La tigresa de Ava gruñia con tanta fuerza que sentía un leve pero molesto zumbido en los oídos, su piel tensa, su cuerpo caliente, el pelaje moviéndose de bajo como un susurro apremiante. Las turbulentas aguas de violencia habían reaccionado cuando esa leona había saltado a los brazos de Marshall, tirando con fuerza para quitarlo de ahí, gritaron al escuchar ese beso.
Cerrando los ojos con fuerza, Ava intentó bloquear eso. No era adecuado, Dios, ella había intentado asesinarlo, había querido vengarse ¿por qué ahora no podía eliminar estas sensaciones? Ella quiso sepultar los dulces recuerdos de Marshall debajo de los recuerdos de Nolan, el más pesado de ellos era el último, su última mirada, su expresión dolorosamente resignada.
Sin embargo, otros fragmentos volvían a subir como si se burlaran de ella, incluso con crueldad, porque sabía que a pesar de todo lo que había hecho, lo que le había dicho, Marshall no cambió. Seguía igual. Viéndola con esos ojos de avellana atormentados por una emoción que parecía alcanzarla, privandose a sí mismo del toque que parecía necesitar tanto como respirar.
Y aún así, esos pequeños roces, eran tan cautelosos...
Ava observó su muñeca, sintiendo las huellas de su mano ahí. Gruñó, diablos, no se suponía que debía reaccionar de esta manera, ¿quién era ella para sentir celos cuando claramente había decidido dejarlo fuera de su vida? La tigresa en su interior bufó, un conocimiento inalcanzable para su consciencia humana le dijo que había algo más alrededor del molesto león.
Pero ella no quería averiguarlo.
—Oye, Ava..., ¡Ava! —Una fuerte voz masculina le hizo levantar la cabeza.
El felino en su interior se tensó instintivamente, pero ella le recordó que estaban a salvo, nadie podía hacerles daño y si había algún idiota que pensaba que era una buena idea emboscarla aquí, bueno..., ella tenía permiso para usar un poco de fuerza.
Pero no había necesidad de recurrir a su fuerza con alguien como Milo, Ava se sintió extraña y fuera de lugar, de alguna forma había perdido el rumbo inicial, demasiado distraída con sus pensamientos. Terminó en una planicie pequeña cerca de uno de los arroyos principales, alejados de ella por varios metros, la pareja le sonreía abiertamente.
«¡Maldición!»
—¿A dónde vas tan distraída? —Carol preguntó.
La pequeña leona rubia estaba de rodillas sobre un mantel a cuadros rosado y blanco, su compañero estaba junto a ella devorando una generosa porción de tarta de frutos silvestres. La pareja estaba teniendo una agradable cita al aire libre..., hasta que Ava los interrumpió. No había razón para quedarse, pensó, no tenía motivos para convertirse en el mal tercio.
—Yo..., quise dar un paseo.
En realidad, quería poner distancia entre él y la supuesta familia de Marshall, había algo alrededor de ellos que no encajaba. Su madre, principalmente, con esos ojos tan oscuros, tan profundos, llenos de ecos lejanos y dolorosos que veían a través de ella como si supiera algo más. Luego estaban sus dispares hermanas quienes le dieron miradas curiosas y emocionadas.
Finalmente, esa leona..., esa mujer que hacía a su tigresa mostrar los dientes, arañar la tierra.
—Pues si sigues por ese camino terminarás en la frontera del norte.
Milo apuntó a la dirección donde fluian las aguas, el arroyo desembocaría en el río en cuestión de kilómetros y el río era una barrera natural que separaba no sólo los Estados sino también los territorios.
—Ya lo sabía.
Pero el león estrechó la miradas sobre ella, inclinó su hombro para apoyarse en el de Carol. Probablemente conversando con ella a través de esa conexión entre compañeros, cosas que Ava no entendía y no aspiraba a tener.
Un gruñido, el animal contradiciendo sus pensamientos.
Estuvo a punto de fruncir el ceño pero capturó la amable sonrisa de Carol y se detuvo, tratando de actuar normal. Pero Ava tenía razón en eliminar los vínculos de su lista de quehaceres, era mentalmente inestable y nadie quería ser acribillado por emociones violentas las veinticuatro horas del día.
¿Quién podía tolerar eso?
De pronto, un fragmento se le apareció, con la forma de un hombre de melena castaña dorada, humedecida y fresca, con ojos que ocultaban una súplica, un ruego y algo se diversión.
Era la imagen de un león.
—¿Sabes que hora es? —Le preguntó a Carol.
Por dentro quería gritar, necesitaba gritar. Dolía, todo esto giraba en su interior sin control, el hecho de sentir atracción por él era un dolor agudo y palpitante, como si su corazón se estrujara desde adentro, el sabor de la traición en su garganta. Había prometido vengar a Nolan, lo prometió.
—Seis y media —respondió Carol, mirándola un poco extrañada—. ¿Estás bien?
Ava no dejaría que la preocupación arruinara la cita de una de sus amigas, después de todo Carol representaba la normalidad. Ella fue concebida con amor y cariño, no fue una unión artificial de células dentro de un vientre alquilado, no fue recluida en un laboratorio apartado del mundo, no fue sometida a crueles experimentos ni fue vendida como un trofeo de exhibición o un pedazo de carne de primera. Carol tuvo la vida normal que tod cambiante debería tener, ella y su compañero estaban sanos.
Mientras que Ava seguía luchando contra las secuelas y una tigresa demasiado agresiva.
—Estoy bien —sonrió, presionando esa parte de su mente que insistía en salir y crecer y volverse un monstruo vicioso—. Creo que continuaré mi paseo en otra dirección.
—¿No quieres quedarte? —Milo sugirió, sus ojos oscuros la analizaban en detalle, dejaba en claro que sabía que había algo raro en ella—. Hay suficiente comida.
Ava sacudió la cabeza, ¿quién era ella para arruinar la cita de la pareja más hermosa de Gold Pride?
—Gracias, pero tengo una cena familiar en dos horas y es mejor llegar con el estómago vacío.
Eso suavizó el rostro del león, solo un poco. Familia significaba confianza y seguridad, estaba creyendo que en tanto Ava estuviera con su familia ella estaría bien. Ava no iba a decirle que su familia seguía sangrando y no podían ayudarle a controlar la bestia sedienta de sangre en su interior.
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Editado: 08.08.2022