Ava sentía su inestabilidad mordiendo los bordes internos de su mente cuando abandonó la sala de reuniones, Marshall iba detrás de ella, no intentó aproximarse, tampoco tocarla, pero sentía su mirada clavándose en su espalda.
Cuando tomaron caminos distintos, ella quedó con un hormigueo en su vientre y la feroz necesidad de golpearlo. Agradecía vivir en zonas separadas, no sabía si podía verlo con mayor frecuencia y controlar estas reacciones al mismo tiempo.
Antes, cuando eran amigos cercanos, las reacciones no importaban. Pero ahora.., era un asunto diferente. Traicionaban todo lo que Ava creía. Y no era bueno dejarlas fluir.
Sin embargo, mientras avanzaba por el pasillo de las salas de reunión y usos múltiples, recordó la suave forma en que sostuvo su rostro, sus ojos brillantes y duros, su propia necesidad de contacto queriendo estrellarse contra ella. Tenía un gruñido construyéndose en su pecho.
Un momento de vulnerabilidad, y le había permitido saltarse las barreras.
Pero ella las volvió a levantar, más altas, más fuertes, usando las olas de violencia en su interior que reaccionaban tan rápidamente hacia ese hombre como lo hacía este sentimiento al que no quería dar nombre, no todavía, porque si lo hacía le estaba permitiendo existir, florecer.
Y no lo sentía correcto para la memoria de su hermano, los recuerdos que pesaban en su corazón. Eso fue suficiente para enfriarla, su pecho dolía, los ojos le picaban, tan pronto como alcanzó la sala de comunicaciones, se metió adentro sin importarle que alguien pudiera verla en ese estado. Solo quería alejarse de Marshall.
Porque era peligroso para ella, para lo que había construido, para lo que quería hacer.
—¿Estás bien? —fue la simple pregunta de Joey, dicha como un suave murmullo despreocupado.
El alto y fuerte león de melena castaña oscura miraba a Ava con desconcierto desde su silla giratoria negra. Vestido con un extraño chaleco beige con cuatro bolsillos grandes en la parte delantera, parecía uno de esos chalecos que alguna vez usó un pescador viejo, llevaba una camiseta blanca debajo, pantalones cargo desteñidos y botas, pese a su apariencia desaliñada Joey tenía una mirada de cachorro sorprendido.
La reacción tal vez se debía porque ella había forjado un comportamiento concentrado y recto, un arrebato apresurado de emoción como este se salía de la norma en lo que a ella se refería.
Pero Joey no diría nada, era el hombre más decente y contenido en toda la coalición, un ejemplo de buena conducta que más de una leona quiso corromper..., en el buen sentido de la palabra.
—Sí, sí, estoy..., bien —le aseguró con una media sonrisa, aunque salió temblorosa en sus labios.
El aleteo inesperado de su corazón decía lo contrario. Y cualquier cambiante lo notaría.
Joey dio un giro completo en su silla y se detuvo frente a ella, levantando una de sus cejas oscuras, el marrón de sus ojos era expresivo, oscuro casi como los granos de café debido a la poca luz natural, y buscaba que ella le diera una respuesta a la pregunta que ya sabía y no había necesidad de pronunciar.
—Están bajo control —ella contestó—. Tengo todo bajo control.
Una sutil mentira.
Ava se sentó en la silla contigua, tres de los cuatro paneles de comunicaciones estaban apagados, el de Joey mostraba un archivo de lectura, probablemente uno de sus libros digitales de estudio. Él estaba casi finalizando un curso intensivo de programación a distancia, Patrick había descubierto muy pronto que tenía una inteligencia afilada con la tecnología y por eso lo puso al mando del equipo de comunicaciones.
Aunque, dicho equipo solo lo incluía a él y un par de leonas. Joey aceptó el puesto sin quejas, después de todo era un león bastante solitario, no se sentía bien patrullando el territorio con los demás.
—¿Encontraste algo? —Ava le preguntó.
Ava mantenía su mirada fija en el largo escritorio en forma de semi círculo, donde descansaban todos los paneles, detrás estaban las complejas piezas de tecnología dentro de delgadas cajas negras que los hacían funcionar, debajo habían piezas corredizas en las que guardaban anotadores digitales integrados y pequeños parlantes, también servía como apoyo para libretas y otras cosas similares. El ambiente se sentía solitario..., pero así le gustaba a Joey. Este extraño león.
El que ahora mismo la miraba con curiosidad.
—No ha pasado ni una hora desde que me encargaste la tarea. —Joey levantó la tapa de la computadora portátil que estaba más allá de su panel—. Y no es nada sencillo lo que me pides.
Con una lenta respiración, Ava se tranquilizó en el interior, aunque su piel seguía sensible en las zonas donde Marshall la tocó, y eso no debía suceder. No podía permitirlo. Ahogando las sensaciones en la profundidad de su temperamento, Ava giró para poder ver a Joey. Atractivo como cualquier león, pero demasiado serio a veces. Se veía muy joven, muy inocente.
Inspiraba tanta tranquilidad... Le era muy útil encontrarlo cuando se sentía inestable, porque él casi nunca preguntaba, como si entendiera que ella solo buscaba alejarse de lo que le preocupaba. Entonces Joey le hacía un informe de las redes con esa voz suave y encantadora, y le daba una mirada perezosa, ella caía bajo su efecto luego de un par de minutos.
Era un estanque de paz.
Joey tenía miradas misteriosas, como la que usaba ahora con ella.
—Créeme eres capaz de eso y mucho más —le recordó.
Joey sonrió abiertamente, algunas patas de gallo se formaron en los bordes de sus ojos.
—Necesito un poco más de tiempo con el cifrado, Ava, te lo dije cuando me diste la orden.
Ava llevó sus hombros hacia adelante.
—Estoy corriendo contra el tiempo.
—Lo sé. Pero no es bueno que te hundas en el trabajo, te vuelves irritable. —Joey deslizó su mano debajo del escritorio y sacó un par de galletas de avena y miel—. Come algo, te has saltado el almuerzo.
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Editado: 08.08.2022