Marshall seguía teniendo una punzada en el estómago después de la cena ligera que Alexander preparó especialmente para él, el menú de su familia era sin duda mucho más generoso y Eve se dio cuenta de eso regañando al cocinero como si fuera uno de los cachorros de su enclave.
La fiereza de Eve no era fácil de contener. Y cuando ella le recriminó que no sabía alimentar a su hijo, Alexander, por primera vez, le desnudó los colmillos a un huésped. Pero Marshall le dio una mirada, deteniendo lo que sea que estaba por salir de su boca.
Pocas cosas podían enfadar al león rubio, pero que alguien se metiera con los cuidados alimenticios que ofrecía a sus compañeros de coalición era algo inaudito para él. Suerte que también fuera comprensivo, y no solo arrogante. Aunque ahora que estaba pasando por su período fértil tal vez estaba entendiendo algunas cosas.
Como el instinto materno de Eve.
El mismo que durante toda la cena lo sintió mordiendo sutilmente, como una advertencia de que había algo peligroso cerniendose sobre él. Maeve tenía una fuerte coraza de acero que protegía un corazón dulce, una voluntad feroz y un instinto letal para cualquiera que se atreviera a enfrentarla. Cualidades que la ubicaban en la misma categoría que Patrick, Gala y Evan.
Maeve era una leona alfa.
Y había venido específicamente para reclamar a su hijo. El león de Marshall no había hecho más que gruñir y quejarse toda la noche, tan inquieto que quería rasgar cualquier cosa que tuviera al alcance.
Pero ni Maeve ni sus hermanas tocaron el tema del historial médico que fue abierto sin permiso directo. Y eso, para Marshall fue tortura adrede.
Ahora, sin embargo, él quería un momento de paz. Sabía que no lo tendría desde el momento en que no encontró a Chelsea en el salón comedor. Y terminó por confirmar la teoría apenas abrió la puerta unos centímetros.
—¿Qué demonios haces aquí? —Gruñó cerrando la puerta de su habitación con cuidado detrás de él.
Sus compañeros podrían oírlo a distancia, pero un golpe fuerte los haría ponerse curiosos y eso no era algo con lo que le gustaría lidiar en este momento.
Sentía una nueva clase de furia enredarse con el cansancio, arrastrándose a lo largo de su cuerpo, clavó la mirada en esos ojos verdes que lo observaban con resuelta curiosidad y ánimo.
Chelsea estaba sentada en el sillón, las piernas abiertas, los talones uniéndose mientras los apoyaba cerca del borde, la espalda hacia atrás y los brazos cruzados al pecho. Su figura oscurecida por las sombras de la noche, pero podía verla de otra manera, con otros sentidos, él la percibía. El animal en su interior, la cazadora dentro de ella lo esperaba.
—Oh vamos, cariño, deja ese ceño fruncido y dame una de esas sonrisas patentadas tuyas.
Marshall gruñó, fuerte.
—¿Cómo entraste?
Él espero ese movimiento, ese giro en sus ojos cuando se encontraba con algo obvio.
—Te conozco desde que eras un crio de trece años, si no hay una puerta abierta, hay una ventana.
Chelsea inclinó la cabeza al ventanal de doble hoja.
—No estoy de humor para tus juegos. Vete.
Chelsea hizo un pequeño gruñido agudo que en otro momento habría sido adorable.
—No. No quiero, estoy demasiado emocionada. —Un chillido breve—. Estaba esperando encontrarme contigo desde que lo supe.
Eso lo tuvo deteniéndose junto a la cama y volteando hacia ella otra vez. Ojos brillantes que se volvieron un par de discos dorados en medio de la noche.
—¿Saber qué?
Chelsea inclinó el cuerpo hacia adelante.
—Encontraste a una. Birdie lo intuyó pero uní las piezas en su lugar y cuando te encontré supe de inmediato que había alguien. Dios, nunca había sentido tantas ganas de saltar lejos de tu león, literalmente quería lanzarme un par de arañazos.
Sosteniéndose el puente de la nariz, Marshall trató de darle sentido al torbellino de palabras.
—¿Es ella?
—¿Quién?
—La pequeña pelirroja de mirada dura y mal genio, es ella ¿cierto? ¿Es ella?
Chelsea juntó las manos a medida que su voz iba haciéndose más aguda por la emoción.
—Oh por Dios —Chelsea se cubrió la boca—. ¡Si es! El pequeño Marshall está enamorado, ¡esto es emocionante!
—No hay nada entre ella y yo —él puntualizó, la furia lo mordía junto a su león al decir eso—. Ahora, quisiera dormir al menos un par de horas esta noche.
Chelsea inclinó su cabeza hacia un costado, sus ojos volviendo al penetrante color verde.
—¿De qué hablas? Claro que hay algo entre ustedes, cuando te abracé sentí algo peligroso en ella y supe de inmediato que no debía tocarte.
—Innecesario.
—Oh no, debía hacerlo. Quería confirmar la teoría, entendí esa mirada. —Una escalofriante sonrisa se formó en su rostro—. Ella quería arrancarme de tus brazos para ponerse en mi lugar.
—Ahora dices tonterías —pero había una nota de esperanza en su voz.
—Por supuesto que no, créeme conozco los celos femeninos, y esa mirada era justo eso.
Marshall guardó silencio y se dedicó a cultivar su actitud gruñona y enfurecida, aunque por dentro no sabía por qué tenía esa extraña sensación de seguridad, confianza. Como si Chelsea le hubiese confirmado lo que ya sospechaba y Ava se negaba a admitir.
—Vete —suspiró—. Por favor.
Chelsea juntó las rodillas y las rodeó con los brazos, parpadeó hacia él, las delicadas pestañas revoloteando con falsa inocencia.
—Voy a ayudarte.
—No.
—Ese tono no funciona conmigo y lo sabes. Además, debes admitir que me necesitas.
«Ni por un segundo»
—No tienes poderes mágicos, Chelsea, y nunca los has tenido.
—Eso es una maldita mentira mezquina porque no crees en ellos.
—¿No tienes otra cosa mejor que hacer? —Gruñó él.
—No desde que Johnny me prohibió el acceso a su cama —un dejo de lamento en su voz y después volvió a atacar—. Acostúmbrate, nos tendrás aquí por un largo tiempo.
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Editado: 08.08.2022