetar lo propio y lo ajeno —le había dicho a un par de leonas jóvenes después de haberlas sacado de una pequeña celda en la estación de policía del pueblo. Se habían metido en una disputa con tres mujeres Fire Hearts, suma mucho alcohol a la mezcla y algunos destrozos—. Si no pueden comprender eso es porque todavía son cachorras.
Ambas mujeres le gruñeron, el orgullo de crecer, de mostrar valor y ser apreciados, era el mismo en leones y leonas, cuestionar su madurez las haría pensar como a cualquier cachorro con un malo comportamiento. La disciplina era necesaria, a Marshall y su alfa poco le importaba quién tenía la razón en el pleito, lo importante era tener miembros que no se hundieran en la violencia de forma innecesaria.
Eran leones, pero humanos también y Patrick esperaba que su gente estuviera siempre del lado bueno de la línea.
Marshall, como lugarteniente, debía ser un ejemplo de las aspiraciones de su alfa y mejor amigo. Por lo que su comportamiento en territorio ajeno debía ser perfecto y tan transparente como el agua de un arroyo.
Mientras escuchaba a lo lejos el sonido de un motor en particular, una voz infantil hizo que su león inclinara la cabeza. A lo lejos, tal vez dos o tres lugares de estacionamiento a su izquierda, una pequeña niña rebotaba arriba y abajo con leves gritos de alegría. El foco de su atención estaba en un objeto en el aire, un avión a control remoto que otro niño, más alto que ella, pilotaba a su lado.
Aquella niña tenía un saco color rosa oscuro con bordes peludos alrededor del cuello y las puntas de las mangas, un jean negro y botines rojos completaban el atuendo. No podía distinguir el color de sus ojos a distancia, pero su cabello ondulado era rubio y largo hasta la cintura.
Seis años de edad, tal vez siete.
Ecos de un recuerdo distante se mezclaron con la vista de esa alegre niña que jugaba con su hermano mientras sus padres conversaban con otra pareja que los había detenido con un saludo amistoso antes de ingresar al local. Esos ecos eran viejos y gastados y despertaban un dolor que había madurado con él, convirtiéndose en algo nostálgico, angustioso, pero un dolor con el que era capaz de vivir.
Él había tenido una hermana también, y ella había saltado con la misma alegría cuando le mostraba sus juguetes nuevos.
—Hey, Dee, sobreviví —murmuró.
Ese dolor haciendo temblar su corazón cuando trajo el sonido del nombre de su hermana, Aidee. Había sido un cachorro de diez años cuando terminó dentro de un profundo y viejo sótano sin posibilidad de escape, de no ser porque Aidee también estuvo con él, probablemente habría roto cada uno de sus huesos para escapar de ahí.
Con su hermana menor cerca, Marshall había sostenido su cordura, planeando una forma tras otra de salir de ahí. Pero ambos eran pequeños, inexpertos y hambrientos, sobreviviendo con el agua de un grifo escondido entre cajas y cajas de cosas olvidadas, como ellos.
—Mírame, Aidee, he sobrevivido.
El motor familiar retumbó del otro lado y supo que el lugarteniente del clan Fire Hearts había llegado. Marshall se obligó a guardar los recuerdos e ignorar la brillante alegría de la niña. Bajó del vehículo, subió a la acera que rodeaba el local y esperó a que el otro hombre se acercara después de estacionar su motocicleta.
Finnick Cardiff, con el casco negro colgando de un brazo y una expresión de poder en su rostro, lo saludó con una mano en el aire. Marshall correspondió con una leve inclinación y luego se puso caminar a la par hacia la entrada del bar.
—Honestamente Lawrence —dijo—. No esperaba tu llamado tampoco un almuerzo, espero que haya un buen motivo.
Marshall no sintió ninguna rastro de aversión en su voz tranquila, pero el leopardo era desconfiado por naturaleza, esa desconfianza fue empujada una y otra y otra vez hasta que ser receloso se convirtió en un mecanismo de defensa inconsciente.
—Créeme, no me gusta salir de mi territorio por elección —una verdad a medias.
Finnick le echó una breve mirada de reojo, sus ojos eran de un azul pálido, el color demasiado claro enfatizaba el color cremoso de su piel y el naranja brillante de su cabello.
La familia que había llamado su atención entró primero al bar, Marshall sintió la chispa de alegría de esa niña, fue un golpe amargo pero también un guiño a su león, era una cachorra y él protegía a los cachorros. Independientemente hizo un barrido de seguridad con su sentido primario al entrar, humanos casi al cien por ciento, solo una pareja de pumas en una mesa distante. Su león dio un bostezo pero se mantuvo en alerta.
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Editado: 08.08.2022